Hacia los años 70, la opinión pública dejó de considerarse 
impredecible, volátil e inestable en los países con libertad de 
expresión y libertad de prensa. Se pensaba que la opinión pública gozaba
 de un sistema estructurado de valores y creencias, de tal forma que 
respondía con cierta coherencia a los acontecimientos. En cierta manera,
 la opinión pública era predecible y racional. Raro eran los cambios 
bruscos, salvo ante hechos históricos excepcionales. Esa visión tan 
optimista se basaba en la creencia de que la opinión pública se comporta
 como la suma de seres humanos que actúan con racionalidad sobre 
problemas y desafíos sobre los que están bien informados. Hace tiempo 
que ese percepción empezó a cambiar. 
Hoy pocos dudan de que existe un 
fuerte componente emocional en la generación de los estados de opinión 
pública, más aún en épocas de crisis económica, política y social. El 
debate de lo público se ha trasladado de la prensa escrita a la 
televisión, donde prima el espectáculo sobre el análisis y se forjan 
nuevos liderazgos que pueden durar lo que dura la popularidad de una 
serie de ficción. Mientras, los acontecimientos se suceden a tal 
velocidad que todo es evanescente y pasajero.Con todas sus limitaciones, los sondeos son la única manera de 
observar las tendencias no fluctuantes, las corrientes subterráneas que 
se mantienen a lo largo del tiempo en la opinión pública. 
Durante los 
últimos meses, ‘La Verdad’ ha encargado sucesivas encuestas para conocer
 la evolución de la estimación de voto en las autonómicas del próximo 
domingo. La última entrega que hoy publicamos refleja nítidamente cómo 
el eje derecha/izquierda se mantiene prácticamente sin desplazamiento en
 el electorado murciano, aunque el protagonismo y el peso se reparte de 
manera distinta con la entrada de Podemos y el espectacular ascenso de 
Ciudadanos. Todo ello a costa de un PP que no se recupera del gran 
desplome de las europeas y de un PSOE que puede perder su condición de 
segunda fuerza más votada. Es cierto que hay mucho voto indeciso y que 
incluso puede haber voto oculto en favor de los grandes partidos, pero 
lo que se observa a día de hoy es que tendremos, por primera vez en 20 
años, un gobierno autonómico sin mayoría absoluta. Mucho tendrían que 
cambiar las cosas para que el PP logre gobernar sin el respaldo de 
Ciudadanos.
      Lo que pesan hoy son las marcas, no los candidatos, en un 
electorado que no conoce a la mayoría de ellos y que tiene como 
referencia a los líderes nacionales que protagonizan la gran pugna 
electoral que se desarrollará a lo largo de 2015. Estamos ante una 
novedad relativa. El PP, por ejemplo, se benefició claramente del peso 
de las marcas en 2007. Habría ganado las municipales y autonómicas en la
 Región cualesquiera que hubieran sido los candidatos. 
La ventaja de los
 partidos emergentes es que no tienen pasado. Se les vota solo por 
expectativas de futuro. A PP y PSOE se les examina por sus propuestas 
para los próximos años, pero sobre todo por su labor de gestión y de 
oposición durante la última legislatura. 
Hace tres años se palpaba una 
doble preocupación en la sociedad murciana: la situación económica, con 
un paro descomunal, y el deseo mayoritario de una regeneración de la 
vida pública con más transparencia, participación y políticas destinadas
 a erradicar la corrupción de la vida pública. El PP se centró en lo 
primero. De lo segundo se olvidó y dejó que otros cogieran la bandera de
 la regeneración. El tímido intento de Garre fue rápidamente cercenado.
     La vieja guardia del PP murciano ha dejado ahora a los jóvenes 
cachorros el timón cuando el iceberg parece ya inevitable. En siete días
 la marea bajará y la bruma se habrá despejado. Solo entonces veremos en
 qué estado está el barco que fue la inequívoca opción mayoritaria de 
los murcianos durante dos décadas.
(*) Director de 'La Verdad'

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