Enric Company publicaba en El País el
3 de julio de 1991 una crónica sobre la vía eslovena a la
independencia, que pienso que vale la pena recordar, una vez que el
presidente de la Generalitat Quim Torra la ha vuelto a situar en la
agenda política. Escribía Enric Company:
"El presidente de la
Generalitat, Jordi Pujol, animó el pasado mes de diciembre al presidente
de Eslovenia, Milan Kucan, a radicalizar sus posturas nacionalistas y
se mostró convencido de que el momento actual es idóneo para configurar
un nuevo mapa político en el Este europeo [...]. Pujol ofreció una cena
oficial a Kucan, en la que, como es en él habitual, no se limitó a
efectuar un brindis protocolario [...]. 'Les puedo decir que lo que no
consigan ahora (respecto de la independencia) no lo conseguirán más
tarde, dentro de unos años'. Y agregó: 'No he de entrar en lo que es su
objetivo, pero diré que es un momento lleno de esperanzas y de
inquietudes'". A buen entendedor...
Ahora o nunca. El
tren de la independencia no es como el cartero que siempre llama dos
veces. Pasa una vez y se coge o la oportunidad desaparece. Esta
incitación a tomar la vía independentista de manera inmediata la
enmarcaba Jordi Pujol en ese mismo brindis en una reflexión sobre si la
construcción europea debía hacerse tomando en consideración solamente
los nacionalismos “dominantes” o si también debían entrar en la misma
los nacionalismos “minoritarios”, dando a entender que cualquier
nacionalismo “minoritario” que fuera reconocido suponía un paso en la
buena dirección.
No parece que quepa ninguna duda de
cuál era la opción preferible para Jordi Pujol, pero tampoco puede
haberla que nunca consideró que esa opción era practicable en Catalunya.
El sentido de la realidad acompañó a Jordi Pujol mientras estuvo
ejerciendo como president de la Generalitat y jamás cayó en la tentación
de poner en marcha un proceso de independencia de España. Ni siquiera
puso en marcha un proceso de reforma del Estatuto de Autonomía. Tendría
que dejar de ser president y ser sustituido por Pasqual Maragall para
que se activara la reforma del Estatuto.
Carles Puigdemont y Quim Torra parecen haber llegado a
la conclusión de que Catalunya se encuentra en una posición similar a la
que se encontraba Eslovenia a principio de los noventa y que es el
momento de apretar el acelerador para conseguir la independencia. En su
opinión, el 'ahora o nunca' con que Jordi Pujol se dirigió al presidente
de Eslovenia sería de aplicación a Catalunya en este momento.
Yo no veo ninguna similitud entre la posición de Eslovenia en la
República de Yugoslavia y la posición de Catalunya en el Estado español,
así como tampoco en la relación de todos ellos con los países que
integran la Unión Europea, que todavía no existía en el momento de la
independencia de Eslovenia.
No tengo duda de que el Estado español tiene
un problema muy serio con Catalunya, pero tampoco la tengo de que, a
pesar de todas las dificultades, ningún Gobierno español en el tiempo en
que es posible hacer predicciones va a aceptar la independencia de
Catalunya, ni ningún Govern de la Generalitat va a poder imponer al
Estado español dicha independencia.
El 'ahora o
nunca' de Jordi Pujol de 1991 para Eslovenia tenía sentido, como el
curso de los acontecimientos pondría claramente de manifiesto de manera
casi inmediata. Tanto por la homogeneidad interna en Eslovenia respecto
de la independencia como por la predisposición de varios países
europeos, Alemania el primero de todos, a reconocerla, la situación es
completamente distinta a la de Catalunya. No hay en Catalunya la casi
unanimidad que había en Eslovenia y no parece que haya ningún país
dispuesto a reconocer su independencia del Estado español.
Apretar el acelerador de la independencia provocará con seguridad una
reacción contraria del Estado, cuyas consecuencias son imprevisibles,
aunque en ningún caso positivas: ni para Catalunya, ni para España, ni
para la Unión Europea. El 'cuanto peor mejor' no suele dar casi nunca
buenos resultados y en este caso no creo que vaya a ser diferente. En
todo caso, el eslabón más débil es el que acaba pagando el coste más
alto. No tenemos que remontarnos más allá del otoño de 2017 para
comprobarlo.
(*) Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla