Son ya tres las 
elecciones consecutivas en las que la síntesis política que la sociedad 
española hace de sí misma a través de los partidos políticos de su 
elección no garantiza la gobernabilidad del país.
Las 
elecciones son representativas de la realidad del país. Pero sus 
resultados no permiten formar mayorías en positivo. No permiten dar 
cobertura a una acción de gobierno propiamente dicha
En 1996 José María Aznar fue investido presidente del 
Gobierno a partir de una mayoría relativa de 156 escaños. Necesitó los 
escaños de CiU (16) y del PNV (5) para obtener la mayoría absoluta. Ha 
sido la mayoría relativa más reducida que ha posibilitado la formación 
de un Gobierno con base en una investidura “de verdad”. 
Cuando la 
mayoría relativa ha estado por encima de esos 156 escaños, que es lo que
 ha ocurrido en todas las legislaturas constitucionales desde la primera
 de 1979 hasta la undécima de 2011, la formación de gobierno no ha 
planteado problemas dignos de mención. Cuando la mayoría relativa ha 
bajado de ese umbral, la formación de gobierno o no ha sido posible o ha
 sido resultado de una “falsa investidura”.
Así 
ocurrió tras las elecciones del 20 de diciembre de 2015. El PP obtuvo 
123 escaños y el candidato por dicho partido, Mariano Rajoy, no aceptó 
el encargo del Rey para intentar ser investido presidente del Gobierno. 
Pedro Sánchez sí aceptó el encargo e intentó formar un Gobierno con 
Ciudadanos, pero tropezó con la mayoría negativa constituida por PP y 
Podemos. El resultado fue la disolución de las Cortes y la convocatoria 
de nuevas elecciones en las que el PP obtuvo una mayoría relativa de 137
 escaños.
En esta ocasión Mariano Rajoy sí aceptó el 
encargo del Rey y acabó siendo investido presidente, pero, para que 
pudiera serlo, fue preciso la abstención del PSOE, cuyo Secretario 
General dimitió y abandonó el escaño en el Congreso de los Diputados. 
Fue, en consecuencia, una investidura en cierta medida fraudulenta. Hubo
 mayoría de investidura, pero no mayoría de gobierno. La mayoría en el 
Congreso de los Diputados era una mayoría negativa respecto del Gobierno
 de Mariano Rajoy, aunque no se hubiera manifestado como tal en la 
investidura.
Buena prueba de ello sería el éxito de la
 moción de censura con Pedro Sánchez como candidato a la presidencia del
 Gobierno. La mayoría negativa tuvo que expresarse en positivo porque 
así lo exige el artículo 113 de la Constitución. En lo que tenía de 
mayoría negativa contra Mariano Rajoy, lo era de verdad. En lo que tenía
 de mayoría positiva respecto de Pedro Sánchez no se puede decir lo 
mismo. Esa mayoría de la moción de censura no habría podido expresarse 
como mayoría de investidura. De haber sido así, se habría producido al 
comienzo de la legislatura.
Tras las elecciones del 
28A nos encontramos en una situación que es distinta, sin lugar a dudas,
 de la resultante de las elecciones generales de 2015 y 2016, pero en la
 que el problema de fondo de la no existencia de una mayoría de 
investidura “de verdad” sigue estando presente. 
Es verdad que, en el 
caso de que Pedro Sánchez fuera investido presidente de cualquier forma 
que lo fuera, no existiría en el Congreso de los Diputados una mayoría 
para la moción de censura, como sí la hubo frente a Mariano Rajoy, pero 
no lo es menos que la configuración de una verdadera mayoría de 
investidura en positivo, que pudiera operar a lo largo de la legislatura
 como mayoría de gobierno, no se vislumbra con claridad.
Son
 ya tres las elecciones consecutivas en las que la síntesis política que
 la sociedad española hace de sí misma a través de los partidos 
políticos de su elección no garantizan la gobernabilidad del país. Las 
elecciones son representativas de la realidad del país. Pero sus 
resultados no permiten formar mayorías en positivo. No permiten dar 
cobertura a una acción de gobierno propiamente dicha.
La
 acción de gobierno en una democracia parlamentaria se expresa a través 
de la potestad legislativa y la potestad presupuestaria. Desde las 
elecciones de 2015 la potestad legislativa parlamentaria ha sido 
sustituida por la potestad legislativa gubernamental, Decreto-ley en 
lugar de la Ley, y apenas se ha ejercido la potestad presupuestaria y 
siempre desvinculada del ciclo temporal para el ejercicio de la misma 
prevista en la Constitución. Como consecuencia del no ejercicio de ambas
 potestades, no ha habido propiamente control de la acción de gobierno, 
aunque sí mucho ruido.
¿Se puede revertir esta 
situación? La investidura es un problema, porque en el supuesto de que 
no se produjera y hubiera que repetir elecciones, nos estaríamos 
deslizando por una pendiente muy peligrosa. Pero con la investidura 
exclusivamente no vamos a salir de la crisis constitucional en que 
estamos inmersos. El sistema político diseñado en la Constitución de 
1978 no garantiza la gobernabilidad del país.
(*) Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla

 
 
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