Mariano Rajoy
 es hoy el rostro de una derecha que acusa la fatiga de los materiales. 
De las cuatro graves crisis que sacudieron la legislatura que gobernó 
con mayoría absoluta sólo una está resuelta: el relevo inesperado en la 
Jefatura del Estado, que se produjo con discreción y rapidez con la 
colaboración del PSOE de Alfredo Pérez Rubalcaba. Las otras tres – la 
crisis económica y financiera, el movimiento secesionista en Cataluña y 
los escándalos de corrupción que gangrenan la imagen del partido- están 
en diferentes fases de desarrollo.
Las
 cuatro crisis, que se produjeron de forma casi simultánea, 
podrían haber derribado a un Gobierno que no tuviera la mayoría en 
las dos cámaras. El PP salió de ellas tocado pero no hundido. En las
 elecciones de diciembre fue el partido más votado, pero no 
encontró aliados para conformar una nueva mayoría. Y todo apunta a 
que volverá a ser la fuerza más votada en las elecciones del próximo
 mes de junio. Pero si no alcanza una mayoría suficiente, cosa poco
 probable, todo será distinto. Esta vez el pacto será inevitable y 
Rajoy, probablemente, tendrá que pagar un precio por el acuerdo si 
encuentra socios, o el PP deberá pasar a la oposición.
La 
larga marcha de la derecha española desde los debates de la 
Constitución de 1978 ha sido accidentada pero firme en dos aspectos 
esenciales de su discurso político: la defensa de la unidad 
nacional y la creencia de que los problemas endémicos de la 
sociedad española sólo tenían solución en la Unión Europea. Lo dijo
 Ortega mucho antes, incluso, de la guerra civil, esa cicatriz en 
la que cierta izquierda aún hurga en busca de votos. España era el 
problema, Europa la solución.
Pero el europeísmo ha perdido 
gran parte de su brillo ante las condiciones económicas –reducción 
de la deuda, déficits contenidos- que exige nuestra pertenencia 
al club europeo del euro. Rajoy presume, con motivo, de haber 
estabilizado la economía española, de haber evitado la 
intervención, pero ese discurso parece demasiado frágil para 
sostener un proyecto político ante una sociedad escéptica que 
añora las épocas de expansión económica. No hay mayor desafío que 
defraudar las expectativas de una sociedad de consumo que exige el
 crecimiento continuo.
Además la revuelta nacionalista 
catalana, tratada por el Gobierno con una cierta displicencia para 
ocultar su temor a un conflicto irreversible, y la gangrena de la 
corrupción han dejado a Rajoy y al Partido Popular a la defensiva, 
acosados por los escándalos que intenta diluir en el gran charco de
 las corrupciones ajenas. El cenagal afecta a los partidos que 
tienen o han tenido responsabilidades de Gobierno, lo que ha 
permitido a los nuevos partidos, Ciudadanos y Podemos, hablar de 
nueva y vieja política, un mensaje que doblan con otro más 
subliminal: jóvenes limpios frente a viejos con demasiados 
esqueletos en el armario.
Su fuerza, sin embargo, está en las
 debilidades ajenas. El PSOE, el rival tradicional se ve acosado 
por la coalición neocomunista que se presentas ante la sociedad 
bajo la máscara de un movimiento social/populista. La 
pretensión de esta coalición de Podemos e Izquierda Unida de 
arrastrar al PSOE a una gran alianza para excluir del gobierno a la 
derecha, una práctica con una cierta tradición en España, puede 
aglutinar en torno al PP a sectores sociales que no desean que la 
izquierda radical acceda al Gobierno. 
El apoyo de la coalición 
dominada por Podemos al derecho de autodeterminación, bajo el 
eufemismo del llamado derecho a decidir, que reclaman diversas 
fuerzas nacionalistas choca también con la oposición de amplios 
sectores sociales que ven en el PP y Ciudadanos una barrera a la 
desintegración del Estado. Tal vez sea el voto del miedo, también 
llamado voto útil, el que decida las elecciones. En ese 
escenario, Pedro Sánchez se apresura a reclutar personalidades 
de la época de Felipe González para dar densidad a su candidatura.
Rajoy
 y el PP se dirigen a una campaña electoral previsiblemente 
tormentosa. Llegaron a contar en 2011 con más de diez millones 
ochocientos mil votos (un 44,62%) que se quedaron en siete millones 
doscientos quince mil votos (28,72%) en diciembre de 2015. Tal vez 
muchos de esos votos perdidos se fueron a Ciudadanos que consiguió 
tres millones y medio de votos (13,93 %) en su presentación en unas 
elecciones generales y que será, con su perfil 
constitucionalista, liberal y reformista, un rival a tener en 
cuenta.
Las crisis del PP no son muy distintas a las que padece 
la sociedad española, A la gangrena de la corrupción, con el 
desprestigio de la clase política, se suma la gangrena 
secesionista en un ambiente de crisis económica. El Gobierno que 
salga de las urnas de junio tendrá que afrontar la triple crisis y tal 
vez sean necesarios más de dos partidos para sostener las reformas
 necesarias. Se habla mucho de reformar la Constitución. No creo que
 se pueda hacer sin el PP o sin el PSOE.
(*) Periodista

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