Solo desde la ingenuidad y la buena fe, alentados por un discurso
sostenido durante mes y medio por los líderes nacionales, muchos
ciudadanos creyeron que la crisis institucional murciana era un campo de
batalla donde se sustanciaban la supremacía, en el terreno político, de
valores y principios fundamentales, como la presunción de inocencia o
la tolerancia cero contra el incumplimiento de la ley.
Como finalmente
se comprobó aquello era un puro espejismo. Lo que estaba en juego, como
siempre, era el control del poder. Ante una amenaza latente, en vísperas
de la moción de censura todo se resolvió con el pragmatismo y el
interés partidista de costumbre, convenientemente presentado con una
pátina de sacrificio personal, una suerte de acto heroico para evitar el
«desastre de un tripartito».
La épica solo duró unas horas. El tiempo que se tardó en constatar, cuando Pedro Antonio Sánchez señaló con el dedo a su sustituto, que la crisis institucional se resolvía en clave personal. PAS optó por una elección lampedusiana. Un cambio drástico en la cúpula para que todo siga igual. Un poder emanado del mismo poder como solución a la medida de su arquitecto. Al más puro estilo de ‘Escuela de Mandarines’, la magistral obra del escritor caravaqueño Miguel Espinosa, de cuya muerte acaban de cumplirse 35 años.
De las primeras palabras pronunciadas por
Fernando López Miras no puede interpretarse otra cosa: PAS se va pero no
se va y sigue siendo quien manda. «A partir de hoy me pongo a tu
disposición… Me dejaré la piel para reparar esta injusticia», dijo el
joven político que parece destinado a guardar temporalmente el sillón
del expresidente. PAS tiene todo el derecho a lograr su rehabilitación
si supera las investigaciones judiciales por siete presuntos delitos. Es
de justicia. Pero al irse de primera línea, por una temporada o para
siempre, estaba obligado a elegir al mejor para su partido y, desde
luego, para la Región.
Hoy solo sabemos que optó por el más fiel. En
lugar de aportar certidumbre, deja una incógnita. A López Miras hay que
concederle el beneficio de la duda, pese a que sus primeras palabras y
el hecho de que su mayor activo conocido sea la lealtad a PAS le dan
marchamo de interinidad. Sin embargo, no es descartable que agote los
dos años de legislatura.
Es natural que Sánchez crea en su inocencia y
la defienda, pero da la impresión de estar en su nube. No acaba de
asumir que su marcha estaba forzada por el incumplimiento de su palabra y
de que tiene un problema penal del que quizá no salga indemne,
cualquiera que sea su origen y motivación. El singular relevo añade
presión a un candidato con escueta hoja de servicios y sin la
legitimación personal del refrendo en las urnas. Por un lado, la
inherente a la responsabilidad de dirigir la Comunidad. Nada fácil
cuando solo se ha sido secretario general de una consejería. Y por otro,
la que se deriva de la obligación de demostrar que no es una marioneta
de PAS durante cada día de esta cohabitación entre el maestro y su
aprendiz.
Lo que parece incuestionable es que esta crisis resultó otra oportunidad perdida para solucionar los problemas que estaban en la raíz. Los partidos podrían haberla aprovechado para fijar una línea roja sobre cuándo deben asumirse responsabilidades políticas o para pactar qué comportamientos deben catalogarse como corrupción. En definitiva, para romper las dobles varas de medir.
En lugar de eso, ya habrá ‘fontaneros’
en los partidos haciendo lo que los anglosajones llaman ‘oppo’
(acrónimo de ‘opposition resarch’), el rastreo de detalles sobre la vida
privada y pública del que será nuevo presidente para descubrir su talón
de Aquiles. PAS se lo ha puesto difícil a sus adversarios porque la
trayectoria de López Miras es muy corta en materia de gestión pública,
pero al mismo tiempo muy fácil porque nace con el estigma de la
temporalidad al servicio de un presidente en la sombra.
No todos los
líderes regionales verán en primera línea lo que suceda. PAS es el
primero en pasar a segundo plano, pero los adversarios internos de Tovar
y Urralburu velan armas para apartarlos antes del verano. Con
Ciudadanos el pronóstico es más complicado. Todo se cuece en la sede
central de un partido que recuerda a una marca franquiciada donde, a la
vista está, lo importante son las recetas y no quien lleva el plato a la
mesa.
(*) Periodista y director de La Verdad