Carles Puigdemont y Toní Comín, ja són allà. Su imagen, sentados en los escaños 853 y 854 en el Parlamento Europeo, blandiendo un póster que reclamaba la libertad de Oriol Junqueras
-el eurodiputado electo privado de inmunidad y de libertad en la
prisión de Lledoners- es, sin duda, una de las instantáneas de lo que
llevamos de 2020. La victoria judicial lograda por Puigdemont y Comín
en las instancias europeas frente a las vulneraciones permanentes de
derechos y la represión del Estado español.
Es el triunfo de la
persistencia y la tozudez frente a un Estado que se resiste a cambiar el
chip y aún sigue tildando de prófugos y de golpistas a los dos
eurodiputados, cuando no son ni una cosa, ni la otra.
La justicia europea ha dado la vuelta como un calcetín a la posición de sus colegas españoles
y ni tan siquiera la burda maniobra de presentar el suplicatorio el
mismo día en que los dos eurodiputados asistían a la sesión plenaria de
Estrasburgo, para contraprogramar el impacto de la noticia, ha desviado
mínimamente el foco del bofetón que ha supuesto para el deep state.
Duro golpe para el stablishment madrileño el Telediario de la noche: Pablo Iglesias tomando posesión como vicepresidente del gobierno con un rictus del rey Felipe VI enormemente serio, la ex ministra de Justicia Dolores Delgado nueva fiscal general del Estado y Puigdemont y Comín sonrientes en sus escaños en Estrasburgo.
Pasará tiempo para que la situación entre Catalunya y España se
normalice pero, seguramente, si existiera el más mínimo brote de audacia
en el Palacio de la Moncloa sería el momento idóneo para dar un
paso al frente y abrir un diálogo profundo y sin cortapisas que
generara las condiciones para un referéndum.
Porque el escaño
de Puigdemont puede acabar de convertirse en la piedra angular que acabe
reflejando a nivel internacional una u otra imagen de España mientras
la Eurocámara actúa como una gran caja de resonancia de las demandas
catalanas.Todo eso, lo iremos viendo en los próximos meses mientras los
europarlamentarios de Partido Popular, Ciudadanos y Vox se desesperan
con sus nuevos compañeros de hemiciclo.
A uno de los chicos de Vox, el
presidente Sassoli ya tuvo que llamarle la atención este mismo lunes.
Veremos qué actitud tienen los socialistas, atrapados entre la desjudicialización de la política que predica el reconvertido Pedro Sánchez y las presiones para que se sume, llegado el momento, al suplicatorio pedido por el juez Pablo Llarena y que se verá dentro de unos meses.
Situadas las piezas de este nuevo curso en Bruselas y Madrid, la
tercera que va a entrar en acción está en Barcelona, donde en las
próximas fechas se deberá reunir la mesa catalana que debe fijar la
posición del Govern para la reunión con el Ejecutivo de Sánchez. De esta
cumbre entre partidos independentistas y entidades debe salir también
la posición que el president Quim Torra lleve a su reunión con el presidente del Gobierno español.
Será
la primera ocasión en que se podrá ver si hay agua en la piscina o es
un enorme suicidio lanzarse ya que los negociadores van directamente
contra el cemento. Y, en un máximo de quince días, la reunión entre los
dos gobiernos que acordaron el PSOE y Esquerra Republicana para la
investidura de Sánchez.
También será el momento de la presentación de
los presupuestos de la Generalitat por parte del vicepresident Pere Aragonès. Por más que especulen unos y otros, no parece, ciertamente, que las elecciones catalanas estén a la vuelta de la esquina.
Bartomeu, un ridículo mayúsculo
Decía el filósofo y pensador británico Edmund Burke que el miedo es el más ignorante, injuriosa y cruel de las consejeras. Es muy probable que el presidente del FC Barcelona, Josep Maria Bartomeu,
no haya oído hablar nunca de Burke pero está dirigiendo el club desde
la derrota del pasado jueves de la Supercopa frente al Atlético de
Madrid en Arabia Saudí de una manera que se acerca mucho al ridículo.
Fuimos legión los que al finalizar la pasada temporada defendimos el
cambio de entrenador ya que era más que evidente que Ernesto Valverde no tenía las hechuras suficientes para afrontar otro año más.
Bartomeu desatendió todos los consejos, también los de muchos de sus
compañeros de junta directiva, pensando, quizás, que después de las
humillantes derrotas de Roma (2018) y Liverpool (2019) no habría una
tercera ocasión. Era el momento para hacer foc nou, recuperar el modelo Barça que se ha ido perdiendo y trazar un nuevo rumbo. El miedo y la mediocridad lo bloqueó todo.
Pero nada de lo sucedido en las dos últimas temporadas ha llegado al
extremo de este nuevo ejercicio y de lo que ha sucedido en las últimas
72 horas en que se ha hecho una retransmisión en directo del casting
para buscar sustituto de Valverde y sin cesar al Txingurri. Se buscó
primero el carisma de Xavi Hernández, el mítico
centrocampista de Terrassa.
De haber aceptado hubiera sido un perfecto
pararrayos para Bartomeu, pero le dio calabazas como hace unos meses
también rechazó Carles Puyol la oferta de ser el director deportivo del club. Dicen que también le ha desairado en las últimas horas Ronald Koeman y que se busca contra reloj un entrenador que pueda sentarse inmediatamente en el banquillo durante unos pocos meses.
Aquellos que tienen mucho a perder tienen mucho a temer, dijo también
Burke. La temporada aún está muy en sus inicios y como el fútbol es
caprichoso el Barça aún puede acabarla bien. Y ojalá sea así. Pero los
deberes se han de hacer y no tiene ningún sentido que Bartomeu agote el
último año de su mandato. Lo mejor sería convocar elecciones al inicio
del verano y que un nuevo presidente, con el aval de los socios, encare
sin ataduras un nuevo mandato.
El reloj empieza a correr
Es difícil de entender que un gobierno de coalición tenga que tener más ministros que uno monocolor y aunque son tiempos de predicada austeridad, Pedro Sánchez dará a conocer este domingo su nuevo ejecutivo con hasta 22 ministerios,
incluidas las cuatro vicepresidencias.
Son cinco más de las que tenía
Sánchez en la legislatura de la moción de censura y nueve más que Mariano Rajoy.
Un nombre más y el banco azul del Congreso de los Diputados hubiera
empezado a tener algún problema para acoger al recién alumbrado gobierno
de coalición.
Del nuevo ejecutivo español destacan las cuatro vicepresidencias
cuando lo máximo que había habido eran tres con Jose Luis Rodríguez
Zapatero. La manera como creó Pedro Sánchez la cuarta
vicepresidencia, la de Transición Ecológica y Reto Demográfico, para
Teresa Rivera, fue toda una sorpresa para su socio Pablo Iglesias.
La cuestión puede parecer menor pero no lo es: ¿Es normal provocar un
desencuentro así antes de empezar a trabajar solo para diluir el
protagonismo de Iglesias? ¿O es más bien un acto de deslealtad a lo
acordado y firmado?
El hecho de que el último ministerio que haya sido dado a conocer, en
la medida estrategia de Sánchez de ir dosificando los anuncios para
mantener la intriga y alimentar las quinielas, sea el de Justicia en la
persona de Juan Carlos Campos es, ciertamente, una
circunstancia que acaba siendo un ejemplo real de la situación actual.
La justicia es la patata caliente de este nuevo gobierno y, en algunos
aspectos, la columna vertebral en la que deberán recaer el verdadero
cambio de rumbo en las relaciones entre Catalunya y España. La desjudicialización de la política es la piedra angular para rebajar el conflicto y aquí la fiscalía y los tribunales tienen mucho a decir.
Y es normal que Miquel Iceta mire de ganar tiempo en el desarrollo de los posibles acuerdos que se puedan alcanzar en la denominada mesa de diálogo,
que, papeles en mano, tendría que tener su primera reunión antes del
lunes 27 de enero, tal como se firmó que sería "en el plazo de quince
días desde la formación del gobierno de España", y que "establecerá los
plazos concretos para sus reuniones y para presentar sus
conclusiones".
Pero es necesario adelantar que ni en este asunto, ni en
ningún otro, el gobierno tendrá los cien días de gracia que se les
solía dar antes a los ejecutivos. Ahora, el tiempo apremia ya que son
muchas las carpetas a resolver.
(*) Periodista y director de
El Nacional