
Concluí mi anterior artículo sobre la cuestión del parking de San Esteban sugiriendo que se dieran soluciones sensatas... pero sin trampas. Pues nada, es imposible. La solución viene preñada de trucos, baratos por lo demás. Los técnicos han resuelto muy en la línea previsible que cabía deducir del escaso entusiasmo con que las autoridades se habían manifestado previamente acerca de la conservación de los restos arqueológicos encontrados. Todo muy decepcionante,
Primer truco. El informe arqueológico no es un informe arqueológico. Ofrece una 'solución' sobre lo que ha de hacerse, cosa que en modo alguno corresponde a los arqueólogos. Éstos están para desvelar los restos, datarlos y contextualizar su importancia. Uno: Si se han de conservar o no, en su totalidad o en parte, es una decisión política, pero no sólo de los políticos con mando en plaza, sino en el sentido de que éstos atiendan a la opinión de los ciudadanos. Hay cuestiones como el patrimonio histórico o el medio ambiente que no pueden depender sólo del arbitrio de los concejales, por muchos votos que los asistan. No se puede irrumpir con actuaciones preestablecidas en asuntos que afectan a las generaciones pasadas y a las por venir. Dos: Y el cómo han de conservarse los restos tampoco es una competencia de los arqueólogos, por mucho que haya que contar con su asesoramiento. Un ejemplo: el Teatro Romano de Cartagena fue desenterrado y datado por los arqueólogos, pero su tratamiento posterior vino de la mano de un arquitecto, Moneo por más señas.
Segundo truco. Se nos traslada la importancia del hallazgo como un conjunto de piezas, algunas más valiosas que otras. Así, por ejemplo, dicen de conservar las huellas de los palacios, pero desprecian los de las casas sin relevancia. Parece extraño que estos arqueólogos tengan un sentido tan fetichista de su propio oficio. Lo que ha aparecido ahí es un barrio completo, situado en el exterior de la muralla árabe. Y eso y no otra cosa es su singularidad: el conjunto, la composición de ese barrio, en el por lo que los propios arqueólogos informan convivían pobres y ricos, como en cualquier ciudad. Pues bien, lo interesante es el panel completo, la visualización de aquella sociología y de cómo se componía urbanísticamente, cómo vivían los ricos y cómo los pobres: la casa del pobre es un documento histórico tan relevante como el palacio de un rico. Lo emocionante, como ocurre con la Casa Fortuna de Cartagena, no es la pinturita de una pared o algún objeto decorativo, sino la composición toda de la casa, su distribución, y el que nos esté permitido pisar con nuestros pies una calzada romana por la que transitaron nuestros antepasados hace miles de años. Si algo nos informa sobre el pasado más que un ánfora, una espada o una escultura es comprobar cómo eran las ciudades y poder pasear hoy por ellas. Pues bien, esta maravilla ha aparecido de pronto ante nosotros, en el centro de la ciudad del siglo XXI. Está ahí, como un regalo. Un barrio entero tal y como era en el siglo XIII. ¿Hay que cambiar esta revelación por un parking? ¿Esta es la política del siglo XXI o la de los años 50 del XX?
Tercer truco. Encima, para conservar una parte del conjunto del hallazgo, hay que levantar los muros, meterlos en paquetes y volver a colocarlos en una cota superior de donde están situados para permitir las cinco plantas del subterráneo. No hay ser arqueólogo para deducir que eso es un disparate, no sólo por la naturaleza de los materiales, sino porque, si ya está ahí, ¿por qué habría que cambiarlo de lugar? Tenemos una ciudad histórica real y la queremos convertir en una ciudad histórica virtual. A nadie se le ocurrió llevarse el Teatro Romano a otro emplazamiento porque estorbara para algún proyecto privado o municipal. Hablan del templo de Debod, que se disfruta en Madrid, aunque su lugar natural es Egipto. En ese y en otros casos se trata de piezas. Nadie pretende que los objetos que aparecen en los museos arqueológicos regresen a su lugar de origen. Pero en este caso no hablamos de elementos, sino de un conjunto urbano que debe estar donde estaba. Trasladar las ruinas de un barrio entero es un absurdo estructural. Una cosa son los objetos y hasta los monumentos, y otra muy distinta las ciudades. El valor de ese hallazgo, insisto, es que nos ofrece información sobre la ciudad, y no hay en nuestro entorno un conjunto parecido, y menos en Murcia, carente de referencias históricas de esa etapa diferentes a la monótona muralla.
¿Qué clase de 'ciudad sostenible' puede ser la que destruye y descoloca restos de su origen, que celebra en fiestas y exposiciones con un orgullo que no pasa la prueba del nueve, para crear almacenes de coches? ¿Cómo se puede aspirar al título de Ciudad Cultural con este tipo de apaños, cuando si verdaderamente existiera un espíritu que lo mereciera la voluntad política de los rectores municipales se habría adelantado a parar el parking incluso a los informes arqueológicos predeterminados?
Trucos, trucos, trucos. Todo esto es triste y desolador.