Los integrantes de la clá de López Miras
suelen responder, como los niños que asistían en los años 80 al Circo
de TVE, con un «biennn», cuando su líder les pregunta en los mítines:
«¿Cómo están ustedeees?». O su equivalente para la circunstancia:
«¿Estáis orgullosos de ser españoleees?». Óiganlos: «Sííí...».
Hasta ahí, lo que da la mata. No esperen más. De lo que no estoy seguro es de que los potenciales fans de López Miras estén muy satisfechos de que su líder inmarcesible desestime asistir a los debates que le proponen algunos medios de comunicación, uno de ellos La Opinión, sin ir más lejos.
Hasta ahí, lo que da la mata. No esperen más. De lo que no estoy seguro es de que los potenciales fans de López Miras estén muy satisfechos de que su líder inmarcesible desestime asistir a los debates que le proponen algunos medios de comunicación, uno de ellos La Opinión, sin ir más lejos.
El pretexto que ofrecen sus lacayos (y lo hacen como diciendo «yo
cumplo órdenes, a mí que me registren») es que si el presidente somete
su agenda a los debates no tendría horas para «conectar directamente con
los ciudadanos», es decir, se le reduciría el tiempo para mitinear al
estilo Milikito, como prueba la videoteca.
Uno
de los debates que ha aceptado se producirá en La 7, la televisión
pública si lo fuera por algo más que por el hecho de que la financiamos
con nuestros impuestos. Vean el contexto: el director general de La 7,
Antonio Peñarrubia, que ha de organizar el acontecimiento, es el marido
de la jefa de gabinete de López Miras, Mar Moreno, que es quien ha de
entrenar al presidente para su participación en dicho debate. Todo queda
en casa, y más en concreto, en la cama.
Moreno
fue en su día la jefa de prensa de Isabel Borrego cuando ésta ejercía
de secretaria de Estado de Turismo en el Gobierno de «ese expresidente
del que usted me habla», el ahora innombrable Rajoy. Casualmente,
Borrego ha sido la número dos de la candidatura del PP al Congreso y,
por tanto, ya diputada electa por Murcia, aunque natural de las Islas
Baleares, donde hace cuatro años fue rechazada para ocupar plaza
electoral, y que aquí estaba en lista, de otro modo no se explica, por
ser la esposa de Vicente Martínez Pujalte, cuyos trabajos de tráfico de
influencias (eso sí, legales) en su etapa de diputado lo han apartado de
la contienda política y ha establecido delegación en su escaño por vía
marital.
Casualmente también, el tal Martínez Pujalte fue en su momento
el agente preciso que maniobró para que la productora Secuoya fuera la
adjudicataria del concurso para la televisión pública, en el que como
secretario general de Hacienda en ese momento, López Miras estampó su
firma, en una operación también acreditada como perfectamente legal,
faltaría más. Aquí todo es tan legal como obsceno. Algunos acuerdos de
Secuoya con ciertas productoras de televisión explicarían a su vez la
especial predilección mediática de López Miras.
De
hecho, el primer acto de campaña del presidente del PP ha consistido en
recurrir a la Junta Electoral contra la Cadena SER en Murcia, pues los
profesionales de esta emisora, con toda lógica, celebrarán el debate que
habían convocado aunque a él no acuda López Miras, como asimismo hará
La Opinión, reservando una silla vacía en la Universidad de Murcia para
que el mueble refleje la desconsideración del político a sus potenciales
electores.
López Miras pretendía que su plaza la ocupara para la
ocasión un mandado, al estilo Soraya, incluso pretendió que la SER
aceptara en su lugar a Víctor Martínez, quien ni siquiera va en listas.
Es decir, pretendía que defendiera su posición un político al que él
mismo, a sabiendas de que lo supera en recursos dialécticos (como bien
se observó en su día durante el propio debate de investidura de López
Miras) ha apartado del concurso a las urnas, lo que a todas luces
constituye un desprecio triple: a los electores, al medio de
comunicación, y al exportavoz parlamentario de su partido, a quien
comandaba para que bregara por él: si le hubiera ido bien, perfecto; si
mal, López Miras habría justificado el haberlo dejado en la estacada.
Rechazado
Martínez, que ni pincha ni corta, pues no es candidato, pretendió
endilgar al consejero Javier Celdrán, uno de los pocos pilares
presentables de su actual Gobierno, aunque políticamente incoloro,
inodoro e insípido. Todo con tal de no exponerse él mismo.
Como la SER
no ha tragado, el PP ha acudido a la Junta Electoral con el propósito de
que se censure el debate, pues López Miras no sólo renuncia a estar
donde debe sino que pretende que el resto de candidatos a la presidencia
no debatan, a causa de su voluntarísima ausencia, más allá de los
espacios que él unilateralmente ha decidido.
«Si no vais donde yo quiero
ir, denunciaré a quienes os convoque». Qué tipo. Insisto: un político
que, antes de empezar su campaña, denuncia a una emisora tan prestigiosa
como la SER por el hecho de que ésta lo haya invitado y él haya
rechazado la invitación, merece pasar a la historia de la estulticia
política. Se le veía venir, pero admito que nunca imaginé que llegara a
tanto.
Sorprende más esta
estampida porque un político bajo cuyo mandato su partido ha visto
reducida de cinco a dos su representación en el Congreso y ha dejado
caer un senador tendría que estar arañando espacios de debate en los que
demostrar que supera en programa y proyección de confianza carismática
al resto de sus competidores.
Pero para que esto fuera así, su
personalidad política debería estar adornada por otras cualidades de las
que permanecen a la vista, y él mismo, como se deduce de su actitud, no
tiene la suficiente seguridad en sí mismo como para afrontar otras
dialécticas que no sean las de interpelar a sus auditorios con la jerga
de los cómicos infantiles. Ese parece su espacio natural.
(*) Columnista