La opinion pública es como el mar. Nunca
 está quieta. Hasta cuando parece inmóvil, como la calma 
chicha, contiene fuerzas actuando. Llega la pleamar casi inadvertida y 
se va luego como vino. La opinión se encrespa, recede, se agita, se 
solivianta, se aplaca.
El resultado de la segunda oleada del CEO, Centre d'Estudis d'Opinió,
 correspondiente al mes de junio pasado, es un jarro de agua fría sobre 
los ardores independentistas. La prensa de Madrid ha mandado heraldos 
con clarines: los partidarios del "no" a la independencia de Cataluña 
llegan al 50%, mientras que los del "sí" se quedan siete puntos por 
detrás, en un mísero 42,9%. Con esto, obviamente, no cabe una 
Declaración Unilateral de Independencia (DUI). Las intenciones de voto a
 los partidos son, respectivamente, un 34,2% a favor de los 
independentistas, CiU, ERC y CUP (en el momento de la encuesta, CiU aún 
existía) y un 29% a favor de los no independentistas, Podemos, PSC, C's y
 PP. Los votos de EU-ICV, 3,5% podrían distribuirse a partes iguales, 
pues la organización se divide por la mitad en achaques de 
independencia. Convertidos en escaños, esos resultados están lejos de 
garantizar una mayoría parlamentaria suficiente para la DUI. 
Calma
 chicha que pudiera preceder a la tormenta. Suele señalarse que el CEO 
es un "CIS catalán", pero con eso no está diciéndose nada. Los datos 
sorprenden por lo negativos que son para la Generalitat. No faltará, sin
 embargo, quien argumente con algún retorcimiento, que los malos 
augurios están "cocinados", para enardecer los mustios ánimos 
independentistas. No parece muy probable, entre otras cosas porque esos 
ánimos tienen poco de mustios. Entre los resultados del sondeo y el 
espíritu nacionalista, catalán que los españoles consideran hegemónico, 
hay cierta disonancia.
Por
 ello, el propio CEO se siente obligado a contextualizar el sondeo, 
recordando que el trabajo de campo se hizo antes de la escisión de CiU 
y la consiguiente resurrección de la lista única civil por la 
independencia que Mas quiere encargar a la Assemblea Nacional Catalana. 
Es posible que estos movimientos cuenten, pero también pueden ser pura 
espuma de los días, marejadilla sin consecuencias. Por mucha lista única
 o lista país o lista patria que se presente, si, como parece, el 
electorado se inclina por votar más en clave social que nacional en 
septiembre, el carácter plebiscitario de las elecciones quedará muy 
deslucido. 
En
 definitiva, esto no es un drama. Si la lista única no se presenta o 
pierde, los soberanistas mantendrán su derecho a seguir exigiendo la 
consulta de autodeterminación de modo pleno y no de tapadillo, a  través
 de unas elecciones pensadas para otra cosa. Y, a la hora de negociar 
con el nacionalismo español, el catalán tendrá una posición quizá no muy
 sólida, pero sí muy clara.
Por
 supuesto, el resultado también puede ser muy diferente al previsto por 
el sondeo. Hay fuerzas ocultas en el fondo que mantienen en tensión la 
opinión independentista. Los partidarios de la independencia (37,9%) no 
son mayoría absoluta pero sí una potente mayoría simple. Y apoyada en un
 sentimiento más amplio puesto que el 63% de la población cree que 
Cataluña no ha conseguido un grado suficiente de autonomía. 
Terminado
 el tiempo de la ambigüedades, Podemos aparece firmemente anclado en el 
campo español de rechazo al Estado catalán independiente. Un 70,4% de 
sus votantes no lo quiere. Son menos que en el PSC (85,5%) y que en C's 
(94%) o el PP (97,8%), pero son más de dos tercios de sus apoyos. El 
bloque españolista en Cataluña, a su vez, compite en el eje 
izquierda/derecha, de forma que, ya lo dijimos, Podemos riñe el lugar al
 PSC, como al PSOE en España, y como en España, parece estancado, 
mientras asiste a la recuperación del PSC.
La
 más curiosa es la disonancia que se produce entre la intención del voto
 en las elecciones autonómicas y en las generales. Ha sido siempre un 
rasgo de Cataluña, pero ahora parece hacerse más visible. Así como el 
electorado vota mayoritariamente por opciones nacionalistas en la 
Comunidad, al Congreso manda un nutrido frente de izquierdas, con 
Podemos en primer lugar, ERC en segundo y el PSC en tercero, relegando a
 los burgueses de CiU a un cuarto puesto. Se denota aquí una 
intencionalidad diferenciada. Los analistas políticos hablarán de la 
sabiduría del electorado catalán, que prima el nacionalismo en su casa y
 la izquierda en la de todos. Hasta en eso van a parecerse el PSOE y 
Podemos, en que los dos derivarán del contingente catalán buena parte de
 la fuerza de sus grupos parlamentarios en el Congreso, que auguran ser 
numerosos.
Para
 los nacionalistas más exaltados, cualquier cosa que no sea la 
independencia será un fracaso. Para los posibilistas, que son un buen 
puñado, la situación es halagüeña pues el haber llevado la iniciativa 
política los ha puesto en posición  ganadora suceda lo que suceda ya que
 solo es previsible el triunfo de su programa máximo, la independencia, o
 del mínimo, una reforma constitucional de carácter federal.  
Ambas
 opciones son, en principio, posibles. Pero la independentista pasa por 
reflujo. La necesidad de articularla ahora como lista patriótica, al 
haber desaparecido CiU, tiene sus ventajas y sus inconvenientes. La 
ventaja principal -y también su mayor inconveniente- es dar a Mas una 
base política de acción interpartidista, transversal, incluso 
aunque él mismo decida quitarse del primer plano. Eso da al voto un 
carácter caudillista que suele inspirar miedo en los sectores más 
conservadores de la opinión que no tienen por qué ser necesariamente los
 de la derecha burguesa.
Además,
 esos sectores no carecen de opciones alternativas que les mitiguen la 
mala conciencia nacional. Podem y el PSC son el puente de plata del 
reformismo que todavía puede tener a Cataluña unida a España, la última 
esperanza, el último tren en el que muchos querrán acomodarse. Con ERC 
en el parlamento, habrá un bloque catalán de izquierda que velará por el
 respeto a la condición nacional de Cataluña dentro de una España 
reformada. O eso se dice.
Suena
 a previsible. De hecho, Errejón lo ha formulado con su habitual 
contundencia gracianesca que saca a muchos de quicio pero es cristalina:
  "Cuando aparece la posibilidad de reformar el Estado, se reduce la voluntad de construir otras repúblicas”. Obvio, ¿no? Una vez construido el Pueblo, ¿quién va a querer independizarse?
Oriol
 Junqueras suele explicarse igualmente como un libro abierto y avisa de 
lo improbable de que, pasadas las elecciones de noviembre, haya una 
mayoría en las Cortes para acometer reforma alguna de la Constitución. Y
 no se hable ya del proceso constituyente, una figura que comparten hasta las monjas.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED 

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