Por fin está clara aquella confusión 
entre un "no" que era "sí" y un "sí" que era no. El truco era que había 
dos "noes": uno que era "sí" y otro que era "no" y dos "síes" igualmente
 escindidos. Al final cada uno de ellos ha vuelto a su esencia: no a la 
izquierda, no a un referéndum pactado, no a Podemos y no a una moción de
 censura con los independentistas, cosa que "cae por su propio peso". Sí
 al 155, sí a la colaboración con el PP y C's en la gestión de una unión sagrada que solo admite la posibilidad de imponerse.
El
 problema es cómo y a qué precio. O debiera serlo. Puigdemont tiene 
derecho a la investidura. Le parecerá una "broma" al PSOE o una 
"ilegalidad" al Gobierno y a El País, pero tiene derecho y no hay
 ley alguna que se lo prohíba. Solo hay la voluntad de Rajoy que, al 
parecer, el B155 y sus allegados están dispuestos considerar la ley. Y 
ese es el precio que hay que pagar por impedir, contra razón y derecho, 
la investidura de Puigdemont. Aceptar como ley la voluntad de un 
individuo que, por supuesto, representa al país ntero ante Dios y la 
Historia.
La
 actualidad española es una marmita a punto de explotar. A la 
esperpéntica situación creada en Cataluña a golpe del 155 se añade el 
alud de detritus que día a día deja la Gürtel a las puertas de Génova y 
La Moncloa con la regularidad con que los milkmen repartían las pints
 de leche por las puertas en Inglaterra. Leche agriada para el gobierno y
 su partido. Dictaminando en comparecencia tras consejo de ministros, el
 inimitable Méndez de Vigo zanja la gusanera viva de la Gürtel 
asegurando que es algo muy viejo y que Rajoy echó a los acusados. Se olvidó de echarse a sí mismo.
No
 es de extrañar. La confusión creada en la esfera pública española es de
 tal magnitud que ni los más competentes analistas y comentaristas 
aciertan ya a orientarse. 
El otro día encontré a uno que, presa del 
delirio, estaba a punto de mandar una crónica según la cual los 
independentistas querían investir a Pujol; Rajoy reclamaba desde 
Bruselas un careo con Correa; Susana Díaz sostenía haber ganado las 
elecciones en Cataluña; había una oferta de pacto entre la CUP, C's y 
los cabecillas de la operación Lezo; el CNI, a las órdenes de Arrimadas,
 había registrado la sede del Tribunal Supremo; la ministra de Defensa 
condecoraba a Cipollino y Camps inauguraba los juegos olímpicos en 
Madrid. Me costó mucho devolverlo a la realidad y, cada vez que lo 
hacía, se empeñaba en decir que su relato la mejoraba. Lo dejé mandando 
tuits a la Casa Blanca.
No
 se sabe a cuál prestar más atención de los dos espectáculos que ofrece 
el poder, aunque no gratis; lo que viene del poder nunca es gratis: el 
embrollo catalán o la basura de la corrupción. Esta última tiene mayores
 atractivos literarios, con personajes únicos, Camps, siempre de 
esquinado perfil, (a) "el curita", el "Bigotes", Correa, el héroe 
epónimo de la trama. Una galería fantástica. Y vengan millones, y 
cientos de millones, viajes, trajes, juergas. La dolce vita y mucho robo. 
 Claro que, del otro lado, tampoco se quedan cortos: Rajoy, el caudillo 
del 155; el triunvirato nacional Rajoy/Sánchez/Rivera y el aprendiz de 
brujo, Iglesias; Cospedal, la dueña del verbo; Sáenz de Santamaría, Fata
 Morgana catalana. Otra galería de novela entre gótica y costumbrista y 
vengan millones otra vez, cientos de millones, cuerpos de ejércitos en 
lejanas fronteras y fuerzas de seguridad en cercanos pagos y pegos. 
Mucho pago y mucho pego. Y más robo.
Sin
 embargo todo esta algarabía se aclara como por ensalmo viendo que, en 
el fondo, son apuestas personales. El B155 no ve manera de parar la 
actividad parlamentaria de la Generalitat y se concentra en la caza de 
la persona, Puigdemont. Frustrar la investidura de este le es un 
triunfo. Si, además,  pudiera encarcelarlo, tocaría el cielo con la 
mano. Es lógico: es un combate por la supervivencia personal. 
Lo ve muy 
bien Ignacio Varela en un artículo titulado Si Puigdemont se presenta en el Parlament, Rajoy se tiene que ir.
 Tratándose del coriáceo Rajoy tengo mis dudas. Siempre podrá decir que 
quien se presentó en el Parlamento no fue Puigdemont sino su ectoplasma.
 Pero añado los dos huevos duros de Groucho: también tienen que irse los
 otros dos triunviros, Sánchez y Rivera. 
Es
 una cuestión de carreras personales y se resistirán como gato panza 
arriba a restablecer la normalidad institucional. Prefieren seguir en la
 excepcionalidad del 155, esperando que los indepes se cansen, antes que
 reconocer que no dialogan con estos porque no tienen nada que decir, 
nada que ofrecer, sino el mantenimiento permanente de la 
confrontación.  
Y
 tengo para mí que esperar cansancio de los indepes es esperar verdad de
 Rajoy. Para ellos, además, la contienda no es personal, sino ideológica
 y ahí, todos ellos tienen la supervivencia política garantizada. Porque
 prevalece una unidad estratégica y no meramente táctica como es la de 
la unión sagrada. 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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