Días estos de mucho recogimiento,
meditación y golpe de pecho. Una ministra y tres ministros cantando a
grito pelado "¡soy el novio de la muerte!" al paso del Cristo de la
buena ídem a hombros de legionarios, camino de un recinto en donde
aquellos y aquella le besaron reverencialmente los pies. En un país
aconfesional según esa Constitución que todos deben respetar menos
ellos. Las banderas, símbolo del Estado, a media asta; el Estado a media
asta; España a media asta, por orden del Estado no confesional.
Regresados
al siglo XXI, como era de esperar, Catalunya. No hay otra cosa en
España hace ya meses, años. La procelosa investidura del president de la
Generalitat, que no parece hoy más cerca que en el mes de enero,
provoca propuestas y movimientos que están dictados por la desesperación
antes que el cálculo racional. Como esa del "gobierno de concentración"
del PSC. El nombre no es muy feliz pero el contenido resulta
incomprensible: ¿qué se concentra?
O la propuesta pareja de los comuns del
"gobierno técnico". El canto de un duro ha faltado para el "gobierno de
tecnócratas". Quién iba a decirlo, ¿verdad? Ha de ser la desesperación
la que dicte estas propuestas como manifestación de la repentina fiebre
pactista que padecen quienes siempre se han negado a pactar, como los
seguidores de Iceta, para quienes todo independentista era un intocable.
Ahora los pactos son buenos.
En
cualquier caso son propuestas animadas por un espíritu realista cuyo
único defecto es no coincidir con la realidad. Cualquier propuesta de
gobierno distinta de la de la mayoría del 21 de diciembre exigirá que
algún partido independentista se excluya o el conjunto acepte una rebaja
de su programa, en realidad una renuncia, si se acepta la fórmula de
desistir de la unilateralidad. Pero la realidad, se encarga el bloque
independentista en señalar, consiste en su unidad de acción. Solo él
puede formar gobierno y, para encabezarlo, propone a Puigdemont.
Aquí
se abre un compás de espera por la situación del presidente en
Alemania. La decisión que tomen los jueces alemanes condicionará el
curso posterior de los acontecimientos en España de modo absoluto por
cuanto el gobierno ya ha anunciado su neutralidad en el asunto.
Queda
la especulación porque no hay otra. Y en cualquiera de las dos
posibilidades (extradición o no extradición) el conflicto se habrá
acercado más al punto en que la mediación europea acabará haciéndose
inevitable. De hecho, ya lo es. Europa ya pide a España, por boca de
Schäuble, que "desescale" el conflicto. En román paladino, que suelte a
los presos políticos y acabe con una disparatada judicialización.
Pero no será lo mismo la situación con Puigdemont libre en Europa o Puigdemont preso en España.
Imagino
que en cualquiera de los dos casos, se mantendrá la opción del
Parlament: investir a Carles Puigdemont. A partir de ahí, corresponderá
reaccionar al Estado. Según la intensidad de esta reacción y su
carácter, podrá vaticinarse el curso posterior del proceso.
Este había
empezado siendo una cuestión de cuatro chiflados para ocultar una
corrupción, una "algarabía" incomprensible, un suflé que se desinflaría a
la primera de cambio y resultó ser un movimiento social, una verdadera
marea independentista que ha tomado los caracteres de una revolución.
Y
la Unión Europea cada vez más atenta a la vuelta de España por sus
querencias: presos y exiliados políticos, represión, falta de
libertades, dictadura.
Lo que hay.
Liderazgo
Parece obvio, ¿no? En el exilio, en
prisión preventiva, la voz de Puigdemont se escucha en Europa. La
agitación en las calles lo prueba. Un 51% de los alemanes se opone a la
extradición contra un 35% a favor. Los apoyos de parlamentarios y
asambleas legislativas aumentan. El conflicto España-Catalunya se ha
europeizado. Y, al europeizarse, se ha convertido en lo que es, un
asunto político; no judicial. Es de esperar que los jueces alemanes así
lo entiendan y se nieguen a avalar judicialmente un asunto político
disfrazado de judicial.
Porque el pronunciamiento de Puigdemont equivale a recordar que es el presidente de Catalunya. Confía asimismo en el cumplimiento del acuerdo de la mesa del Parlament de
proponerlo para la investidura. Si hubiera algún remonoleo a este
respecto, merece la pena considerar las declaraciones de Elisenda
Paluzie, nueva presidenta de la ANC en el sentido de que si la represión nos lleva a no asumir riesgos, lo mejor es abandonar. No
se trata solamente de un pronunciamiento claro de resistencia, sino una
aceptación de lo inevitable: solo hay camino hacia delante; solo
admitiendo el riesgo de la represión puede ponerse fin a esta.
Ahora
solo queda esperar la decisión de la justicia alemana. Sin olvidar que,
sea esta la que sea, el acuerdo de la mesa del Parlament se mantiene.
Puigdemont será propuesto candidato a la investidura. Reconociéndose así
al prófugo o detenido una legitimidad que el B155 no está dispuesto a
admitir bajo ningún concepto, si bien es lo más sensato que podría
hacer.
Razón
por la cual solo quedan quedan dos opciones: o el 155 pasa al ataque
dictatorial directo y suspende de derecho la autonomía catalana pues ya
lo está de hecho o bien nos preparamos para unas nuevas elecciones, según vaticinan ya los socialistas, aunque dicen que no las quieren.
Y
hacen bien. Unas nuevas elecciones en las condiciones actuales
clarificarían definitivamente la situación en los términos de un
referéndum entre un polo independentista (formado por una lista de país y
los añadidos que gusten) y otro no independentista con las opciones que
sean. Por supuesto, en la lista independentista figurarán todos los
dirigentes procesados/as.
Entre
tanto la Generalitat debe estar regida por un gobierno transitorio
independentista. Transitorio porque se limitará a gestionar las
elecciones e independentista porque es el de la mayoría. Y sin 155.
No parece que haya otra salida.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED