“Ahora, que el Gobierno gobierne”. Esta frase, pronunciada por Felipe González en
 octubre de 1977 mientras sellaba los pactos de la Moncloa, resuena de 
nuevo en la política española. “Que el Gobierno gobierne”, estuvo a 
punto de exclamar ayer Pablo Casado después de entrevistarse con Pedro Sánchez , con la cautela de no quedar fuera de ninguna foto que evoque el consenso en tiempos de desgracia.
González pactó y después le dijo a Adolfo Suárez que se dedicase a gobernar. Ante las protestas de Santiago Carrillo ,
 que exigía una comisión de seguimiento para fiscalizar el cumplimiento 
de las reformas políticas y sociales que debían acompañar el ajuste 
salarial, el joven secretario general del Partido Socialista Obrero 
Español argumentó que esa labor de control se podía realizar, sin 
necesidad de mucha parafernalia, desde una ponencia de la comisión de 
Economía del Congreso. González no quería que Suárez se escudase en el 
consenso para rehuir sus responsabilidades como gobernante. 
Temía que 
una comisión de seguimiento formalmente constituida en el Parlamento 
facilitase la pinza de UCD y el PCE sobre el Partido Socialista. En 
definitiva, no quería quedar preso de la “política de concentración” 
porque se consideraba alternativa de Gobierno.
Todo vuelve y todo es distinto. Muy distinto. Pablo Casado no
 quiere quedar prisionero de una “política de concentración” impulsada 
por la izquierda, pero debe estar muy atento a una opinión pública 
consternada por la magnitud de la tragedia. Aún no lo hemos visto todo. 
Vienen tiempos muy duros.  En Portugal, la oposición acaba de afirmar 
que es un “deber patriótico” colaborar en estos momentos con el Gobierno
 presidido por el socialista António Costa .
El grupo dirigente del Partido Popular, tutelado por José María Aznar ,
 trabaja con la idea de que el actual Gobierno de coalición morirá 
abrasado por la crisis económica que se avecina: una crisis que ya está 
aquí. ¿Qué gobierno puede resistir una caída del PIB del 13% y un paro 
del 21%, pronosticados ayer por el Banco de España, sin el escudo del 
consenso?¿Qué Gobierno puede resistir eso sin un decidido auxilio de la 
Unión Europea? 
El PP está convencido de que la alianza entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias ,
 estos días blindada por el líder socialista, no logrará salir con vida 
del purgatorio del 2021. Es esta una convicción bastante extendida en la
 ciudad-Estado de  Madrid. 
“Es evidente que a finales del 2021, Sánchez 
no va a estar en el Gobierno. No sé quien estará”, afirmaba ayer el 
sociólogo Narciso Michavila en el diario madrileño El Economista .
 Con esa hipótesis también trabaja el ala derecha del independentismo 
catalán. El círculo de Waterloo recrea estos días la fantasía de España 
como Estado fallido.
Casado no quiere que Sánchez rehúya sus responsabilidades, 
escondido detrás de los cortinajes del consenso. Teme que el PSOE le 
haga la pinza con Ciudadanos y acabe aprobando los presupuestos del 2021
 con un juego de carambolas parlamentarias, razón por la cual pronto 
veremos una mayor hostilidad de los populares hacia la formación de Inés Arrimadas , especialmente en la Comunidad de Madrid.
Todo se repite y todo es distinto. No hay pacto –por el 
momento–, pero habrá comisión. Casado exigió ayer que la mesa de 
partidos para el acuerdo de Reconstrucción se constituya en comisión 
parlamentaria para poder fiscalizar mejor al Gobierno y no quedar en 
manos de los alardes escenográficos de Iván Redondo . Sánchez se 
lo concedió porque quiere tener al PP dentro del marco pactista, aunque 
sea en el interior de una cámara frigorífica.
Habrá tres ámbitos de discusión: la comisión parlamentaria;
 la mesa territorial, en la que el Gobierno dialogará con las 
comunidades autónomas y los ayuntamientos, y la mesa social, 
protagonizada por la patronal y los sindicatos. A menos que el Partido 
Popular logre frenar a la CEOE, la mesa social puede ser el motor de los
 acuerdos.
Todo se repite y todo es distinto. En 1977, España ni 
siquiera formaba parte del Mercado Común. La partida principal se juega 
esta vez en Bruselas. Si hay pacto en la Unión Europea para evitar una 
catástrofe económica y social en España, Portugal e Italia, habrá pacto 
en Madrid.
Todo se repite y todo es distinto. Los pactos de la 
Moncloa fueron motivados por las dramáticas consecuencias del 
encarecimiento del petróleo en 1973. Ayer, el precio del petróleo sufrió
 un vertiginoso hundimiento en Estados Unidos. Por mucho menos, en el 
siglo pasado empezaba una guerra.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia

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