El anunciado rechazo del recurso presentado por el PSOE contra la LOMCE,
 más conocida como ley Wert por el ministro del PP que la promulgó, por 
el Tribunal Constitucional, que se hará público hoy martes, confirma la 
actual involución política dirigida por la derecha española. Un puntapié
 jurídico contra el consenso social en el espacio educativo. 
El claro 
mensaje que Rajoy y Rivera envían a la oposición, a través de los 
magistrados constitucionales, es claro: que pierdan toda esperanza en 
cualquier pacto educativo. Puestos a tener que pactar, los estrategas 
del Partido Popular y de Ciudadanos prefieren hacerlo con la Iglesia 
Católica, que puede contribuir muy mucho a que hoy se vote, en expresión
 jesuítica del cura Camilo de la novela de Giovanni Guareschi, a los 
“partidos demócratas y cristianos”;  o sea, al  PP y a C's.
Del artículo 14 de la Constitución, que señala que los 
españoles son iguales ante la ley sin discriminación por razón de 
religión o de sexo, no quedan ni siquiera las raspas en la ley 
Wert, ahora ratificada por el Tribunal Constitucional. Los criterios de 
la Iglesia Católica, en materia de enseñanza de religión o de 
segregación de sexos, se imponen sobre las restantes orientaciones de 
los ciudadanos españoles, que quedan relegados en función de los 
beneficios de la enseñanza privada. 
Toda una puñalada certera sobre la 
enseñanza pública bien envuelta en oportuna retórica democrática. 
Conviene no equivocarse. No se puede hablar de una vuelta al franquismo.
 Por el contrario, ahora asistimos, bajo una democracia parlamentaria, a
 que se vuelve a oficializar un estatus privilegiado a la Iglesia 
Católica.
De aquel lodo del 78, el estado aconfesional, estos lodos de 2018, el nacionalcatolicismo.
 Al no reconocerse entonces al Estado español como laico, el francés lo 
es desde 1905, se avanzaba de hecho hacia una confesionalidad solapada 
como la que ahora mismo se consagra constitucionalmente. 
Con un texto 
constitucional que obligaba a los poderes públicos a tener muy en 
cuenta”las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las
 consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y demás
 confesiones”, que ni siquiera se enumeraban, sólo hacía falta que 
llegaran a la Moncloa, en el momento adecuado, estos políticos 
eclesiásticos para darle la vuelta a la Constitución.
Una vez más el Tribunal Constitucional sirve como Tercera Cámara de los intereses de la derecha,
 cuando todos los magistrados del PP y PSOE, nombrados por ambos 
partidos, reflejan todos los postulados opuestos de los partidos que los
 eligieron. Así, la actual mayoría absoluta del PP en el Senado y  su 
mayoría relativa en el Congreso de los Diputados, se ven reforzadas con 
el absoluto control del Tribunal Constitucional. 
Tanto si están de 
acuerdo, como en lo referente a la cuestión nacional catalana, como si 
no lo están, sobre la controvertida interpretación de la libertad de 
enseñanza recogida por el artículo 17 de la Constitución del 78. Basta 
comprobarlo en  las hemerotecas. De hecho, fue uno de los preceptos más 
polémicos, si no el más, durante el proceso constituyente.
Es la consagración del nacionalcatolicismo de la derecha española.
 Ayer, sancionado en las sentencias sobre Cataluña; hoy, ensalzado con 
el privilegio educativo de la enseñanza católica. Esa concepción 
reaccionaria, basada tanto en el centralismo madrileño como en el 
clericalismo religioso, cabalga ahora con el viento a favor por los 
cuatro rincones de nuestra geografía y se configura como el principal 
eje ideológico de la mayoría de la sociedad. 
La sólida alianza entre  la
 rojigualda y el hisopo no es una novedad en nuestra historia, pero sí 
lo es que su actual hegemonía no vaya enmarcada hoy en un cuadro 
dictatorial. Desde la legalidad constitucional vigente, es impecable 
tanto el protagonismo democrático de un Rajoy revestido de Santiago 
Apóstol como el de Rivera encarnado en don Pelayo.
Previsiblemente, no veremos a Rajoy ni al monaguillo Rivera bajo palio,
 pero sí a la Iglesia Católica dándole al César lo que es del César, 
después de que desde la Moncloa se haya dado a Dios lo que, según el 
episcopado, es de Dios. Este imparable avance del nacionalcatolicismo 
conduce, más bien pronto que tarde, a que España sea la Polonia bis de 
la Unión Europea. 
Pese a que Berlín denuncia abiertamente esa involución
 de la derecha polaca, elogia la involución de la derecha española. Esa 
combinación del más pétreo nacionalismo hispano con el beaterío 
religioso, que es un pecado mortal en Varsovia, no llega ni a ser venial
 en Madrid. Nada le satisface más a la Merkel que el Trono vaya de la 
mano del Altar, en una España azotada por los vendavales de las 
revueltas sociales.
(*) Periodista

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