La gente sabe lo difícil que es entenderse con los demás. Quien está
casado, por eso mismo y quien tiene padre o madre, lo mismo. Para que
hablar del entendimiento entre hermanos. Muchas veces da la sensación
que nos han puesto la familia aposta para que no nos pudiéramos entender
con ellos. La mayor parte de las veces nos parecemos más a los demás
que a los nuestros. Las cosas que el ser humano pone en común, la mayor
parte de las veces no tienen que ver con los inevitables lazos
familiares sino más bien con los conceptos adquiridos, las creencias
desarrolladas.
Así, parece más fácil entenderse con el tabernero de la
esquina que con papá o mamá. Y en el caso de ser Papá o Mamá, nos
preguntamos cómo es posible que ese hijo nuestro se empeñe en parecerse a
cualquiera menos a nosotros. Nosotros tan ordenados y juiciosos y ellos
tan caóticos y errabundos.
El caso es que el ser humano lo es porque se comunica con los otros y
en esa comunidad de sentido que comparte radica la fuerza necesaria
para seguir en la cima de la predación, por eso, cuando esto falla, nos
quedamos colgados como chorizos, solos y desamparados. Los hombros de
los colindantes nos dan mucho juego para mantenernos en pie.
La mayor parte del tiempo nos la pasamos en busca de comunicación de
la misma manera que los animales salvajes se la pasan buscando comida.
Nuestro alimento es la búsqueda de la afinidad que nos permita descansar
en el otro parte de lo que creemos porque lo compartamos. Compartir.
Ese es el término clave. Compartir es doblar la fuerza de las
convicciones y repartir los esfuerzos. Una doble ventaja.
Sin embargo,
como decíamos, es curioso como algunas de las cosas claves que traemos
de Fábrica, como se dice, nos es más fácil encontrarlas en otros que en
los que comparten los códigos genéticos parenterales con nosotros. Esto
corrobora la sabiduría popular del célebre dicho árabe: Un hombre se
parece más a su tiempo que a su padre. Porque parecerse a nuestro tiempo
equivale a parecernos a aquellos con los que compartimos los mismos
intereses, creencias, esperanzas y deseos.
Pero el ser humano es por serlo, esclavo de sus intereses. Por eso buscamos más que aquellos que compartan lo mismo que nosotros, aquellos que complementen nuestra vida. Las mejores alianzas son entre iguales que mantengan la mayor parte de diferencias posibles que les permita crear un espacio entre ellos de mucha mayor entidad que el estrictamente personal. Lo malo comienza cuando se empiezan a lograr los objetivos. Cada cual lo empieza a apuntar en su columna de méritos y estas se van pareciendo menos cada día.
Los objetivos políticos, profundamente humanos son el mejor ejemplo
histórico de cómo seres antitéticos comparten cama durante tiempo, el
necesario para empezar a dejar de tener ganas de compartirla. Empieza a
haber mal rollito que dicen los chicos de hoy, refiriéndose a ese clima
chungo que se instala entre los compañeros de cama y que una vez que
empieza, seguro que termina con uno de ellos durmiendo en el suelo.
En Podemos empieza a verse el mal rollito que hay entre Errejón e
Iglesias, que ya no se recatan en airear sus diferencias. Cuando esto
sucede es porque ambos han dado por derribados los puentes, dinamitados
por la gestión del éxito. Una de las cosas más difícil de gestionar de
la vida del hombre, créanme.
Lo malo es que ese rollito chungo como a veces se dice, afecta a
todos los habitantes de este exiguo Estado. Las luchas de poder
terminarán chocando con la vida detenida en cada esperanza puesta en la
estabilidad y armonía de los pactos que nos permitan salir de esta.
Aunque me temo que uno dormirá en el suelo muy pronto.
(*) Profesor de Periodismo en la UCM