El caso catalán va dejando inservibles las herramientas previstas 
para evitar la mutilación del territorio nacional. Por lo visto hasta 
ahora en el mapa político y en su nómina de dirigentes no se percibe 
inteligencia suficiente para evitar el desastre de un proceso 
secesionista que cursa con dosis de odio que van más allá de la tensión 
territorial. El relato que los separatistas catalanes han ido contando 
desde hace años para justificar su ensoñación está plagado de mitos y 
mentiras que deberían haberse desmontando desde primera, o segunda, 
hora. No se hizo y ahora todo es más enrevesado.
Tanto, que incluso herramientas de disuasión como el artículo 155 de 
la Constitución (que se puso para esto) se han quedado en la armería por
 decisión táctica de los socialistas y, según dice la Vicepresidenta del
 gobierno, para evitar “sobreactuación”. Lo de los socialistas da la 
medida de sus alcances estratégicos (cortos) y lo de la Vicepresidenta 
apunta a lo elástico de sus convicciones, si es que tiene alguna.
¿Ha evaluado el Gobierno el coste político de la secesión?  ¿Ha 
imaginado Mariano Rajoy y quienes le apoyan que puede pasar a la 
historia como el jefe de Gobierno más tonto entre los tontos que ha 
conocido la centenaria historia España? En esta historia hay demasiados 
dirigentes que apuestan porque la divina providencia llegará a tiempo 
para salvarles la cara.
Las sucesivas declaraciones de Puigdemont, un líder sobrevenido que 
quiere irse en cuanto acabe el drama, con el miedo que causa y el temor 
que soporta dan la medida del personaje. El silencio astuto de ERC, la 
fuerza política preferida por una minoría de catalanes, acredita que van
 a lo suyo, a desembarazarse de los socios y dominar el panorama 
soberanista. Al fondo están las CUP que acumulan más poder del que nunca
 imaginaron, que ponen y quitan candidatos de otros partidos y deciden 
que leyes pasan o no por el Parlamento.
Y el resto de la izquierda catalana (el PSC, los comunes, los de 
Podemos, lo que queda del PSUC denomina ICV) silbando en la azotea con 
disquisiciones escolásticas sobre un referéndum que no lo es, aunque 
sosteniendo que hay que votar (decidir) para que no parezca que se 
oponen, pero que no sirve de nada. Aten esa mosca por el rabo.
Mientras tanto el Gobierno sigue meditando como cumplir sus 
compromisos sin molestar demasiado, sin sobreactuar. El 155  está 
desactivado según ha explicado el profesor Jorge de Esteban en un 
documentado artículo (ver El Mundo de ayer), aunque los otros 
cauces jurídicos para impedir el referéndum pueden implicar 
sobreactuaciones semejantes, según la vara de medir de la 
vicepresidenta.
Una duda razonable es si para Mariano Rajoy la cuestión catalana es 
tan importante como parece a otros actores del panorama político. Quizá 
imagina el Presidente que el paso del tiempo  y la divina providencia 
vendrán a arreglar el problema.
(*) Periodista y politólogo

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