El
jueves fue un petimetre secretario de Estado a anunciar en sede
parlamentaria que Mariano Rajoy no piensa comparecer porque, al estar en
funciones, no tiene por qué dejarse controlar por este Parlamento.
Ayer, viernes, fue la ratita hacendosa, la que, con la sabiduría que da
ser abogada del Estado, hiló una sarta de sofismas y patrañas para
justificar la rebeldía del gobierno y su manifiesto golpe de Estado al
negarse a comparecer en el Congreso. El argumento es el mismo que el del
cuentista del jueves: este Parlamento no ha dado su confianza al
gobierno y, por tanto, no puede controlarlo. Y, como elemento de peso,
añadía que en ninguna Comunidad Autónoma en que se ha dado situación
similar se ha controlado parlamentariamente al gobierno saliente y/o en
funciones. Como si esos ejemplos quisieran decir algo. Como si el hecho
de que en ningún país democrático del mundo un personaje con la
ejecutoria de Rajoy podría ser presidente hubiera valido para que
tampoco lo fuera aquí
"El Parlamento" decía la acrisolada doctrina constitucional británica, la más sólida y respetable del mundo, "puede hacerlo todo excepto convertir un hombre en una mujer".
Y como hoy eso ya es también posible, se sigue de ello que el
Parlamento puede hacerlo todo, porque es el órgano supremo de poder del
Estado. Por supuesto que puede controlar al gobierno, a cualquier
gobierno, esté en funciones o de vacaciones o mangoneo, como está este
desde que empezó su tarea de demoler España cuatro años antes. Le basta
con dar las órdenes oportunas, incluido el gobierno, que ha de acatarlas
y cumplirlas.
El
Parlamento hace y deshace la ley, ¿sabe, señora abogada del Estado? Y
en nuestro Estado rige el principio del imperio de la ley. Nada por
encima de la ley; todo por debajo, incluido su "gobierno en funciones"
que, según usted, solo puede ser controlado por los tribunales. Por
supuesto, para lo que haga mal penalmente, que también lo habrá. Pero es
controlable políticamente también por el Parlamento. Basta con que en
este haya, por fin, una oposición digna de ese nombre, una oposición de
gente con principios, responsabilidad y determinación, capaz de llamar a
capítulo a esta banda de presuntos malhechores sin contemplaciones. Una
oposición en serio y no la manga de inútiles acobardados que hubo en la
legislatura anterior, capitaneada primero por el reaccionario Rubalcaba
y luego por este Sánchez que no se atrevió a rechistar ni a presentar
una moción de censura.
Es
de esperar que los diputados del PSOE, de Podemos, de C's, pero también
los demás, todos los que no sean del PP (incluso deberían sumarse
algunos del PP, si tuvieran agallas) reaccionen como manda la costumbre
parlamentaria de una democracia digna de ese nombre. Es de esperar que
demuestren a este hatajo de sinvergüenzas y pillastres que quiere irse
de rositas sin rendir cuentas a nadie quién manda aquí y que no es el
hombre de los sobresueldos y sus cuates apandadores sino el Parlamento,
depositario de la soberanía nacional y representante de todo el pueblo.
Y
¿saben cómo? Muy sencillo: presentando ahora la moción de censura que
la oposición no tuvo valor de presentar en la legislatura anterior. De
ese modo y, por decirlo a la pata la llana, se hace una carambola: se
compone por fin gobierno para sacar al país del atolladero en que está y
nos libramos de esta Mariano Garrapata de una vez. El trámite es muy
simple: PSOE, Podemos y C's se ponen de acuerdo en firmar y presentar la
moción de censura. El único requisito es proponer un presidente de
gobierno que, como es lógico, debe ser Pedro Sánchez. Cinco días más
tarde se debate la moción, se gana por mayoría absoluta y Mariano Rajoy
tiene que presentar su dimisión al Rey. De esta forma nos ahorramos la
agonía de unas negociaciones que, dada la manifiesta falta de
competencia de nuestra clase política, es poco probable que lleguen a
buen puerto.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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