Este lunes 2 de mayo, festividad de la Comunidad de Madrid, se ha 
agotado el plazo establecido por la Constitución para encontrar un 
candidato a ser investido presidente del Gobierno de España: plazo que 
comenzó a correr cuando el socialista Pedro Sánchez fue propuesto por el
 Jefe del Estado para que intentase encontrar una mayoría de apoyos 
primero, y más votos afirmativos que negativos, en segunda instancia, 
algo que no consiguió” en una segunda vuelta celebrada el pasado 4 de 
marzo.
Agotado, pues, el plazo legal establecido, este martes 3 de Mayo, el 
Rey Felipe VI firmará, con el refrendo del presidente del Congreso Patxi
 López, el decreto de disolución de las Cámaras y de convocatoria de 
elecciones generales para el domingo 26 de junio, cuya campaña electoral
 comenzará oficialmente a las cero horas del 10 de junio. Campaña con 
los mismos candidatos, con los mismos programas, con los mismos odios y 
diferencias y con la promesa de que ésta será una campaña más austera 
que la de convocatorias anteriores, como pidió el Jefe del Estado a los 
representantes de los partidos políticos que pasaron por las rondas de 
consultas en el Palacio de la Zarzuela.
Aunque aquí ha pasado desapercibida la petición Real (e incluso ha 
sido utilizada en Twitter para atacar lo que percibe económicamente el 
Jefe del Estado y la Casa Real) fuera, la prensa Internacional, muy 
crítica con los políticos que han sido incapaces de encontrar una salida
 al bloqueo político del pasado 20 de diciembre, reconoce, por ejemplo, 
el Frankfurter Allgemaine Zeitung, que “en la crisis de los 
partidos españoles, la monarquía, convertida en garante de la 
estabilidad, sale reforzada”. El periódico alemán titula su información 
con un significativo título: “El último hombre de Estado en España”.
La tesis del Frankfurter es que el único que domina de 
momento la crisis política en España con maneras de hombre de Estado 
es el Rey Felipe VI. El “ciudadano Borbón” se ha atenido estrictamente a
 lo estipulado en la Constitución, que le permite “reinar” pero no 
“gobernar”. “Los españoles, que han vuelto a dar malas calificaciones a
 sus políticos por no haber sabido hacer nada sensato con el 
fragmentado resultado electoral, opinan mayoritariamente (un 54 por 
ciento) que el Rey ha desempeñado bien su función: con imparcialidad, 
ateniéndose fielmente a la ley e incluso con transparencia”.
Y sigue el diario: “Los rumores que surgen periódicamente, según 
los cuales el corazón de Felipe, al igual que el de su padre Juan 
Carlos, late en el fondo por los socialistas, mientras que su esposa 
Letizia habría instigado en la trastienda en favor de Podemos, no 
llegaron a confirmarse”. El monarca pidió dos cosas: que los políticos
 hagan una campaña austera y que no fatiguen al electorado, de por sí 
poco entusiasmado con las nuevas elecciones. Al Rey le queda la 
satisfacción de comprobar que la parálisis política, al menos ha 
fortalecido a una institución con carácter formador del Estado: la 
monarquía. Muchos españoles, entre ellos también algunos políticos, 
parecen percatarse de que “la Corona es un útil factor de estabilización
 en tiempos inciertos”.
Probablemente el Rey es el que sale mejor librado de la crisis 
política, que ha observado con absoluta neutralidad, hasta el punto que 
ha tenido fricciones con el presidente del Gobierno cuando le pidió un 
paréntesis temporal para solicitar un informe al Consejo de Estado para 
no esperar el inicio de un acto de investidura, como señala la 
Constitución, para iniciar la cuenta atrás para la disolución de las 
Cámaras. 
Haciendo un repaso de parte de los grandes medios 
internacionales se comprueba que centran sus críticas en los 
responsables de los partidos, en los viejos y en los nuevos, que han 
sido incapaces de llegar a un entendimiento, hasta provocar lo que 
llaman “fiasco del sistema político”, entre otras razones, explican, 
porque España ha entrado en una turbulenta “era a la italiana‟ por dos 
motivos principales. En primer lugar, por el ascenso de dos nuevos 
partidos impulsados por la crisis económica y la consiguiente 
indignación social y, en segundo, por el hecho de que cada uno de los 
cuatro principales partidos mostró una total intransigencia durante las
 negociaciones, imposibilitando la consecución de un acuerdo.
 
El descontento de la ciudadanía es preocupante
El descontento de la ciudadanía es preocupante
El estudio postelectoral realizado por el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) y hecho público el mismo día de la disolución del Parlamento, proporcionan un panorama que no llama precisamente al optimismo sobre lo que piensa el electorado sobre la situación del país, el grado de credibilidad de los partidos políticos y de las Instituciones como el Parlamento y los criterios que le mueven a votar a un partido u otro, en una coyuntura en la que está a punto de desaparecer el bipartidismo y de fortalecerse el cuatripartito. Es más, hay un dato revelador: Las elecciones del 20D se dirimieron en gran medida en el eje de lo nuevo y lo viejo. Las mayores dudas de los votantes se produjeron entre votar al partido tradicional de centro derecha (PP) o centro izquierda (PSOE) o el emergente cercano a sus posiciones. De este modo un 17% dudó entre votar al PP o a Ciudadanos y un 11,6% dudó entre hacerlo entre el PSOE o Podemos.
Otros datos llaman la atención a primera vista: La corrupción sigue siendo el segundo problema que más preocupa a la ciudadanía, después del paro; la mayoría de los españoles piensan que la situación política es mala o muy mala y la situación económica mucho peor; hasta un 75% de los 6.400 encuestados creen que los políticos no se preocupan mucho de lo que piensa la gente como ellos; del 78,4% que se reafirma en el sentido de su voto en diciembre, el 95,2 por ciento está dispuesto a votar de nuevo al PP, el 87,6 al PSOE, el 90,5 a Podemos y el 79,1 a Ciudadanos. Pero uno de los datos más desesperanzadores, lo descontentos que están los encuestados con los partidos políticos, con el Parlamento o con el Poder Judicial, y la creencia existente de que quienes estén en el poder “siempre” buscan sus “intereses personales”.
(*) Periodista

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