En el post de ayer, titulado Corruptópolis,
Palinuro comentaba tres asuntos de corrupción en España y vergonzosas
y/o ruines actuaciones del presidente Rajoy: el nombramiento de su
amigote Arsenio Fernández de Mesa como consejero de la Red Eléctrica
(150.000 € al año), puesto para el que tiene tantos merecimientos como
para ser director de la Guardia Civil, su cargo anterior: ninguno. Solo
su amistad con Rajoy y su canina lealtad a este.
La incapacidad para
pedir perdón a los familiares de las víctimas del Yak 42 que lo fueron
por la imperdonable actuación del gobierno en el que él, Rajoy, era
vicepresidente. El insólito homenaje póstumo que se tributó a Rita
Barberá, con el mismo Rajoy (el que la echó del partido) cantando sus
alabanzas. A los familiares, no, pero a Rita Barberá, sí. Todo ello
coronaba un jornada en la que PP y C's impedían la mísera subida de 1,2%
de las pensiones, mientras el PSOE, que lo pacta todo con este
gobierno, no hacía nada.
El
post era un florilegio de la corrupción que caracteriza a la España
actual bajo el PP, una corrupción generalizada, estructural, procedente
de un gobierno cuyo presidente está acusado de haber cobrado
sobresueldos en negro y cuyo partido es considerado por algunos jueces
como una "asociación para delinquir".
Me
quedé pensando en que este fenómeno de corrupción generalizada,
descarada, desvergonzada (repásense los vídeos de Rajoy, Trillo,
Bárcenas y resto de esta cuadrilla), tenía que tener alguna explicación
racional. No podía ser una plaga divina, sin causa terrena aparente. Y
creo haberla encontrado. A vér qué opinión merece.
Mariano
Rajoy Brey nació en 1955. Él y sus tres hermanos (dos chicos y una
chica) sacaron unas de las oposiciones más difíciles del Estado
(registradores y notarías) a la primera y apenas terminadas sus
carreras.
Hay quien relaciona estos milagros con el hecho de que fueran
hijos de Mariano Rajoy Sobredo, el magistrado que presidía la Audiencia
Provincial de Pontevedra cuando se juzgó el famoso escándalo del aceite
de Redondela en la primera mitad de los setenta, un proceso lleno de
misterios, con siete muertes escasamente investigadas y menos aclaradas y
en el que aparecía mezclado el hermano del dictador, Nicolás Franco,
quien ni siquiera fue llamado a declarar.
El juicio terminó sin pena ni
gloria, condenándose a unos años de cárcel a tres pichichis y dejando
todo lo demás sin aclarar, incluido el destino de millones de litros de
aceite de los que nunca más se supo. Todo lo anterior y más lo
encontrará el lector en el documentado artículo de Eusebio Lucía Olmos,
titulado ¿Fue Mariano Rajoy un lumbrera o simplemente un beneficiario directo del caso 'redondela'"?
Luego,
Rajoy no debió de ejercer su profesión ni tres años pues ya en 1981 lo
encontramos activo en Alianza Popular (nombre anterior del PP) y
diputado del Congreso en 1982. Desde entonces, hace ya 35 años, no ha
abandonado la actividad política como presidente de diputación,
ministro, vicepresidente del gobierno y actual presidente, secretario
general del partido y también actual presidente de este. O sea, un
político profesional con una formación escasísima (basta con oírlo y ver
lo que lee) y prácticamente ninguna experiencia laboral que no sea
intrigar para conseguir los cargos.
No es pues exagerado considerar que
al frente de los destinos del país se encuentra un absoluto mediocre que
solo prospera en los tejemanejes políticos de los partidos. A la
conocida idea de la sociología funcionalista estadounidense de mediados
del siglo XX de que las sociedades industriales se rigen por el
principio de la meritocracia, Rajoy contrapone una larga práctica
demeritocrática.
Y
es lógico. Nadie que ascienda por encima de sus dotes, cualidades y
esfuerzo tolera a otros en torno suyo que puedan hacerle sombra. Los
necesita más mediocres, más inútiles, con menos escrúpulos que él y
completamente entregados a su voluntad pues, si no se benefician de los
arbitrarios nombramientos del jefe, no son nada.
Ahora
repásense los nombramientos de Rajoy desde siempre. ¿Se busca en ellos
la experiencia, la competencia, la capacidad, la voluntad de trabajo, o
basta con ser amigo y gozar de la confianza del jefe para ascender
meteóricamente aunque no se sepa nada de trabajo (Báñez), de sanidad
(Mato), de educación (Wert), de energía e industria (Soria), de
seguridad (Fernández Díaz), de la Guardia Civil (Fernández de Mesa), del
ejército (Cospedal), etc.? Y ese ejemplo se extiende de arriba abajo
por la pirámide del Estado y se reproduce en todos los niveles, en los
que se entregan competencias a gentes que carecen de ellas y solo se
distinguen por su obediencia ciega y su afición a incurrir en
comportamientos presuntamente delictivos y muy enriquecedores. En
España, en política, y gracias a Rajoy, no se selecciona a la gente por
su mérito sino por su entrega y su demérito.
Y
esa es la raíz de la corrupción general imposible de atajar porque,
milagrosamente (tan milagrosamente como la carrera política de Rajoy) la
raíz está en la copa del árbol.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED