Democracia directa y democracia representativa son dos formas de
articular la participación ciudadana con ventajas e inconvenientes. El
objetivo es lograr mayor participación, más identificación y una
formación de voluntad política lo más perfecta posible. Suele ocurrir
que se valore más lo que no se tiene que lo habitual; la democracia
directa tiene tradición y recorrido pero en las complejas sociedades
actuales se enfrenta a problemas de implicación.
Hay sociedades que han
asimilado como deber ciudadano implicarse en decisiones que les afectan
sometidas a referéndum. Se puede comprobar en Suiza y también en muchos
estados federados de los EEUU. California va a votar el 8 de noviembre
dos docenas de proposiciones que afectan a los ciudadanos y sobre los
que van a tomar decisiones críticas.
En Europa la democracia directa se utiliza mediante referéndums
ocasionales, con sesgo de plebiscito, para algunas decisiones de ámbito
comunitario con resultados equívocos porque en sociedades poco
habituadas al mecanismo, los ciudadanos pueden responder a las preguntas
con respuestas que no tienen en cuenta la materia consultada sino que
satisfacen otros intereses más o menos emocionales. Tres recientes
referenda en Escocia, Reino Unido y Colombia, con participación,
desigual, han proporcionado resultados contrarios a los proponentes,
aunque muy apretados, tanto que la gestión del resultado (que era
consultivo) provoca crisis políticas con desenlaces imprevisibles.
La moda de la democracia directa se ha traspasado a los partidos para
elegir a sus dirigentes, en unos casos con censo de militantes y en
otros con censos abiertos a simpatizantes. El sistema es interesante
aunque tiene sus limitaciones, suena bien, parece de lo más puro y
representativo, pero los resultados tienen zonas de sombra.
El último caso es el del socialismo catalán, que ha dilucidado el
liderazgo con unas primarias con dos candidatos cuyas diferencias eran,
fundamentalmente, de edad y género. De hecho van a formar ambos la nueva
dirección, de manera que lo que los militantes han decidido es quien va
de nº 1 y quien de nº 2. ¿Supone este modelo más democracia que el
anterior por escalones representativos?
Cada cual tiene su propia respuesta y preferencia pero los datos
objetivos del caso PSC son llamativos. De los 18.000 militantes
registrados, con cuotas al día, han participado solo la mitad (9.000) en
un ejercicio que no requería más esfuerzo que pasar un sábado por la
sede más cercana para colocar una papeleta en la urna. Y esos 9.000 se
han dividido casi por mitades, de manera que el líder, tras una campaña
bastante intensa y persuasiva, cuenta con la bendición de poco más del
25% de la base de militantes. Unas primarias de militantes
decepcionados, sin apertura a los votantes que bien merecían haber sido
escuchados. El problema para el PSC es que la base de votantes se ha
reducido a la mitad en pocos años, (un millón el año 2011 y poco más de
medio millón, decreciendo, en las últimas elecciones). ¿Cuántos de estos
votantes se hubieran registrado para elegir al líder? Ni siquiera lo
han intentado… por si las moscas.
La misma lógica puede servir para el PSOE en su conjunto, con militancia
en retroceso, deprimida y espantada tras el último Consejo Federal.
Algunos quieren apelar a las bases para decidir la estrategia y podrían
encontrarse con que las bases les hacen una monumental pedorreta tal y
como ocurrió en algunos casos precedentes. Incluso las movilizadas y
emocionadas bases de podemos cuando han sido consultadas han acreditado
que la democracia directa moviliza menos votos que la representativa. En
resumen que las cosas son más (y menos) de lo que parecen.
(*) Periodista y economista