El Parlamento británico ha rechazado por tercera vez el plan de la
primera ministra británica Theresa May para la salida ordenada Reino
Unido de la UE pactada entre el Gobierno de Theresa May y los 27 países
de la Unión.
Ni si quiera la oferta de dimisión de May ha servido para lograr un
consenso razonable en la Cámara de los Comunes y ahora la situación se
queda en un sorprendente limbo con dos posibles salidas: ruptura total y
salida del Reino Unido de la UE sin acuerdo el 12 de abril; o prórroga
de la situación de este ‘impasse’ hasta finales de 2019, con la
participación de Gran Bretaña en las elecciones europeas de finales de
mayo.
El Parlamento británico ha vuelto a dar, pese al desastre político
que su decisión incluye, una muestra de su independencia y autonomía. Y
la prueba incontestable de que en Gran Bretaña la necesaria -en toda
democracia- separación de los poderes del Estado (de la que habla
Montesquieu) es una realidad incontestable, pase lo que pase.
Y eso no forma parte de la flema o idiosincrasia británica sino de un
acervo democrático ejemplar, aunque provoque una dramática e
impredecible situación de bloqueo institucional, con serios riesgos para
la economía y los ciudadanos del Reino Unido.
Theresa May había ofrecido su cabeza política al Parlamento, a cambio
de que le dieran la razón y se aprobara la salida de la UE que ella
negoció con los 27 de la Unión. Pero el Parlamento ha dicho ‘no’ y por
lo tanto May no debe dimitir, ni tampoco adelantar elecciones como lo
pide Jeremy Corbin desde la oposición.
Más importante aún es que las decisiones del Parlamento no son, en
este caso, vinculantes ni suponen un mandato imperativo al Gobierno por
lo que May, contra viento y marea, podría tener la última palabra y
tomar la decisión final que ella considere más oportuna.
Pero resultaría asombroso que May, tras ofrecer su cabeza, quisiera a
fin de cuentas jugar a ser Wiston Churchill -‘sangre, sudor y lágrimas-
y decidir en el nombre de todos los británicos lo que se debe hacer.
Mientras al fondo de todo ello queda el caos como solución o un segundo
referéndum del Brexit como lo reclama ahora una mayoría de la población.
(*) Periodista