Ayer, viralización al canto en las redes de Tabarnia, un lugar
nuevo, un nuevo nombre que se difundió como la luz. Una ínsula Barataria
(el nombre se da un aire) que lleva años proponiendo una organización
llamada Barcelona is not Catalonia
y cuyo fundamento y truco consiste en enredar a los independentistas en
discusiones por aporías: "si Cataluña puede ser independiente, ¿por qué
no el Baix Llobregat? Eso, a ver ¿por qué no el Baix Llobregat o
Barataria, perdón, Tabarnia?
La ingeniosa pregunta estaba por doquier y venía a consolar a los
ganadores de las elecciones del luctuoso hecho de haberlas perdido.
Hasta algunos independentistas se mosquearon, gentes de poca fe. Y, por
supuesto, los equidistantes se convirtieron en yoyas, "¿véis? yo ya lo
dije".
Nada, hombre, la Tabarnia esa es producto de dos tácticas mafiosas: el filibusterismo y el gerrymandering,
que podríamos traducir audazmente como "salamandreo". El filibusterismo
es patente. Lo presentan como el punto de la victoria: venga, guapos, a
discutir, a debatir, a ver por qué son mejores vuestras razones que las
nuestras, etc., etc., ad nauseam. Ni caso. Cada cual a lo suyo.
¿Creen vuesas mercedes que ha lugar a la solicitud y tramitación de una
nueva Comunidad Autónoma en España? Perfecto, pónganse en marcha por las
vías establecidas o las que les dé la gana, a ver qué resultado
obtienen; pero no estorben. No filibusteen.
Lo del gerrymandering es de risa: aquí, al parecer, se trazan los
límites de las circunscripciones según los parientes que tiene en cada
lugar el que hace el trazado. Creen estos infelices que esas líneas son
como las del AVE. Por desgracia, las decisiones no las toma el equipo de
delineantes de la Asociación Esta es mi Patria, sino las instancias
competentes. Inicie, pues, Tabarnia su hoja de ruta a través de las
instituciones. Y arrieros somos.
Lo jocoso de la movida no oculta su mala uva. Quienes ayer celebraban el
redescubrimiento de Tabarnia eran quienes antes de ayer acusaban a los
independentistas de dividir a los catalanes. Y, ¿qué otra cosa pretende
la separación de Tabarnia si no dividir a los catalanes? La mala uva
radica en que se propone después de haber perdido las elecciones.
Perdieron la partida y quieren romper la baraja.
Filibusterismo y salamandreo.
Bon vent i barca nova.
España Potemkin
Mi artículo de hoy en elMón.cat, titulado El país Potemkin.
El contenido, sencillo, es una metáfora. España no es un Estado de
derecho ni una democracia. No solo porque no quiera sino y, sobre todo,
porque no sabe ni puede. El país se ha gobernado siempre así, el Estado
ha sido siempre patrimonio de una oligarquía nacionalcatólica,
autoritaria, ridículamente imperial y corrupta que no entiende de
imperio de la ley, juego limpio, división de poderes, primacía del
Parlamento, responsabilidad de los políticos, libertad de expresión,
etc., todo lo que constituye un Estado de derecho.
Los esfuerzos de la
ideología oficial, propalada en todos los medios, por presentar el
Estado español -incluso con presos y exiliados políticos- como un Estado
democrático de derecho homologable con algunos cirvumvecinos al Norte,
Este y Oeste, son vanos. Todo lo más, esta vieja e irreformable
estructura oligárquica, heredada de siglos anteriores y exacerbada por
el franquismo, llega a ser un remedo, una imitación, que tiene de
aquella forma de Estado las bambalinas.
Es la escenificación que, según
cuentan algunos, hacía el ministro Potemkin, cuando la Zarina viajaba,
por ejemplo, por el Dniéper: llenaba las riberas de escenarios de cartón
piedra que mostraban felices y prósperas aldeas y sonrientes mujiks.
Las llamadas "aldeas Potemkin". España es una aldea Potemkin. Gobernada
por los dignos herederos de Franco. Allí donde este puso en pie un
remedo de Estado (en lugar de una junta de militares rebeldes), una
ficción, un Estado Potemkin, sus herederos, más audaces, recurren a un
Estado de derecho Potemkin.
La versión castellana.
El País Potemkin
Al explicar el resultado de las elecciones de 21D, el gobierno español
dice que el fracaso del PP no es de M. Rajoy, quien no estaba
examinándose en Cataluña. Que el presidente de los sobresueldos casi
fijara allí su residencia durante la campaña y fuera abucheado en las
calles repetidas veces no quiere decir nada ni es indicativo de nada.
Rajoy no se presentaba. Se presentaba Albiol. Al que el descalabro
tampoco debe de afectar porque no dimite. Sabido es que en el PP no
dimite nadie, haya hecho o dejado de hacer lo que haya hecho o dejado de
hacer.
El PP no es un partido con sensibilidad democrática. En realidad, no es
un partido al uso sino más bien una presunta asociación de malhechores,
como dicen los jueces y en las asociaciones de malhechores nadie dimite.
Y menos por unas elecciones. En definitiva, tampoco celebran
elecciones. Y, cuando lo hacen, se financian ilegalmente y se ganan con
trampas
Ni con trampas se han podido ganar en Cataluña y eso parece trastocar
todas las teclas del bloque del 155. El gobierno y el Estado español no
son un gobierno ni un Estado normales sino unos remedos, unas
falsificaciones. Así como el partido gobernante no es un partido sino
una asociación de malhechores, el gobierno no es un gobierno sino una
oligarquía arbitraria dedicada al saqueo del país que dice administrar y
el Estado tampoco es un Estado sino una monarquía tiránica impuesta por
un dictador y que solo se mantiene de pie por la imposición y la
violencia, mal unida en sus tierras y mal llevada por sus gentes
La idea de que España es un Estado de derecho y un Estado del bienestar
avanzado homologable a los de su entorno que propalan los medios de
comunicación, los menos fiables de Europa, según dictamina la Comisión
Europea, es tan falsa como todo lo demás. Tiene la apariencia de un
Estado de derecho y de bienestar, pero se le ve enseguida el engaño
cuando el que más presume de ello, Rajoy, es quien ha suprimido la
división de poderes propia del primero y el fondo de reserva de la
seguridad, propia del segundo.
España, como siempre, es un país de apariencias, una mala imitación, un
“tente mientras cobro”, una falsificación y prostitución de los
principios fundamentales de los órdenes democráticos propios de Europa
occidental contra la cual ha venido luchando incansablemente el país
desde el Concilio de Trento. No ha conseguido imponerse, ha salido
derrotado y ha tenido que adaptarse a los usos y costumbres de los
vencedores a los que, en el fondo, odia. Ha tenido que escenificar una
estructura liberal que le es ajena, poner en pie unos decorados
ficticios como los que mandaba construir el ministro Potemkin para
ahorrar a la zarina Catalina la visión de las miserias del pueblo.
En España no se respetan ninguno de los principios de las tradiciones
del Estado de derecho y la democracia: no hay derecho a la información
veraz, ni respeto a la voluntad mayoritaria de la población, ni
independencia judicial, ni separación de la Iglesia y el Estado, ni
control parlamentario del gobierno, ni rendición de cuentas de los
gobernantes, ni igualdad de la ciudadanía ante la ley, ni principio de
legalidad en la actuación administrativa, ni respeto por los derechos
básicos de la población ni siquiera por su integridad física a manos de
unos cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado empleados como tropas de
asalto contra las manifestaciones populares pacíficas.
Así, en este Estado Potemkin que es España, la policía puede apalear sin
miramientos a decenas de miles de ciudadanos no violentos dejando más
de mil heridos sin que ningún gobernante dé explicación alguna ni pida
perdón sino que, al contrario, condecoran a los responsables de los
excesos. Los jueces pueden imputar y procesar a capricho a los
ciudadanos cuyas convicciones les disgusten, amañar el procedimiento y
mantener en prisión como rehenes a unos presos políticos a los que
liberan o no según criterios subjetivos sobre las convicciones
ideológicas de aquellos.
Los medios de comunicación ocultan la
existencia de presos políticos y la corrupción sistemática del gobierno
haciendo demagogia contra una parte del territorio cuya población exige
ejercer el derecho a decidir que tienen todos los pueblos de la tierra. Y
el Rey puesto puede soltar un discurso de Navidad repleto de tópicos
sin reconocer ni una vez que en Cataluña una mayoría de la población ha
votado por la independencia y la República. O sea, en contra de él.
Y el gobierno del Estado que no tiene más representación real en
Cataluña que los cuatro diputados del señor Albiol y los policías
alojados en los piolines, anima a los partidos perdedores en las
elecciones a formar gobierno, quizá en la esperanza de que los que
habrían de constituirse en oposición en Cataluña tengan la falta de
dignidad de los partidos de la oposición en España y permitan gobernar
arbitrariamente a uno en minoría. Porque el parlamento español tampoco
es un Parlamento de verdad, sino otro Potemkin.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED