Mariano Rajoy decía el
otro día que se encontraba en su mejor momento y que estaba dispuesto a
repetir como candidato a La Moncloa. Su aparente tranquilidad contrasta
con las señales de alarma que se han encendido en el cuartel general del
PP. La aplicación del 155 en Catalunya y la marea de banderas españolas
no le está sirviendo al PP para recuperarse en las encuestas.
Las deprimentes expectativas electorales de Albiol el 21 de diciembre y
el temor a una posible victoria independentista o a una situación
ingobernable en Catalunya no han hecho más que disparar la preocupación
en la calle Génova donde ven con desesperación que siguen perdiendo
votos en favor de Rivera.
El nerviosismo se ha desatado también entre los barones
regionales del PP con Feijóo a la cabeza, a raíz de la opaca aprobación
del cupo vasco. Los peajes ante el PNV multiplican la sensación de
agravio en el resto de comunidades y vuelven a ser réditos electorales
para un Ciudadanos, que actúa sin complejos para escándalo del PP que
por cierto hacia lo mismo cuando era oposición a Zapatero.
En la sede central de los populares, siempre han confiado hasta ahora
en las dotes de supervivencia de su líder. Rajoy es, de hecho, el último
mohicano de su generación política. Sobrevivió a la franquista Alianza
Popular de Fraga y los 7 magníficos, a las guerras fratricidas en el PP
de Galicia y a su desgraciada frase de los hilillos de plastilina del
Prestige hace ya 15 años. Sobrevivió después a la guerra de Irak; a las
mentiras de Estado del 11M; a dos derrotas electorales y a las
cuchilladas de Aznar, Aguirre y medio partido en el Congreso de
Valencia. Ya en Moncloa, ha sobrevivido a la crisis económica más
devastadora de las últimas décadas y a los mayores recortes sociales que
se recuerdan.
Rajoy presume de haber superado todos
esos obstáculos, pero hay algo que no consigue sacarse de encima y que
debe ser consciente ya de que le perseguirá hasta el último día de su
vida política: la peste de la corrupción que ha convertido al PP en una
inmensa cloaca.
Una pesadilla que persigue a Rajoy
desde hace casi 9 años; una nube negra que ya no le va a abandonar y que
es plomo en las alas del PP y combustible para Rivera porque por
primera vez en muchos años, la corrupción si le hace daño al PP y el
centro derecha y la derecha tienen otro partido al que votar en España.
El horizonte además no puede ser más borrascoso porque los próximos
meses serán un vía crucis judicial para el PP y Rajoy aún debe pasar por
la comisión de investigación del Congreso.
Así las
cosas, el PP está atrapado en el destino de Rajoy que confía en
prolongar la legislatura dos años más y tener tiempo para sobrevivir una
vez más. Nadie quiere ni plantearse su relevo, pero a la vez saben que
tendrán que llegar a las próximas elecciones con su legado, su desgaste y
arrastrando la sombra pegajosa de la corrupción.
(*) Periodista
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