Es muy posible que ni en los momentos más optimistas de los últimos tiempos, Artur Mas i Gavarró, 129 president de la Generalitat (2010-2016), hubiera pensado que podía dejar la presidencia del PDeCAT
en una situación más dulce para su formación política: tras la victoria
del independentismo en las elecciones del pasado 21 de diciembre y
habiendo conseguido la primera posición, en ese disputado espacio
ideológico, la candidatura de Carles Puigdemont de
Junts per Catalunya frente a Esquerra Republicana.
Si el 9 de enero del
2016 se apartaba de la presidencia de Catalunya por la imposición de la
CUP de no aceptarle una tercera legislatura en el cargo, este 9 de enero
del 2018 se aleja de la dirección honorífica del partido habiendo
tenido, por una vez, un golpe de suerte.
En estos últimos meses había compartido reflexiones respecto a su
decisión, que ahora ya es pública, y en todas sus ecuaciones el
escenario era francamente peor, ya que el PDeCAT ni despegaba
electoralmente, ni era actor político de la escena catalana. El partido
tenía, sobre todo, pasado.
Y, en algunos aspectos, un pesado lastre
vinculado a casos de corrupción de la desaparecida Convergència,
de la que Mas había sido secretario general y después presidente desde
el año 2000.
El futuro de la formación política creada en la abadía de
Montserrat en 1974, el que fuera, lo dinamitó Jordi Pujol con aquella confesión de julio del 2014 y que a la postre acabaría abriendo una fosa en su histórica base electoral.
Mas cierra una segunda puerta de su vida pública para preparar su defensa judicial por el 9-N y por el 1-O,
el primero ya juzgado y condenado por el TSJC —falta que el Tribunal
Supremo haga firme la sentencia— y el segundo en fase de instrucción y
en el que ya ha sido citado como investigado, pero en el que
probablemente también será juzgado por el Supremo.
Además, también por
la consulta participativa del 9-N, debe hacer frente a la acusación del Tribunal de Cuentas,
que le ha embargado, entre otras cosas, su vivienda. Pese a todo, como
él mismo ha recordado, su marcha no cabe considerarla una retirada de la
política, ni irreversible en el largo plazo. No es cierto que por en
medio esté una enmienda, ni que sea parcial, a la política de
Puigdemont.
Mas vivió la alargada sombra de Pujol mientras gobernaba y
desde el primer día dejó claro que él daría su opinión si se le pedía y
sino estaba a lo que Puigdemont decidiera. Y lo ha cumplido.
Esto no quiere decir que haya estado de acuerdo en todo en estos
convulsos últimos meses con el president Puigdemont pero las
discrepancias que hubiera ni las expresaba en off the record,
ni tampoco en círculos reducidos.
A los que les guste escudriñar cada
una de sus palabras en su despedida, y Artur Mas no tiene fama de ser un
político que improvisa, quizás valdría la pena quedarse con una de sus
frases: "He sido un político que primero ha pensado en el país, segundo
en el partido y tercero en la persona". Y aquí acabó.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia