Nos prometieron que las vacunas nos protegerían del covid, que la
epidemia terminaría y que nos devolverían la normalidad robada. Sin
embargo, casi dos años después ninguna de esas promesas se ha cumplido.
Con un récord de contagios que convierte a la variante ómicron en una
epidemia de vacunados (pocos meses después de vacunarse), continuamos
con la retahíla de acientíficas restricciones-paripé, test de
asintomáticos, disruptivas cuarentenas y una fe ciega en unas vacunas
que evidentemente no han respondido a las expectativas. ¿Hasta cuándo
continuará el contubernio político-mediático-farmacéutico intentando
silenciar la evidencia?
Primero nos dijeron que las vacunas
impedirían que nos contagiásemos del covid y sólo cuando la evidencia
puso de manifiesto que estar vacunado no protegía en absoluto de la
infección sintomática ni impedía la transmisión cambiaron de argumento:
ahora las vacunas ya no nos protegían de enfermar, sino de hacerlo
gravemente y morir.
¿Así de fácil? ¿Cambiamos el relato y pelillos a la
mar? Un momento. Todo el programa de vacunación masiva e indiscriminada
de la población con vacunas en gran medida experimentales, incluyendo a
la inmensa mayoría (adultos sanos, jóvenes, adolescentes y niños) para
los que el covid es una enfermedad leve, se basaba en la premisa de que
la vacuna impedía la transmisión y lograría la ansiada “inmunidad de
rebaño” del 70%.
Si las vacunas no impiden el contagio ni la
transmisión, ¿por qué se ha vacunado a toda la población y no sólo a la
población de riesgo? ¿Por qué se continúa con el inmoral engaño de
vacunar a los niños?
Este fiasco vacunal era previsible, como advertí por primera vez en septiembre del 2020. Nunca se había aprobado una vacuna eficaz contra ningún tipo de coronavirus ni se había utilizado la problemática[1]
tecnología genética de ARNm en ninguna vacuna.
Los plazos habituales de
aprobación de una vacuna con ensayos clínicos de entre cinco y diez
años de duración se habían reducido a dos meses, por lo que cualquier
afirmación sobre su eficacia y seguridad pecaba de prematura.
Para más
inri, las empresas farmacéuticas eran perfectamente conscientes de todo
ello y, preocupadas por la aparición de efectos secundarios adversos
“dentro de cuatro años[2]”, habían firmado contratos con cláusulas de indemnidad que les eximían de toda responsabilidad.
Lo
ensayos clínicos sobre los que se aprobaron las vacunas vectoriales y
las terapias genéticas de ARNm no mencionaban en ningún momento que
éstas impidieran la gravedad y muerte, sino el contagio.
Por lo tanto,
han fracasado precisamente en aquello por lo que fueron aprobadas, un
ejemplo particularmente punzante de que los ensayos clínicos deben ser
siempre tomados con cautela, pues las empresas farmacéuticas que esperan
lucrarse por la aprobación del fármaco gozan de una clara asimetría de
información frente al regulador y éste está sujeto al permanente
conflicto de interés de las puertas giratorias.
Con buen motivo,
expertos como Peter Doshi, editor del British Medical Journal, mostraron las dudas que planteaba la cacareada eficacia del 95%[3],
y un grupo de médicos británicos escribía recientemente en el BMJ que
la pérdida de eficacia “sugiere que los efectos de las vacunas
desaparecen rápidamente y/o que se introdujo algún sesgo o
irregularidades en los procedimientos originales de los ensayos[4]”.
Tras
pocos meses, y conforme aparecían nuevas variantes, la eficacia de las
vacunas empezó a decaer abruptamente, como mostraron numerosos estudios[5]. Antes de ómicron, a finales de octubre, The Lancet Infectious Diseases publicaba que “la eficacia de las vacunas en reducir la transmisión es mínima en el contexto de la variante delta[6]”, y otro macro estudio sueco publicado en The Lancet concluía que las vacunas de Pfizer y Astrazeneca (82% de las dosis administradas en España) no tenían “ninguna eficacia[7]”
para evitar la infección de covid transcurridos siete y cuatro meses,
respectivamente, desde su inoculación.
Con ómicron la situación ha
empeorado: ya no es que las vacunas no tengan ninguna eficacia, sino que
su eficacia es negativa, es decir, que los vacunados son más
susceptibles de contagiarse que los no vacunados.
Así lo concluye un
recientísimo estudio danés[8], datos oficiales de la Sanidad británica[9] y un estudio noruego publicado en Eurosurveillance[10]. Hace pocos días, el virólogo Luc Montagnier, Premio Nobel de Medicina del 2008, confirmaba en un artículo en el Wall Street Journal
que “datos de Dinamarca y Canadá indican que las personas vacunadas
tienen mayor tasa de infección de ómicron que las no vacunadas[11]”.
Antes
del advenimiento de la fanática idolatría de las vacunas covid, ¿cómo
se habría calificado a una vacuna que pierde completamente su eficacia
en cuestión de meses y luego tiene eficacia negativa? Estas “vacunas”
jamás habrían logrado su aprobación por el procedimiento normal, y
debemos exigir a los políticos que admitan el fracaso de su miope
obcecación vacunal universal y detengan el programa de vacunación
infantil, un escándalo que no beneficia a nadie y pone en riesgo la
salud de los niños.
Respecto a la eficacia de estas vacunas para
“evitar” la gravedad y la muerte, la creencia popular está de nuevo
equivocada. El Ministerio de Sanidad español, con datos ciertamente
opacos, señala que aproximadamente tres de cada cuatro muertos por covid
(entre el 72% y el 80%) desde otoño eran personas perfectamente
vacunadas[12], porcentajes similares a los ofrecidos por el Reino Unido[13].
¿Han leído esto en algún medio?
Estos porcentajes, elevadísimos en
términos absolutos, indiciarían sin embargo una relativa protección
contra la gravedad dada las altísimas tasas de vacunación. No obstante,
dado el interés en ocultar las grietas del relato oficial, es posible
que la realidad sea menos halagüeña.
Recientes estudios epidemiológicos
publicados en The Lancet limitan la eficacia para reducir la gravedad y muerte hasta un “indetectable[14]” 42% seis meses después de vacunarse, cifra que Israel situaba en agosto en el 55%[15].
Por otro lado, según un estudio publicado en el JAMA, los datos en
bruto en Sudáfrica (no estandarizados por edad) muestran que con ómicron
las tasas de hospitalización de vacunados son superiores a las de no
vacunados[16].
Aunque en ausencia de ensayos aleatorios sea difícil estar seguro, por
el momento puede afirmarse que las vacunas no evitan la gravedad y
muerte pero reducen su probabilidad de ocurrencia, aunque esta reducción
sea poco significativa tras pocos meses.
Primero nos prometieron
que con dos dosis y un 70% de vacunados esto se terminaba. Ante la
evidencia del fiasco vacunal, se sacó de la chistera la necesidad de una
tercera dosis, que Israel inoculó en estado de pánico al observar que
las dos dosis precedentes no impedían nuevas olas. Ahora proponen una
cuarta, pocos meses después.
¿Qué vacuna conocen ustedes que requiera
cuatro dosis en pocos meses? Esta huida hacia delante de políticos
empeñados en no reconocer sus errores juega con el sistema inmunológico y
la salud de la población (como ha tenido que advertir, tarde, la EMA).
El jefe del Departamento de Inmunología de la Universidad de Tel Aviv lo
resumía en una carta abierta: “Es hora de admitir el fracaso[17]”.
Las
terceras dosis de unas “vacunas” que ofrecen una estrecha y rígida
respuesta a un solo antígeno obsoleto no mejorarán el resultado tras el
habitual espejismo de pocas semanas. La propia OMS considera las dosis
de refuerzo “inapropiadas e insostenibles”[18].
Lo que sí aumentarán las sucesivas dosis, en cambio, es la posibilidad
de casos de yatrogenia. En efecto, nos prometieron que estas vacunas
serían “95%” eficaces y esto ha resultado ser un timo. También nos
prometieron que eran tremendamente seguras. ¿Lo son? Lo analizaremos en
el siguiente artículo.
(*) Economista
[1] Moderna hits safety problems in bold bid to reinvent medicine (statnews.com)
[2] AstraZeneca to be exempt from coronavirus vaccine liability claims in most countries | Reuters
[3] Peter Doshi: Pfizer and Moderna’s “95% effective” vaccines—we need more details and the raw data – The BMJ
[4] Evidence does not justify mandatory vaccines – everyone should have the right to informed choice | The BMJ
[5] Comparison of two highly-effective mRNA vaccines for COVID-19 during periods of Alpha and Delta variant prevalence | medRxiv y otros.
[6] What
is the vaccine effect on reducing transmission in the context of the
SARS-CoV-2 delta variant? – The Lancet Infectious Diseases
[7] Effectiveness
of Covid-19 Vaccination Against Risk of Symptomatic Infection,
Hospitalization, and Death Up to 9 Months: A Swedish Total-Population
Cohort Study by Peter Nordström, Marcel Ballin, Anna Nordström :: SSRN
[8] SARS-CoV-2 Omicron VOC Transmission in Danish Households | medRxiv
[9] COVID-19 vaccine surveillance report – week 1 (publishing.service.gov.uk)
[10] Eurosurveillance | Outbreak caused by the SARS-CoV-2 Omicron variant in Norway, November to December 2021
[11] Omicron Makes Biden’s Vaccine Mandates Obsolete – WSJ
[12] Actualizacion_537_COVID-19.pdf (mscbs.gob.es) y anteriores
[13] COVID-19 vaccine weekly surveillance reports (weeks 39 to 1, 2021 to 2022) – GOV.UK (www.gov.uk)
[14] Effectiveness
of Covid-19 Vaccination Against Risk of Symptomatic Infection,
Hospitalization, and Death Up to 9 Months: A Swedish Total-Population
Cohort Study by Peter Nordström, Marcel Ballin, Anna Nordström :: SSRN
[15] Covid Vaccines: A Shot in the Dark? – Swiss Policy Research (swprs.org)
[16] Characteristics
and Outcomes of Hospitalized Patients in South Africa During the
COVID-19 Omicron Wave Compared With Previous Waves | Global Health |
JAMA | JAMA Network
[17] Professor Ehud Qimron: “Ministry of Health, it’s time to admit failure” – Swiss Policy Research (swprs.org)
[18] Interim
Statement on COVID-19 vaccines in the context of the circulation of the
Omicron SARS-CoV-2 Variant from the WHO Technical Advisory Group on
COVID-19 Vaccine Composition (TAG-CO-VAC)