MADRID.- Más de 92.300 pacientes han recibido el alta 
médica en los hospitales españoles tras superar la fase grave del  
COVID-19. Algunos podrían arrastrar secuelas, unas pulmonares, otras 
derivadas del desajuste en la coagulación sanguínea y otras motivadas 
por estancias prolongadas en las UCI.
“Es pronto para saber cuántos pacientes pueden tener secuelas, 
pero debemos estar prevenidos ante dos de tipo respiratorio: fibrosis y 
embolias pulmonares”, explica el jefe del Servicio de Neumología 
del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid, David Jiménez.
En la fase grave del COVID-19, si el sistema inmunitario no es capaz 
de frenar al virus se genera una respuesta inmune desmedida, mediante la
 producción de unas sustancias denominadas citoquinas, las causantes de 
una inflamación en las vías respiratorias que se puede extender a otras 
partes del organismo.
“Esa respuesta inmunológica desproporcionada pone en marcha todos los
 mecanismos de reparación que tiene el pulmón y uno de ellos es la 
fibrosis””, señala el neumólogo.
La fibrosis es una especie de cicatriz que dificulta la función del pulmón, conseguir oxígeno y eliminar anhídrido carbónico.
“Nos preocupan esas cicatrices -apunta- pero todavía no sabemos en 
qué grado los pacientes van a desarrollar fibrosis y eso nos obliga a 
seguir con detalle a aquellos con radiografías de tórax todavía no 
normalizadas”.
Otra de las consecuencias de la infección por coronavirus podría ser 
la embolia pulmonar, cuando se forman coágulos en las arterias de los 
pulmones, como ocurre en otras neumonías.
“Estos pacientes requerirán un tratamiento de anticoagulación durante
 un tiempo mínimo de tres meses y puede que algunos de forma indefinida,
 por lo que necesitarán un seguimiento a largo plazo”, indica el 
experto.
Una de las preocupaciones era la vulnerabilidad que ante el 
coronavirus podrían tener los pacientes con enfermedad pulmonar 
obstructiva crónica, EPOC, aunque, sin embargo, ha sorprendido que no 
sea así.
“Algunos datos nos hacen pensar que quizá estén más protegidos por 
algunos de los fármacos que se utilizan contra la EPOC, ya que podrían 
hacer que la respuesta inflamatoria en el pulmón sea menos intensa”, 
manifiesta David Jiménez.
Aunque ya se ha superado el momento de más presión asistencial, el 
Hospital Ramón y Cajal todavía tiene ingresados a más de cuatrocientos 
enfermos por COVID-19 y las revisiones a los que han recibido el alta 
comenzarán cuando se reabran las consultas ambulatorias.
“Pacientes con radiografías de tórax alteradas en el momento del alta
 y aquellos con insuficiencia respiratoria, de forma obligada, tienen 
que ser revisados en un plazo prudencial, entre 4 y 6 semanas”, indica 
el neumólogo.
LOS DESAJUSTES DE LA COAGULACIÓN
También la inflamación descontrolada que el virus desencadena en los 
casos más graves, además de afectar al pulmón, produce “desajustes en 
los sistemas de coagulación”, según el doctor Fernando de la Calle, 
portavoz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y 
Microbiología Clínica (SEIMC).
Y lo ha comprobado al tratar a pacientes de COVID-19 como médico 
adjunto en la Unidad de Enfermedades Infecciosas y Medicina Tropical del
 Hospital Universitario La Paz de Madrid.
“Hemos tenido varios pacientes con ictus, cuadros neurológicos por 
minitrombos a nivel cerebral, encefalitis leves e incluso anemias, todo 
ello causado por la inflamación en una fase aguda” de la enfermedad, 
indica.
Según datos de la Sociedad Española de Neurología, las 
manifestaciones neurológicas relacionadas con COVID-19 más frecuentes 
hasta la fecha son encefalopatía leve-moderada (28,3 %), ictus (22,8 %),
 pérdida de olfato (19,6 %) y cefaleas (14,1 %).
“Estas alteraciones conllevan secuelas durante la convalecencia, un 
trombo pulmonar puede hacer que la capacidad del pulmón sea menor o que 
sea necesario temporalmente un tratamiento anticoagulante”, apunta De la
 Calle.
El Hospital La Paz acoge actualmente a unos 600 pacientes de 
COVID-19, pero llegaron a los mil en los momentos críticos de la 
epidemia. A partir de ahora se empezarán a programar las revisiones de 
las personas con alta médica.
Fernando de la Calle fue uno de los especialistas que estuvo también 
en primera fila durante la crisis del ébola, en 2014, con los casos de 
los misioneros repatriados de África y la auxiliar de enfermería Teresa 
Romero contagiada mientras realizaba su trabajo.
“El ébola nos ha dado, en nuestro hospital, el bagaje para poder 
enfrentarnos en un primer momento a este virus, aunque luego se 
desbordó. Es útil estar preparados y a nuestros dirigentes y gerentes 
les digo que dejen de pensar en que esto solo pasa en Sierra Leona o en 
China, y que merece la pena invertir en personal y en recursos”, 
concluye.
EL SÍNDROME POST-UCI
Además, si los pacientes críticos han pasado estancias largas en las 
unidades de cuidados intensivos también podrían sufrir las secuelas de 
la inmovilización.
Según la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades 
Coronarias (Semicyuc), el síndrome post-UCI supone secuelas físicas, 
principalmente respiratorias y neuromusculares, con una importante 
pérdida muscular y funcional.
También registran problemas cognitivos, como alteración de la memoria
 y de la atención, y psíquicos, como depresión, ansiedad o estrés 
postraumático.

 
 
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