La política son gestos. No solo gestos, claro está. Pero sin gestos no hay política. Quim Torra se reunirá este martes en Berlín con Carles Puigdemont.
Un gesto político de alto voltaje y una señal de los tiempos que
vienen. El president electo y en muy pocas horas president de la
Generalitat, una vez su nombramiento sea firmado por el
Rey, publicado después en el BOE y, finalmente, tenga lugar el acto
formal de toma de posesión en el Palau, ha querido que su primer acto
oficial tenga lugar en Alemania junto al president legítimo de Catalunya
y persona que los tribunales españoles han impedido su designación para
el cargo, como así querían la mayoría absoluta de los diputados del
Parlament.
A 1.500 kilómetros de distancia de Barcelona. Nunca un
president había empezado de esta manera porque la situación de exilio y
presos da a la legislatura un carácter excepcional. Un total de 70
diputados de 135, cuatro menos de los que este lunes han votado a Quim
Torra. Ojo a este dato, importante y clave para el futuro.
La decisión de Torra no es un tema de agenda, es un hecho político de
la máxima relevancia ya que expresa el cariz de la legislatura que
ahora se inicia. Es una reunión institucional, no un café con su
antecesor en el cargo. Tampoco una visita clandestina y medio a
escondidas. Ambos tienen previsto comparecer ante los medios
internacionales en una conferencia de prensa para dar oficialidad al
reparto de papeles.
No es casual que en sus primeras y breves palabras
después de ser escogido por el Parlament, Torra haya querido destacar
que uno de sus objetivos es investir nuevamente a Puigdemont, devolverle
lo que el 155 le quitó, el Parlament quiso devolverle y la justicia
española impidió. La bipresidencia —una interior y otra
exterior— coordinada y en sintonía ha empezado a andar en medio de la
excepcionalidad y la provisionalidad.
Mientras eso sucede en Barcelona, en Madrid hay disparidad de
criterios sobre cómo debe enfocarse este arranque de legislatura. El
último en subirse a la fiesta ha sido el secretario de organización del
PSOE, José Luis Ábalos, que en tono fardón se ha
referido a un nuevo 155: "Cuesta más la primera vez que la segunda". Y
ahí lo dejó.
A la postre, todos miran de reojo al líder de Ciudadanos, Albert Rivera,
que quiere que la suspensión de la autonomía dure hasta que los
independentistas pierdan la mayoría absoluta o renuncien a su programa
electoral. Un paso menos, sin embargo, del que defiende su experto
económico Luis Garicano que ha comparado la situación
de Catalunya con la de Irlanda del Norte.
O sea, que, según Garicano, la
supresión del autogobierno durante varios años sería la solución. Al
final, mejor eso que lo que otros proponen abierta e impunemente en las
ondas: bombardear Barcelona.
Y de eso, nadie habla, entre la minoría españolista en el Parlament.
Será que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el
propio. Como en tantas otras cosas.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia