Aunque se ha dicho muchas veces, la situación política que vive Catalunya se enquistó definitivamente el 3 de octubre de 2017, con aquel nefasto discurso del jefe del Estado que situó fuera de la legalidad a las instituciones catalanas, validó la represión policial del 1 de octubre y provocó una grieta insuperable,
 al menos hasta el día de hoy, entre buena parte de la sociedad catalana
 y la monarquía española. 
En aquel discurso están muchas de las claves 
de cómo se apartó del terreno de juego al gobierno de Mariano Rajoy
 y se estructuró una cadena de mando del procés fundamentalmente 
judicial, con connivencia, en todo caso, con el palacio de la Zarzuela.
Dos años después, cualquier visita del rey Felipe VI a Catalunya
 es una larga carrera de obstáculos que discurre entre la hostilidad o 
la indiferencia ciudadana y el boicot de las autoridades catalanas que 
no acostumbran a participar en ninguno de los actos en que el monarca 
está presente, excepto en aquellos de una fuerte presencia 
internacional. 
El Parlament de Catalunya  ha aprobado diferentes 
mociones contrarias a la monarquía española, el Govern ha declarado 
formalmente que la institución no representa a los catalanes y son 
muchos los ayuntamientos catalanes que se han pronunciado en su contra.
No ha habido, en cambio, ningún gesto de la más mínima corrección de 
aquel episodio por parte de la Zarzuela, reprochado alguna vez en 
público y muchas, en voz baja, por sectores unionistas y monárquicos 
catalanes. Se ha optado por las espadas en alto, el silencio público y 
corregir lo que desde Madrid podía ser visto como inacción en el caso de
 Rajoy para actuar contundentemente contra el independentismo o 
veleidades como en el caso de Pedro Sánchez con la declaración de Pedralbes que,
 por cierto, está en la web de la Moncloa y que algún día convendría que
 la quitaran o la cumplieran. 
Por eso, son especialmente llamativas las declaraciones que ha publicado este jueves El Español y
 que atribuye a una de las personas que trabajan al lado del Rey cada 
día, y que, a estas horas nadie ha desmentido. La fórmula de los 
colaboradores junto con la de un portavoz son las que se suelen utilizar
 para dar veracidad a una noticia de una institución que solo habla 
oficialmente por medio de los discursos.
A través de este portavoz, sabemos tres cosas: la primera, que el Rey no se arrepiente de nada de lo que dijo
 y que no cambiaría ni una coma de su intervención televisiva. Segunda, 
que hubo muchos problemas para poder materializar el discurso ya que "necesitábamos el apoyo total del gobierno de Rajoy, que tenía dudas"
 y que la decisión de llevar a término el mensaje estaba tomada en 
palacio desde el mismo día 1, cuando Zarzuela comunicó a Moncloa que 
Felipe VI "quería dar un paso al frente" y que, viendo las cargas 
policiales, jamás dudó. Y, tercero, que según cual sea la reacción a la 
sentencia del Tribunal Supremo en Catalunya "si tiene que volver a hablar, hablará". 
En estas tres frases se concentra lo que ocurrió hace dos años y lo que
 puede volver a ocurrir. Pero también, el papel fundamental que jugó y 
que muchos juristas han interpretado como fuera de lo que prevé la 
Constitución para un jefe del Estado en una situación que alguien quiso 
que imitara a la de su padre el 23-F pero que no tenía nada que ver.
No era un golpe de Estado, por más que se ha tratado de presentar así
 y en la prisión están muchos de los miembros del Govern que no están en
 el exilio, la presidenta del Parlament del momento y los líderes de las
 entidades soberanistas; y el gobierno español tampoco estaba 
secuestrado como en el 23-F. 
Pero, en este caso, la máxima de que el Rey
 habla en nombre del Gobierno se cumplió matizadamente. Quizás sería más
 lógico decir que el Gobierno se sumó a lo que decidió el Rey. 
(*) Periodista y director de El Nacional

 
 
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