De la actual peripecia política española uno de los aspectos más 
llamativos, que casa con una forma de vivir típica de estos tiempos, es 
que no se asumen riesgos, que los jefes de los partidos apenas levantan 
los ojos del empedrado que pisan, esperando que otro desbloquee la 
situación y proponga alternativas para resolver los problemas. Unos y 
otros se interpelan para que el que mueva ficha y enseñe las cartas sea 
el otro. Ni Rajoy concreta lo que está dispuesto a pactar (los papeles 
que ha ofrecido no dejan de ser enunciados poco consistentes y muy 
continuistas) ni los otros hacen nada por introducir otras maneras de 
proceder.
Los de Ciudadanos endosan el paso decisivo para formar gobierno a los
 socialistas; y estos pasan turno a los populares, a los que invitan a 
abordar una investidura imposible. Para el ciudadano común entender el 
juego político debe resultar decepcionante. Si escuchan o leen las 
declaraciones de los protagonistas del drama deben aburrirse e irritarse
 a la tercera línea.
A estas alturas son varias las alternativas probables, incluso otra 
de la que nadie ha hablado hasta ahora por inverosímil. Un viejo refrán 
dice que quien quiere peces tiene que mojarse el trasero, sirve para la 
ocasión; quien quiera gobernar tendría que asumir riesgos, proponer un 
plan que merezca ese nombre. Nadie lo hace.
El obvio que el problema no acaba con la investidura, que formar 
gobierno tiene sentido solo si se sabe para qué. El PP reitera que ha 
ganado las elecciones, una proposición que sirve de muy poco ya que no 
permite extraer ninguna conclusión, ha ganado… pero no puede gobernar, 
de manera que es un triunfo inútil. También es obvio que no se puede 
gobernar de espaldas al PP, ni sin el PP, lo cual tampoco entienden los 
otros.
El PP tendría que entender que puede gobernar…pero de otra manera; 
que las elecciones no han ratificado su política, sin tampoco haber 
apostado por las de los demás. De manera que el PP tiene que rectificar y
 plantear otra forma de gobernar, que pasa por asumir las propuestas de 
otros partidos. Y a todo ello hay que añadir los problemas personales, 
que siempre son determinantes. Es muy improbable que Ciudadanos hubiera 
otorgado su confianza en Madrid a Esperanza Aguirre, incluso aunque sus 
votos sumaran lo suficiente. 
Apoyaron a Cifuentes porque sumaban y 
porque aparentaba otro rostro que el tradicional del PP. Todo ello es 
más aparente que real, Cifuentes no es Aguirre, pero las diferencias son
 menores, de tono más que de contenido.
Para que haya gobierno los protagonistas tienen que asumir riesgos, 
el PP tendrá que asumir políticas que no comparte, sacrificar cargos y 
promesas. A Ciudadanos les ocurre otro tanto aunque para ellos hoy todo 
suena a beneficio político con el riesgo de la frustración posterior. El
 caso del PSOE es más patético, no saben ni quiénes son, ni dónde están 
ni con cuanta fuerza cuentan con garantía razonable de que no siga la 
huida de votantes y militantes.
El caso de Podemos discurre por otra galaxia, están asumiendo que el 
poder ni se escala ni se asalta, que es algo más complicado y tienen que
 atender a sus propias tensiones internas que no son pocas y que se irán
 ensanchando a medida que se instalen en las instituciones.
En resumen un cuadro de inmovilistas que pretenden que otros les 
hagan el trabajo; gente sin más proyecto que resistir y esperar que las 
uvas caigan cuando estén muy maduras, por la ley de la gravedad.
(*) Periodista

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