El 27 de diciembre, cuando me tomé unos días de vacaciones, los diarios
comprados en el aeropuerto abrían con titulares del estilo “El PP cierra con Ciudadanos el pacto que le dará la presidencia andaluza” ('El País'). Cuando volví, el pasado día 4, el pacto no solo no había fructificado sino que estaba en el aire por las exigencias de Vox. Cuatro días después, todo sigue igual.
¿Qué ha pasado? Pues que PP y Cs solo suman 47 diputados en el Parlamento andaluz, y la mayoría absoluta es de 55. Si Vox no vota, el candidato del PP, Juan Manuel Moreno, lo tiene muy crudo. Y la lógica partidaria indica que, como está pasando, Vox levantará la voz y exigirá una negociación formal y su reconocimiento como socio con derechos mientras que el partido de Albert Rivera
tendrá grandes dificultades para aceptar esas condiciones, porque
automáticamente se convertiría de cara a las autonómicas y municipales
de mayo en una segunda marca del PP.
Complicaría además sus incipientes
alianzas europeas (Macron y el grupo liberal europeo) y enturbiaría la
imagen de Rivera
de cara a las presidenciales españolas, que es como el líder de Cs ve
las próximas legislativas, sean cuando sean. Como un duelo
Rivera-Sánchez con el medio estorbo del PP.
Para complicar las cosas, el PP
(pese a que Casado es inasequible al desaliento) no puede presumir de
nada. El resultado contable de las elecciones andaluzas es que hay tres partidos que perdieron votos:
la coalición Adelante Andalucía (-32%), el PP (-29,7%) y el PSOE
(-28,5%). El PP peor que el PSOE, pese a los ERE y el desgaste de 37
años.
Por el contrario, Cs tuvo un éxito porque aumentó sus votos un 78%
pese a la amargura de no lograr el ansiado sorpaso al PP, y la extrema
derecha de Vox tuvo un gran resultado porque pese a obtener solo 12
diputados (de 109) pasó del cero patatero a 395.000 votos (más que los
que perdió el PP).
En estas condiciones, es muy complicado que PP, Cs y Vox alcancen un pacto razonable,
como desean el PP y Vox, o un no pacto que sea un arreglo enmascarado,
como quiere Cs. Por mucho que la negociación —el viento en las tres
fuerzas es centralista— se haya trasladado a Madrid. Es cierto que el
pacto puede alcanzarse si funciona la magia Aznar.
Es
decir, si los tres reconocen la autoridad moral y el arbitraje, aunque
sea en la sombra, del antiguo líder del PP, que ve en las tres fuerzas
la futura unión de un partido de centro-derecha y constitucional.
Aznar
es terco y tiene devotos en el electorado de la derecha tradicional pese
a que sus tres antiguos hombres fuerte han acabado mal: Mayor Oreja,
porque Ibarretxe le ganó la partida, Rodrigo Rato, porque está en
prisión, y Mariano Rajoy, porque Aznar le considera un flojo y ni él ni
Pablo Casado valoran sus años de gobierno, su papel en la salida de la
crisis (algo debió tener que ver) y el estoicismo con el que asumió las
malas costumbres del PP (desde luego, no todas achacables a él).
Si funciona la magia Aznar, Pablo Casado conseguirá que Santiago Abascal
se comporte como un teniente coronel disciplinado y no juegue a
multiplicar por cinco sus estrellas (lo que objetivamente le convendría)
y que Albert Rivera se comporte con alguna dosis de humildad. No sé qué
es más difícil.
Pero sin magia Aznar, la coalición de las tres derechas
en Andalucía fracasará… o tardará tiempo en germinar. Y el tiempo no conviene a nadie,
porque las autonómicas y municipales están cerca. Solo Vox podría
apostar por ellas en una estrategia maximalista. Quizá también alguien
del PSOE que creyera que Susana Díaz podría obtener un resultado mucho mejor en una próxima convocatoria.
Pero si la magia Aznar no funciona, la repetición de elecciones no es inevitable. La realidad es que Susana Díaz y el PSOE no pueden presidir la Junta
porque llevan demasiados años gobernando y la alternancia es democracia
(como cuando en 2003 Pasqual Maragall puso fin al pujolismo de 23
años), porque han perdido un 28,5% de sus votos y —lo definitivo— porque
no tendrán mayoría (50 diputados contando con los 17 de Podemos). Y Cs
esta vez —ya lo hizo la pasada legislatura— no se abstendrá a favor de Susana Díaz.
Pero si la izquierda no puede gobernar y la triple derecha tampoco
porque la magia Aznar no funciona (o se reserva para otra ocasión), hay otra investitura posible que a bote pronto parece imposible pero que no lo es. Si el PSOE está dispuesto a dar a Juan Marín,
el candidato de Cs, la presidencia de la Junta (como Cs hizo con Susana
Díaz la vez anterior), suman 54 diputados.
Les falta uno, y es muy
difícil que Podemos quiera hacer frente común en contra con Vox y el PP.
Con alguna abstención pactada de Podemos bastaría, y Pablo Iglesias —al
que la derrota de 2016 y ahora las andaluzas le están enseñado que lo
de 'cuanto peor, mejor' es una estupidez— ya ha insinuado que impediría
un Gobierno de la triple derecha unida.
¿Qué ventajas sacaría el PSOE?
La primera es que Cs tendría que aceptar gobernar pero sin un vuelco a
la tortilla, y no se satanizaría el Gobierno del PSOE. No todo puede ser
malo cuando ha gobernado desde 1981 ganando elecciones (no con
sucesivos 155), aunque es cierto que Andalucía no ha acortado su
distancia económica con las autonomías más desarrolladas. Alguna culpa
tendrá el exceso de proteccionismo que lastra el ansia de emprender.
La segunda ventaja es que se difuminaría la partición de España en dos mitades enfrentadas,
lo que empieza a recordar algo (es decir, demasiado) aquello del Frente
Nacional (ahora Vox, PP y Cs) frente al Frente Popular (PSOE, Podemos,
PNV, ERC y PDeCAT).
En un clima guerracivilista —al que Casado,
al contrario que Rajoy, no hace ascos—, ni el PSOE actual (que pese a
lo que dice cierta derecha e incluso cierto centro no tiene nada de
'caballerista') ni una España que debe enfrentarse al desafío de la
globalización (abundante mano de obra barata fuera de Europa) tienen
nada que ganar.
Además, se abriría el horizonte de cara a las autonómicas y las próximas generales.
No estaríamos en eso tan estéril del bloque contra bloque sino en un
marco de alianzas variables y pragmáticas.
En un clima en el que el
dogma tendría que dejar paso a lo conveniente. En un país que viviría
menos en el cuento de buenos y malos (o rojos y azules) y en el que se
reconocería que hay ideologías pero también que distintos sectores ven
diferentes —legítimamente— soluciones adecuadas a problemas que no
siempre se ven de la misma forma.
Si la magia Aznar no funciona, Pedro Sánchez (y Susana Díaz) tienen la oportunidad. En ese caso, Rivera tendría que asumir sus responsabilidades.
No tendría que elegir campo (aunque le acusarían inmediatamente de rojo
enmascarado) sino aprovecharse de las ventajas del centro político.
Aunque también estaría obligado a asumir complejidades que ahora
rechaza. No se puede hacer política solo cortando el dividendo de las
torpezas de Torra que, pese a todo, ha sido investido por partidos que
tienen el 47% del electorado catalán.
¿Qué hará Sánchez? ¿Y Susana? ¿Y Rivera? ¿Sabrán coger la oportunidad si la magia Aznar no funciona?
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia