Cuando hace dos años se produjeron las escalofriantes imágenes de
policía actuando con extrema violencia en la mañana de la jornada del
referéndum del 1 de octubre, la cancillera Angela Merkel
fue de las primeras dirigentes europeas en hacer llegar a la Moncloa el
horror que le suponía que en el seno de la Unión Europea se actuara con
aquella violencia contra ciudadanos indefensos y de todas las edades
que estaban en sus colegios electorales para votar.
Hay diferentes
versiones sobre si llamó directamente o no a Mariano Rajoy o se
utilizaron otros canales seguros de comunicación, pero lo cierto es que
el mensaje alemán llegó perfectamente a la Moncloa y las furgonetas de
la Policía Nacional y la Guardia Civil regresaron a sus cuarteles sin
explicación alguna aún a día de hoy.
Ese episodio marcó la relación
entre Merkel y Rajoy, los distanció irreversiblemente y, cuando la
moción de censura al líder del PP, la CDU no movió ninguno de sus largos
hilos para evitarla. Bien que lo saben los vascos del PNV, que jugaron
un papel crucial.
El segundo episodio fue con la detención del president Carles Puigdemont en Alemania, cuando
cruzaba la frontera desde Dinamarca y fue trasladado a la prisión de
Neumünster. Fueron semanas de una euforia sin límite en España que
acabaron abruptamente cuando la Audiencia de Schleswig-Holstein lo puso
en libertad y la justicia alemana consideró que no se daban las
condiciones para extraditarlo por rebelión, como quería el juez Pablo
Llarena.
La derecha española acogió muy mal la decisión del tribunal
germano, consideró que era una deslealtad alemana, un desastre para
España y hubo quien cuestionó abiertamente el tratado de Schengen porque
las euroórdenes no habían funcionado. Merkel, poco acostumbrada a que
le den lecciones sobre el funcionamiento de la justicia alemana, encajó
mal la posición del gobierno español.
La larga estancia de Puigdemont en
Alemania aportó una gran novedad al conflicto de internacionalización de la causa catalana:
los medios de comunicación hablaban a diario y pasó a ser casi una
cuestión de política doméstica. Además, se produjo un gran vuelco en la
opinión pública reacia al tema de la independencia pero favorable al
derecho de los catalanes a votar en un referéndum.
El último episodio de la carpeta catalana en la mesa de Merkel lo
hemos conocido este domingo al saberse que la cancillera le había
preguntado al líder del PP, Pablo Casado, la pasada semana en Bruselas, ¿qué pasaba con Catalunya?
Merkel, que dirige el país germano desde 2005, afronta su último año al
frente de la cancillería y, según parece, le horroriza una tormenta
perfecta entre la crisis del Brexit, la crisis económica y la crisis
catalana.
Esta última, siempre doméstica para todos los gobiernos de la
UE, que no se mueven un milímetro de la posición oficial, pero siempre
presente en las conversaciones informales comunitarias y en los medios
de comunicación internacionales. Introducir la cuña de que el gobierno
español está cerrado a cualquier diálogo hasta extremos tan exagerados
como que no coge el teléfono del president de la Generalitat debe ser
algo muy sorprendente en Berlín. Donde, además, se acuerdan gobiernos de
coalición sin problemas entre CDU y SPD desde el final de la Segunda
Guerra Mundial.
¿Alguien se imagina a Merkel no cogiendo el teléfono al presidente de
un lander simplemente porque no le da la gana? Pues esto sucede en
España y muchos lo aplauden. Aunque también es verdad que muchos se
rebelan ante esta actitud altiva y prepotente de esa España que no hace
política y que la deja en manos de los jueces.
Este fin de semana se han
producido manifestaciones impensables en Madrid, València, San
Sebastián, Oviedo y varias ciudades españolas más. Y lejos de leerlas
correctamente, hemos asistido a la respuesta made in Spain en
boca de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso: que
se prohíban en Madrid las manifestaciones de apoyo a la independencia de
Catalunya y de condena a la sentencia del Tribunal Supremo. A las 22.30
horas de la noche no había aún corregido la estupidez de la mañana.
(*) Periodista y director de El Nacional