El libro de Vincent R. Werner 'It is not what it is. The real (S)pain of Europe' (o más la entrevista
en la que resume sus tesis) ha generado posturas contrapuestas. En ella
describe vicios españoles como la falta de ética o de cultura
financiera, la no asunción de responsabilidades o la actitud nada
emprendedora, entre otras, y lo hace a la manera de un troll.
El
problema no es su percepción, que al fin y al cabo cada cual tiene la
suya, ni tampoco el hecho de que algunos de los déficits que señala
puedan ser ciertos; ni siquiera que, si nos comparásemos con Holanda, su
lugar natal, quizá saldríamos ganando.
Werner actúa como un troll porque amplifica los males de un país y los convierte en su esencia. Si convirtiésemos los tópicos de cada uno de los países occidentales en sus únicas cualidades, todos saldrían mal parados.
propiamente Vagos y manirrotos
Sin embargo, lo que Werner afirma no es
subjetivo, sino que forma parte de una visión sobre España que está
mucho más arraigada de lo que parece. Hace unas semanas, 'The Times'
publicó un artículo denigratorio
sobre nuestro país que reflejaba una serie de tópicos instalados en
Gran Bretaña, ese territorio cuyos nacionales se empeñan en venir al
nuestro a practicar el 'balconing'. Pero también, y especialmente
durante la época de la crisis se nos señaló en Europa como vagos y
manirrotos.
Contaba en aquel momento el periodista Hans-Günter Kellner
que la idea manida de que “los españoles han vivido por encima de sus
posibilidades” se había convertido en muy popular en Alemania, y que
nuestra imagen allí era la de “personas divertidas, con ganas eternas de fiesta, obsesionadas con el buen vino y la comida de calidad”.
En Holanda se tenía clara cuál era la causa de los problemas, ya que había calado la idea
de que nos estaban pagando la crisis, “algo que no se acepta debido a
que se cree que los españoles se pasan el día de fiesta. Los prejuicios
sobre que los españoles son unos vagos siempre estuvieron ahí, pero
ahora han vuelto con más fuerza que nunca”.
No ha sido la primera vez en la historia. Los prejuicios de ese norte
protestante que veía el sur católico con toda clase de recelos tuvieron
su continuación en épocas recientes. Como aseguraba Charles Powell, director del Instituto Elcano, figuras como Kissinger
estaban ancladas en estas visiones reduccionistas.
Cuando toda Europa
Occidental estaba gobernada por democracias, salvo el sur, donde
teníamos a los militares, la idea central de las personas que dirigían
la política exterior estadounidense, como Kissinger, es que países tan
rebeldes necesitaban de líderes que aplicasen la mano dura. Éramos poco
gobernables por nuestro carácter y nuestra cultura.
Según Powell, “Nixon era peor que Kissinger, ya que a lo largo de su vida desarrolló sentimientos bastante primarios y muy xenófobos.
Kissinger también los tenía, pero predominaba en él el realismo. Lo
importante era la seguridad y la estabilidad, y lo demás lo dejaba en
segundo plano”.
La superioridad anglosajona
Cuando estalló
la crisis, esos recelos se exacerbaron. En parte porque, como señalaba
Powell, “en el mundo anglosajón se mantienen todavía muchos prejuicios
hacia nosotros. Hay que entender que ellos miran el mundo desde un
acusado complejo de superioridad, que a veces, como en las páginas de
'The Financial Times' o 'The Economist', se disfraza de ironía, pero que
sigue estando presente.
Y la crisis ha alimentado esos prejuicios
latentes acerca de que a los europeos meridionales se nos da mejor la fiesta y la siesta que el trabajo duro y constante. Eso está haciendo bastante daño a nuestra economía”.
Esa fue la tesis dominante, y es la que reproduce sin rubor Werner, quizá siguiendo los pasos de su compatriota Jeroen Dijsselbloem,
quien afirmó que los problemas de los países del sur estaban causados
porque nos habíamos ido de fiesta y ahora pedíamos dinero para pagar las
copas y las mujeres.
El norte y el sur
Pero dejemos estas
banalidades y vayamos a lo serio. En estos prejuicios aparecen dos
elementos que debemos tomar muy en cuenta. Uno es genérico, y señala el
desprecio clasista que los favorecidos tienen con quienes no lo son. El
discurso dominante sobre la zona euro es que los países del norte son
más productivos y están mejor preparados para un escenario global,
mientras los del sur no somos más que un montón de patanes aquejados por problemas endémicos que nos obligan a convertirnos en un país de sol y copas.
Dado que somos perezosos y amantes de la buena vida, es imposible que
sepamos ponernos a la altura de los tiempos. No tiene nada que ver con
que la mayoría de nuestros recursos vayan a parar al pago de una deuda
que se contrajo para devolver a los acreedores (bancos alemanes entre
ellos) las cantidades que irresponsablemente habían prestado a las
cajas, y que eso nos deje sin recursos para muchas cosas, como la
inversión en i d i.
Tampoco con que las políticas del Banco Central
Europeo hayan favorecido a las economías del norte en lugar de a las del
sur, esas que provocan que actores políticos afirmen que los países del norte viven bien precisamente porque aquí vivimos mal.
Pero no, todo está provocado por nuestra escasa capacidad de adaptación
y nuestra nula disposición. En fin, dibujar a quienes pierden como
causantes de sus propios problemas es típico de esta época, y España
entra dentro del paquete de perdedores.
Inversores contra Europa
En
segundo lugar es preocupante que esta mentalidad haya arraigado también
en los entornos financieros, aquellos que cuentan con el poder de
incidir de manera radical en la vida económica de un país. Hay muchos grandes inversores que piensan aún que el euro es bastante débil, que su punto flaco es el sur, y por eso ponen el dedo en la llaga.
El último ha sido Ray Dalio, el fundador de Bridgewater, uno de los mayores 'hedge funds' del mundo. Ha apostado
más de 6.300 millones de euros en posiciones cortas en la bolsa
alemana, lo que se añade a los 3.000 millones que había invertido contra
las principales empresas italianas y los 1.500 millones contra
Santander, BBVA, Telefónica e Iberdrola, además de diferentes cortos
contra empresas francesas.
Los dados que ha arrojado Dalio pueden perjudicarle, pero es uno más de
los financieros que tienen claro que el euro va a sufrir y que el sur es
el punto más débil. Si Italia cae, lo hará el conjunto, y por eso mete
ahí su dinero. Podemos encontrar muchas causas que justifiquen esas
posiciones, casi tantas como para no hacerlo, pero no hay que olvidar
que estos prejuicios también tienen un papel en las inversiones, y que políticamente hay interesados en que la UE entre en dificultades.
O por decirlo, de otra manera: en este contexto, muchas de estas ideas
sobre el carácter de los españoles, italianos, griegos y portugueses son
interesadas. Quizá deberíamos pensarlo dos veces antes de darles
pábulo.
(*) Periodista y abogado