Miércoles. 25 de abril. Son las 12 horas y 41 minutos. Es casi una 
obligación mirar la hora exacta porque es infrecuente observar desde la 
tribuna de prensa al presidente del Gobierno pendiente de su reloj de 
pulsera. Como deseando que aquella tortura dialéctica del ministro Montoro defendiendo los presupuestos terminara ya.
El mismo gesto lo repetiría lo largo de la tediosa sesión de mañana sin que pudiera esconder su impaciencia, clamorosa cuando a las 12:45 las pantallas del hemiciclo, situadas a ambos lados de la Mesa, mostraron un primer plano de Rajoy con gesto ausente. Como ido. Como recordando la célebre frase de Estanislao Figueras tras un demencial consejo de ministros: "Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros".
No le faltaba razón al presidente. Se había enterado pocas horas antes de la publicación del video de Cifuentes,
 y cuando a las doce en punto atravesó el pasillo que conduce a los 
vomitorios del Congreso —por donde acceden sus señorías al hemiciclo— 
estaba ya todo el pescado vendido:
 Cifuentes había dimitido un cuarto de hora antes. Pero no todo estaba 
bajo control. Rajoy, una vez que accedió a su escaño, se cruzó de 
piernas, y uno de sus pies delató su ansiedad.
Mientras Montoro hablaba y hablaba, las generosas extremidades de Rajoy apuntaron a su izquierda buscando ganar espacio.
 En concreto, se dirigieron hacia la grada futbolera que cobija a los 
fotógrafos dentro de hemiciclo. Y fue entonces cuando su pie derecho, 
montado sobre el izquierdo, comenzó a moverse de forma nerviosa,
 hasta espasmódica. Hacia arriba y hacia abajo. Hacia arriba y hacia 
abajo. 
Así, algo más de un minuto. Un hecho singular impropio de un 
político muy bregado que desde diciembre de 2011 ha convertido su escaño
 de presidente del Gobierno en un remanso de paz. 
Incluso, en los momentos más duros de la crisis. Sin duda, porque Rajoy 
es un diputado muy disciplinado y rara vez gesticula, lo que denota sobriedad y un elevado autocontrol.
Pero es probable que aquella mañana Rajoy pensara que su ciclo político se había agotado. Jaque al rey que amenaza con ser mate. Desde luego, no solo por el asunto Cifuentes, feo donde los haya, sino porque en la tarde anterior había tenido que entregarse con armas y bagajes al PNV, con lo que ello representa para muchos votantes conservadores en pleno clima de tensiones territoriales a cuenta de Cataluña. Una nueva concesión a los nacionalistas que nadie como Albert Rivera será capaz de capitalizar.
Rajoy, aquella mañana, recordaba a Rodríguez Zapatero, quien el 12 de mayo de 2010, también miércoles, y obligado por la comunidad internacional (el propio Obama
 presionó al Gobierno socialista), anunció el mayor recorte del gasto 
público de la reciente historia económica. Zapatero sabía que era la 
única manera de salvar a España del rescate, pero 
también era consciente de que era lo mismo que condenar al Partido 
Socialista al averno, donde aún sigue ocho años después.
La pieza de los jubilados
La economía española, afortunadamente, ya no está con el agua al cuello, pero Rajoy sabe mejor que nadie que su mayor caladero de votos está entre los pensionistas, y por eso no podía dejar escapar la pieza de los jubilados. No en vano, casi once millones de españoles (uno de cada cuatro) tiene más de 60 años, y algo más de ocho millones cobra una pensión pública.
Era, sin embargo, el todo o nada para el PP, que ya no solo es un 
partido residual en Cataluña y el País Vasco, los dos territorios que 
generan mayores tensiones. En dos de sus feudos tradicionales —Madrid y 
la Comunidad Valenciana— la presión de Ciudadanos es tan intensa, 
también en Andalucía, que el castillo que levantó Aznar en el Congreso de Sevilla (año 1990) comienza a derrumbarse.
La debilidad de Rajoy es tan obvia que el propio Montoro, que pocas horas antes se había enterado del acuerdo entre Rajoy y Andoni Ortuzar, presidente del PNV, fue obligado a callar sobre
 lo pactado. El ministro de Hacienda no hizo ninguna mención a la subida
 de las pensiones en su primera intervención porque esa era la pieza 
electoral que se querían cobrar los nacionalistas vascos, presionados 
por muchos prejubilados de la reconversión industrial.
 Era evidente que aquella mañana el PP tenía un problema. Lo que sucede en Cataluña lo capitaliza electoralmente Ciudadanos, mientras que la subida de las pensiones como el IPC, la rentabiliza
 el PNV. Ni siquiera la recuperación económica —el PIB encadenará un 
ciclo de seis años consecutivos creciendo alrededor de un 3% al final de
 la legislatura— da votos al PP.
Como sostiene, un sagaz analista, muy próximo al viejo Partido Popular de Aznar, la situación es "irreversible". Cuando un partido con enorme capilaridad
 en todo el país (es el partido con más afiliados) no es capaz de 
capitalizar sus decisiones más generosas es que se ha desconectado del 
electorado. 
Probablemente, asegura, porque la crisis ha sido muy dura y 
ha golpeado con especial crudeza a las clases medias urbanas, 
precisamente, donde arrasaba el PP. "Es una recuperación sin votos", 
concluye. Y ni siquiera la estabilidad política que confiere aprobar los
 presupuestos es hoy un activo electoral suficiente para dar la vuelta 
al desastre.
¿Por qué se ha llegado a esta situación? El economista César Molinas tiene una teoría: "El problema no es Rajoy o el Partido Popular, el problema es que el sistema político está agotado. Hay ambiente de fin de régimen". 
Regeneración democrática
¿Qué
 quiere decir Molinas?, pues que el proceso político iniciado con la 
Constitución de 1978 se ha movido en los últimos años por inercia, y 
aunque hay nuevos jugadores en la política nacional —Podemos y 
Ciudadanos— lo cierto es que los problemas de fondo, en particular la regeneración democrática y la reforma de algunas instituciones obsoletas, siguen ahí. La corrupción del pasado se cobra hoy sus víctimas.
Su
 conclusión es que los dos grandes partidos se niegan a atacar los 
problemas subterráneos de la democracia española. Y si primero 'cayó' el
 Partido Socialista, con sus ruinosos resultados electorales en 
beneficio de Podemos, ahora le toca el turno al Partido Popular, que 
observa con pavor cómo Ciudadanos le come la tostada con un discurso oportunista
 en el que el adversario político siempre es el responsable de lo malo, 
mientras que las cosas positivas (como la bajada de impuestos o la 
reforma de los autónomos) es fruto del compromiso de Rivera con la 
gobernabilidad del país.
¿Cuándo se torció todo para el PP? Curiosamente, a partir de 2012. La llegada al poder significó una enorme descapitalización
 del partido, tanto ideológica como orgánica, lo que explica que haya 
entrado en el peor escenario: discutir clandestinamente sobre el futuro 
del líder. Es decir, si Rajoy se presenta o no se presenta a un nuevo 
mandato, lo cual ahoga cualquier debate interno y convierte al partido 
en un zombi político.
Hasta el punto de que ha "externalizado" en los jueces la cuestión catalana, y, en paralelo, ha convertido al PNV en el gran mediador
 de este país. Tanto para desbloquear los presupuestos del Estado como 
para buscar un Gobierno 'limpio' en Cataluña, que es el último 
agarradero del Gobierno para sobrevivir.
Rajoy necesita que haya 
un Govern limpio para frenar la sangría de votos en favor de Ciudadanos,
 pero mover el transatlántico es siempre una operación lenta, sobre 
todo, cuando está judicializada por ausencia de política, y de ahí que el objetivo número uno de Moncloa sea ahora pacificar el frente catalán, aunque haya que comulgar con ruedas de molino. Paradojas de la política, un partido soberanista, el PNV, es hoy quien zurce los problemas territoriales del país.
El futuro de Rajoy, sin embargo, no es lo más transcendente. Lo que está en juego es un recambio en la correlación de fuerzas del centro derecha. El economista César Molinas, de hecho, no descarta que Albert Rivera, que se mira de forma obsesiva en Macron,
 quiera ir convirtiendo a Ciudadanos en un movimiento parecido a 'En 
Marche!', el exprés que llevó al Elíseo al presidente francés. Entre 
otras cosas, porque el terreno está abonado. De ahí que su estrategia 
pase por buscar compañeros de viaje (como Valls) ante su escasa presencia territorial.
Musculatura intelectual
Como sostiene un antiguo dirigente del Partido Popular, el PP de Rajoy ha perdido no solo su coherencia ideológica con sus continuos golpes de timón en la política presupuestaria, sino que carece de musculatura intelectual.
 "Es un partido exhausto muy bajo de defensas", asegura, y las 
perspectivas son peores porque después de la reciente sentencia del 
Tribunal Constitucional sobre los vetos del Gobierno, Rajoy va a ver 
como el parlamento desmonta una a una las leyes que aprobó cuando tenía mayoría absoluta.
Lo paradójico es que los problemas del PP, en plena crisis de identidad, coinciden con un fenómeno más de fondo que tiene que ver con la progresiva derechización
 de la sociedad española, y, que, curiosamente, está capitalizando un 
partido que se presentó como de centro izquierda, como es Ciudadanos, y 
que hoy es el preferido del Ibex (Rajoy siempre ha despreciado los 
cenáculos y los mentideros de los poderosos, al contrario que Rivera).
Es
 decir, que, ni siquiera en su terreno natural, el PP es capaz de ganar 
votos y de rentabilizar la salida de la crisis. No hay pendulazo ideológico. Un partido de derechas es probable que sustituya a otro de derechas, lo cual deja a la izquierda en una situación inaudita.
La ruptura con la Faes de Aznar, de hecho, ha dejado
 al Partido Popular huérfano de ideas, y hoy se han dinamitado esos 
espacios de autonomía que en cualquier sistema político debe haber entre
 el partido (que es quien gana las elecciones) y el Gobierno,
 que es quien gestiona el poder. Hoy manda Moncloa, o, mejor dicho, el 
rey Rajoy, y Génova es un mero apéndice administrativo que se come todos
 los marrones. 
Entre otras cosas, porque la secretaria general, Dolores Cospedal,
 es ministra de Defensa, y lo último que le preocupa en la vida es el 
partido, más allá de haber tenido que acudir el mismo miércoles a la Puerta del Sol para sofocar el incendio provocado por el video de 
Cifuentes.
La ausencia de debate, como destaca otro exdirigente 
popular, es tan evidente que ya ni siquiera en el Consejo de Ministros 
hay alguna discrepancia, como las que pudo haber en tiempos de García-Margallo, cuando cuajó una línea de pensamiento crítica con la bicefalia imperfecta (Rajoy-Sáenz de Santamaría). Hoy, Rajoy sigue con su vieja guardia de los tiempos de la oposición (Montoro o Báñez), y solo ha incorporado a algunos independientes sin peso político. Como intentando hacer bueno aquello que aconsejaba Franco a uno de sus ministros: 'Hágame caso, no se meta en política'.
Quien
 sigue haciendo hoy la política, sin embargo, son las cloacas del 
Estado, que han creado monstruos informativos salidos del gabinete del doctor Caligari en el Ministerio del Interior, y que marcan el paso a Moncloa, donde la consigna es no hacer política. Solo gestión.
 Y ya se sabe lo que le sucedió a Margallo, invitado por Rajoy a dejar 
el Gobierno. Al exministro de Exteriores, desde entonces, le gusta 
repetir lo que dijo Bruto tras el asesinato de Julio César: "Qué me importa la suerte del César, cuando lo que está en juego es la suerte del imperio".
(*) Periodista

No hay comentarios:
Publicar un comentario