Continúa el carrusel del disparate en 
todos los desórdenes. Todos/as a la cárcel. Cárcel también espera a los 
del exilio si los pillan. A la cárcel los representantes electos. ¿Por 
qué? Por la presunta comisión de varios delitos. Dejemos los delitos en 
sí y vayamos a la acción de delinquir. 
Según la teoría de la 
representación aquí aplicable más o menos laxamente, estos 
representantes son los mandatarios de los electores que son los 
mandantes. ¿Y el mandato? Declarar e implementar la República catalana 
independiente. Lo han cumplido hasta donde los han dejado. ¿Es eso 
delito? ¿Es delito el referéndum del 1-O? 
De serlo son delincuentes los 
autores materiales (los representantes) y los intelectuales (los 
representados), así que, en efecto, 2.060.000 delincuentes, todos a una,
 Fuenteovejuna. Si el 1-O era ilegal, votar, salvo en acto de 
sonambulismo, era ilegal. Es lo que tiene poner las instancias 
judiciales al servicio de las políticas.
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Se
 celebra el cuadragésimo aniversario de la Constitución de 1978. Y se 
celebra bajo mandato del partido algunos de cuyos miembros originarios 
votaron en contra de ella. Como también se celebra estando en vigor el 
artículo 155, el bucle se cierra. Si quienes votaron en contra en 1978 
querían que España siguiera sin Constitución, lo han conseguido. España 
carece de Constitución pues el art. 155 la deja en suspenso. Quienes 
sostengan que, pues el 155 es un art. de la Constitución, esta está en 
vigor, que relean las aventuras del barón de Munchhausen, el que se 
sacaba del pantano tirándose de los cabellos.
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Ahora
 reaparecen las famosas órdenes internacionales en pintorescas 
modalidades. Como están las cosas, adelantar una negativa generalizada 
en Europa a esta demasía no es arriesgar mucho. El mayor desprestigio de
 la justicia y la judicatura españolas está garantizado. Todo el mundo 
ha visto ya que se trata de una causa política general de un tribunal 
que atiende a las necesidades del gobierno y pretende resolverle por vía
 jurídica lo que aquel no puede, no sabe o no quiere resolver por vía 
política. Pero jurídicamente esto es una vergüenza estilo justicia de 
Peralvillo.
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Política
 y paradójicamente estos encarcelamientos han resuelto las reservas y 
recelos del bloque de partidos  independentistas. El Estado ha zanjado 
la cuestión con una declaración de guerra de hecho. Y todos a la cárcel.
 Política de mano dura y escarmiento. Estilo autoritario de la casa. 
Verás tú cómo ceden. Pero no ceden. Aquí puede acabar cumpliéndose la 
impresión de Palinuro: para vaciar las cárceles, primero habrá que 
llenarlas. Para traer a la gente del exilio hay que ir a buscarla. 
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¿Y
 los indepes? Deliberando. Y hacen bien. El momento lo requiere. No se 
cede, pero tampoco se salta al vacío que es lo que las provocaciones del
 Estado buscan. Ellos lo llaman "aplicar la ley" pero todos saben que 
esta solo es ya la voluntad omnímoda de un hombre como M. Rajoy. 
El Parlament,
 reunido hoy solo podrá investir a un lazo amarillo. El candidato 
propuesto es secuestrado (políticamente hablando) por un órgano judicial
 que se sitúa por encima del legislativo. Este, sin embargo, en teoría, 
puede hacerlo todo. Pase, pues, de la teoría a la acción y haga algo, 
manifieste su voluntad. Invista a Puigdemont. Agote los dos meses 
proponiendo candidatos pero no votándolos. Diga a los representados, a 
la gente, cómo se va a responder a la enésima agresión. 
La gente.
 He visto llamamientos a acciones colectivas de boicots viarios o de 
otro tipo. Las reacciones espontáneas de indignación son lógicas pero no
 siempre oportunas y suelen ser descoordinadas y, por tanto, fáciles de 
aplastar por la represión. Si la densidad impide la represión y se 
producen formas de coordinación también espontáneas, aquí no se ha dicho
 nada. Lo evidente, palpable, manifiesto en la sociedad es una voluntad 
de acción colectiva que, partiendo del 1-O está dispuesta a sostener 
formas pacíficas de resistencia y desobediencia. Existe la fuerza; 
faltan las directrices tácticas. La estratégica sigue siendo la de 
siempre. Aquí debe proponer el Parlament y también la terza gamba del movimiento independentista.
El bloque de partidos independentistas. Los
 ha reunido de nuevo la virulencia (por lo demás, esperable) del último 
ataque. Es este el que dará sentido a la nueva etapa del conflicto en la
 que es probable se entre en una dinámica electoral que acabará en el 
referéndum. El tercero desde el 1-O de 2017. Y ese sentido consiste en 
desplazar el eje de la acción colectiva de la independencia a la 
democracia. Nadie quiere volver a la dictadura, que es el programa del 
155. No en Catalunya. 
En el resto del Estado, ellos sabrán. La lucha es 
hoy por la democracia. Entiéndase bien: no por la independencia (que 
también, claro es), sino por el derecho a ser independentista, el 
derecho a tener derechos, como defendía Hannah Arendt, a no ser 
arbitrariamente perseguidos por razones políticas con ficciones 
jurídicas. Esa lucha interpela a sectores catalanes más amplios que los 
puramente independentistas. Debiera interpelar a sectores populares y de
 la izquierda española. Pero esa es otra historia.
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¿Qué
 ha pasado con la izquierda española? Sencillo: el PSOE apoya el 155 en 
los términos que M. Rajoy, considera "de sentido común": la Generalitat 
solo puede estar presidida por quien él quiera, es decir, por un 
candidato "limpio". Lo dice quien lo dice y el PSOE calla. 
Pero donde el
 PSOE calla, Podemos habla: ¡qué horror encarcelar igual que Santiago 
Matamoros segaba cabezas de infieles! ¡Qué falta de juridicidad! ¡Qué 
prevaricación! Bien, de acuerdo, y ¿qué más? ¡Ah! España sin los 
catalanes es inconcebible. España, porras, es plurinacional. Los catalanes deben sentirse fraternalmente
 tratados en España. 
Olvidemos el adverbio que tiene mucha miga porque 
fraternales eran las relaciones de Caín y Abel y no sé yo sí... El 
asunto es que, tanto si la fraternidad es la de Caín y Abel o la de los 
Graco, la tierra en que florecerá es España. El derecho a irse de España
 no existe, dicen los más españolistas; y, si existe, no se reconoce 
jurídicamente, dicen los del aparato; salvo que medie un acuerdo 
político universal de los españoles en el que voten hasta los del Valle 
de los Caídos, dicen los utópicos. 
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La
 lucha catalana tiene una gran resonancia internacional y despierta 
crecientes simpatías. Asimismo el modo en que el Estado lo trata, 
suscita escrúpulos hasta en el bloque del 155. Pero los indepes 
catalanes saben y saben bien sabido que, en último término, solo cuentan
 con sus propias fuerzas. Que son muchas. Cada vez más. 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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