Toda la clase política española está en alerta. Para bien o para mal,
 ya hemos empezado 2015, un año que será decisivo y en el que todo 
parece indicar que, tras las correspondientes citas con las urnas, el 
poder institucional cambiará de manos y reflejará en pocos meses las 
nuevas preferencias de los españoles que anticipan las encuestas y que, 
con todos los matices correspondientes, indican una y otra vez que el 
bipartidismo tiene los días contados.
En los últimos días hemos conocido los resultados de tres sondeos muy
 diferentes, patrocinados por El País, la Cadena Ser y La Razón, que, a 
pesar de atribuir diferentes porcentajes de intención de voto a los 
distintos partidos, marcan de un modo casi homogéneo una serie de 
tendencias comunes. Las mismas que dibujan el actual panorama en el 
momento del inicio de la batalla decisiva que viene.
Ya saben. Quizá el partido más votado vuelva a ser el PP, pero su 
batacazo va a hacer historia. Y en ningún caso parece que pueda volver a
 gobernar en solitario, porque ni siquiera alcanzaría la mayoría 
suficiente para hacerlo en minoría con apoyos puntuales. Así que, digan 
lo que digan, en Génova y en La Moncloa sólo cuentan con una posible 
tabla de salvación: el eventual pacto con el viejo enemigo socialista 
por el bien de España.
Y, en cuanto al PSOE, lo único claro es que ya no constituye una 
alternativa real de poder. Aunque sí podría aspirar a colocar a unos 
cuantos altos cargos en algún gobierno. Del PP preferiblemente, claro. 
Aunque la militancia de base del partido sigue sin entender que no sea 
posible acercarse más a Podemos y formar una alianza de ‘izquierdas’ en 
la que también tuviera sitio IU, el aparato, controlado ahora por Susana
 Díaz, ni se plantea esa posible opción.
Ni unos ni otros está por el cambio. Al contrario. La renovación 
terminaría con las familias que ahora están instaladas en las cúpulas de
 las que fueron las dos grandes formaciones políticas españolas de las 
últimas décadas. Más de uno tendría que afrontar responsabilidades, 
incluso penales, en una coyuntura hostil. Así que la jugada es evidente.
 Evitarlo como sea.
Pero el panorama cada vez se le complica más. Contra todos los 
pronósticos de los asesores palaciegos de cabecera de unos y otros, 
Podemos, sigue ganando terreno. Aunque sea más lentamente que al 
principio. Y, para colmo, la campaña de desprestigio y acoso contra el 
partido de Pablo Iglesias patrocinada por las huestes de Mariano Rajoy y
 Pedro Sánchez ha terminado por favorecer a Ciudadanos un inesperado 
tercero en discordia.
El partido de Rivera empieza a recoger en toda España los frutos de 
su trabajo y su firmeza en Cataluña. También es un buen refugio para los
 desencantados de UPyD y esa parte de los antiguos votantes del PP que, 
sencillamente, no pueden volver a introducir esa misma papeleta en la 
urna ni tapándose la nariz con unas pinzas.
De modo que la sangría de votos que está debilitando a ojos vistas al
 partido que ahora Gobierno, acaba de iniciarse por un flanco 
imprevisto. Y más complicado de cerrar. Aunque habrá quien crea que 
Rivera y los suyos pueden ser una especie de segunda marca del PP que 
facilite un futuro pacto alternativo, en el que eventualmente podrían 
estar también los de Rosa Díez.
Sin embargo, no parece que Ciudadanos vaya a repetir los errores de 
UPyD. Por lo menos, de momento. Cualquier signo de cercanía actual al 
PP, incluso en Cataluña, devolvería a las catacumbas a este partido 
emergente. Y su dirección lo sabe. Así que va a tener mucho cuidado con 
sus próximos movimientos y va a evitar de todas las formas posibles caer
 en las trampas políticas que la competencia tiene preparadas.
Y, en cuanto a Podemos, todo parece indicar que se disponen a iniciar
 el ataque decisivo para ese asalto al poder del que hablaron en su 
asamblea constituyente. Y que la batalla se va a seguir librando en 
Internet pero también en el mundo real. Pocas jugadas han aumentado 
tanto las expectativas de este grupo, como el mitin de Pablo Iglesias en
 Cataluña. Una intervención que, puso en serios problemas a las fuerzas 
soberanistas, hasta el punto que desde entonces CiU y ERC no tienen ni 
idea de cómo seguir jugando la partida.
Por eso, tal vez, estos dinámicos adalides de la ‘nueva política’ 
hayan decidido repetir la jugada en Andalucía. El último bastión 
electoral del PSOE y un lugar en el que cualquier partido que aspire a 
gobernar España necesita tener un buen resultado. Iglesias dará un mitin
 en Sevilla el próximo 17 de enero. La cita será, además, el primer acto
 importante del periodo de preparación de la ‘Marcha del Cambio’, la 
manifestación del 31 de enero, con final en la Puerta del Sol de Madrid,
 con la que Podemos quiere demostrar su poderío y la inevitabilidad de 
su ascenso a las alturas.
En Sevilla, Iglesias actuará con Teresa Rodríguez como telonera. La 
eurodiputada andaluza, supuesta líder del sector crítico a quien, sin 
embargo, el grupo dirigente del partido va a entregar la batuta en esa 
región de importancia capital para el éxito del proyecto. Con IU, cada 
vez más dividida, y una Susana Díaz cada vez más enrocada, el resultado 
de esta apuesta de Podemos puede marcar el principio del fin del 
predominio del PSOE en la región.
Y si los socialistas pierden el último bastión que les queda, la 
situación podría precipitarse. Por eso, nadie descarta que en unos 
meses, PP y PSOE gobiernen juntos Andalucía con tal de evitar unas 
elecciones anticipadas que Díaz no podría permitirse ahora. Porque 
podrían ser las primeras y las últimas a las que tuviera oportunidad de 
presentarse como cabeza de cartel. Ni más ni menos.
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