Mi artículo de elMón.cat
sobre la Diada. Contrariamente a mi costumbre, no haré resumen
ni glosa previa.Tengo mucho más que añadir, por supuesto, pero me
esperaré a leer otras opiniones.
De momento, el texto en castellano es este:
La Diada abre el camino a la República catalana
Absurda
la guerra de cifras. Por mucho que Millo y los del PP mientan y
manipulen, lo ha visto todo el mundo: un millón de personas por la
independencia en Barcelona. A pesar de las trabas, las amenazas, la
guerra sucia, la represión y el lerrouxismo de la “verdadera” izquierda
que intentó dividir el movimiento con un éxito tan notable que no
estaría de más que Colau, Iglesias y Doménech fueran pensando en
dimitir, viendo el tirón que tienen y el peor destino que les aguarda en
Cataluña. Había más gente en la manifestación de C’s. Quizá debieran
unirse y, en todo caso, es de esperar que esta amarga experiencia fuerce
a Colau –cuyo instinto de supervivencia político es el único al que
obedece- a replantearse su negativa a facilitar colegios el primero de
octubre.
Una
concentración libre, democrática, pacífica, un ejemplo de civismo y
cohesión. Cuestión de saber si al genio de La Moncloa esto sigue
pareciéndole una algarabía o alguien le ha explicado ya que es el
comienzo de su fin, el preludio a la votación del 1 de octubre próximo,
en la que se firmará el acta de nacimiento de la nueva República
catalana.
Las
tres semanas que faltan hasta el referéndum estarán seguramente
repletas de incidentes berlanguianos como los de la Guardia Civil en
Valls, de ridículos sistemáticos de un gigantesco aparato de represión
perfectamente inútil dotado de un potencial de overkill innecesario
porque no se puede emplear contra todo un pueblo empeñado en emanciparse
“de una puta vez”, como dice Lluís Llach con estro poético por dos
razones:
En
primer lugar, porque es eso, todo el pueblo, todas las clases sociales,
un movimiento transversal que viene de muy atrás, de generaciones con
una voluntad de ser que ha superado barreras, prohibiciones, cárceles,
dictaduras, fusilamientos. Solo habría un medio, no ya de frenarlo, sino
de cuestionarlo: sacar a la calle de forma voluntaria y pacífica a otro
millón de personas en defensa de la situación actual, de la sumisión de
Cataluña a España. ¿Hay alguna duda de que, si pudieran, quienes hablan
de “mayoría silenciosa” lo harían? Para ejemplo, cuéntense los
asistentes que tendrá la próxima manifestación del día de la Raza el 12
de octubre en Barcelona.
En
segundo lugar porque si el movimiento se frustrara por el motivo que
fuese, las consecuencias serían terribles. La venganza de los
“demócratas” españoles, desde el PP hasta los comunistas de IU pasando
por Podemos, el PSOE y otros defensores de la nación española, iría a la
raíz misma de Cataluña y su dignidad como nación, que tratarían de
destruir como fuera. Y si España entera sufrió las devastadoras
consecuencias de haber perdido una guerra en 1939, la experiencia
catalana fue ya entonces doblemente dura.
La
Diada de 2017 es la mejor respuesta a la política de persecución del
gobierno central y sus aliados socialistas y de C’s, esos que blanden la
legalidad vigente sin preguntar cuál sea su legitimidad. Su impacto
exterior evidente ha estrechado el margen de acción del gobierno central
a extremos inverosímiles. Tanto que empiezan a escucharse voces dentro
del aparato orgánico y mediático del PP pidiendo la dimisión de Rajoy
por inútil. De tener sentido común, este aprovecharía para irse, antes
incluso de que esa oposición interna se convierta en un alud, se rompan
los equilibrios interiores de la presunta “asociación de malhechores” y
el hombre acabe en Soto del Real, con sus amigos.
Y
hay algo más y bien patente. Algunos de los diversionistas que han
pretendido rivalizar con el “mainstream” de la opinión popular
claramente independentista, están empezando a cambiar su discurso. El
líder de Podemos, Iglesias, que lleva una temporada haciendo
declaraciones contradictorias en clara muestra de que sigue sin entender
nada de Cataluña, tan a la desesperada como los del PP, ahora propone
una alianza con PSOE y C’s para echar a Rajoy y aceptar un referéndum de
autodeterminación. No puede ignorar que tanto el PSOE como C’s son
radicalmente contrarios a la idea (en el fondo, como él mismo) pero
trata de salvar los muebles de una izquierda que solo surgió, como se ve
ahora, para encontrar puestos y sillones para una nueva generación de
políticos españoles y españolistas.
Ayer,
en Barcelona arrancó la corriente que desembocará el próximo primero de
octubre en una avenida de los ríos Alfeo y Peneo con los que el
Hércules de la nación catalana barrerá los establos del rey Augías del
Estado español y se llevará por delante el podrido sistema de la tercera
Restauración y su clase política de vividores del erario de nueva o
vieja generación.
Hoy, Cotarelo en Balaguer
A las 20:30 en el salón de actos del
Ayuntamiento de Balaguer, en una xerrada sobre el impacto de la
independencia de Cataluña en España. El título tiene algo de
provocativo: No hay futuro en España sin la independencia de Cataluña.
Puede parecer absurdo desde un punto de vista materialista y
cortoplacista, pero no lo es.
El mantenimiento de Cataluña a la fuerza
dentro del Estado español, supone el del statu quo por los siglos de los
siglos. Unas zonas del país (els països catalans y Madrid) productivas y
el resto subsidiado a excepción del País Vasco y Navarra que, con su
sistema de cupo y concierto al que nos referíamos en un post anterior, Catalanes y vascos, tampoco
aportan ni detraen nada y, en consecuencia, son magnitud neutra.
Esto
significa, en efecto, perpetuación de la lamentable situación actual: ni
las zonas más productivas acaban por despegar del todo debido al lastre
de los territorios subvencionados ni estos tienen suficiente estímulo
para despegar de una vez y vivir de sus propios recursos y su adecuada
gestión.
La
sacudida de la independencia de Cataluña obligará a la gente a vigilar a
la oligarquía española tradicional, a impedir que siga robando, a
castigarla en los tribunales y a prosperar por sus propios medios. Al
principio puede ser difícil, pero esa misma dificultad obligará a las
gentes españolas a exigir responsabilidades a la clase política,
políticas y penales.
Solo entonces empezará a cambiar España para bien.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED