El revulsivo catalán está poniéndolo
todo patas arriba. Para contrarrestar la deplorable imagen de la
brutalidad policial del 1/10, que ha dado al conflicto notoriedad
internacional, el Estado sacó al Rey a modo de busto parlante, cosa que
no ha sucedido nunca en la España de la III Restauración. Amenazador y
con cara de pocos amigos.
La comparecencia de Juan Carlos I la aciaga
noche del 23 de febrero de 1981 fue a instancia propia pues el gobierno
en pleno estaba cautivo en el Parlamento. Esta es la primera vez que la
Corona aparece en circunstancias excepcionales con la misión de ser
portavoz de la política del gobierno y su partido.
Días después, rutilante entrevista de Rajoy en El País
a incrementar la inseguridad y la incertidumbre so pretexto de hacer
todo lo contrario. Es maravilloso que quien huye de los medios como de
la peste- haya concedido una entrevista aunque sea al periódico a sus
órdenes. Por lo demás, el mensaje es el mismo de siempre e igual de
absurdo: ya no se atreve a decir que no habrá DUI, sabedor de que esa es
la mayor garantía de que la habrá; pero sí asegura muy enfático que se
ocupará de que no tenga consecuencias. Ignoro cómo va a conseguirlo. Si
el Parlament proclama la DUI, las consecuencias salen fuera del
alcance de Rajoy si, por ejemplo, a algún Estado le diera por reconocer a
la República Catalana. El gobierno español tendría que aplicar una
especie de doctrina Hallstein y, no siendo esto Alemania, es dudoso que
dé frutos.
Asimismo,
el presidente tranquiliza a sus conciudadanos afirmando que los
contingentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil, más conocidos
como los de Piolín "¡a por ellos!" y destacados en Cataluña, ahí
seguirán hasta que vuelva la normalidad. Trátase de una especie
de petición de principio porque son las fuerzas de seguridad las que han
traído la anormalidad a Cataluña, en donde los ciudadanos normalmente
no andan abriéndose la cabeza unos a otros. Aunque desde la derecha se
insista en que tal es la situación en las calles de Barcelona.
Y
el dichoso diálogo. Toda España está empeñada en dialogar... una vez se
ha visto que no hay modo de aniquilar el independentismo por la fuerza
bruta. Diálogo pide Sánchez; diálogo Iceta; diálogo las manifestaciones
de blanco; diálogo ("sin condiciones previas") Podemos; y, cómo no,
diálogo pide y ofrece Rajoy, si bien con una condición previa que
equivale a negarlo de raíz porque ha de ser "dentro de la ley". Como
están las circunstancias, eso es decir "no" rotundo al diálogo porque,
con esta ley, hay cosas sobre las que no se puede dialogar. Y, en vez de
cambiar la ley, como aconseja el pacífico sentido común, se niega el
diálogo.
Tampoco
la petición dialogante es tan universal. Ayer también se manifestaron
los jenízaros de la nación española, convocados por Denaes, con
asistencia de la tropa franquista habitual, los ultras de Vox y los
lunáticos de hazte oír. La prensa hizo un trabajo exquisito
presentándola como una manifestación patriótica por la unidad de España,
alejándola en lo posible del tufo nacionalcatólico y no consiguiéndolo.
Estos rechazan indignados todo diálogo porque "con los golpistas no se
dialoga". En el fondo es lo mismo que piensan Rajoy y su gobierno pero,
como no pueden decirlo de modo tan elemental, emplean la ley como hoja
de parra para ocultar sus vergüenzas.
Los
de esta manifa probablemente se reenganchen en la de hoy domingo en
Barcelona, convocada por la Societat Civil Catalana, surgida al amparo
de C's, en la que hay fuerzas aun más derechistas y a la que se suman
los unionistas más combativos, incluido el PSC, para dar visibilidad por
fin a la "mayoría silenciosa". Como no están seguros los organizadores
de reclutar suficiente mayoría en Cataluña, han fletado autobuses de
otros puntos de España para hacer bulto, aunque ello sea un flaco
servicio a la causa pues los ciudadanos catalanes aparentemente
silenciados siguen sin salir.
El bulto, sin embargo, es necesario en
unas calles que los indepes han pedido se vacíen a efectos de que esta
mayoría silenciosa pueda discurrir tranquilamente, cosa muy de desear
porque en las manifestaciones nacional-españolas suele haber mucha
agresividad. Téngase además en cuenta que las fuerzas de seguridad no
están para impedirla sino para combatir el peligroso pacifismo de los
catalanes.
Y
todo este monumental desastre organizado para ocultar la incompetencia y
la corrrupción del gobierno en todos los niveles. El monopolio
mediático de Cataluña no puede ni debe oscurecer la necesaria rendición
de cuentas que el gobierno de la Gürtel tiene pendiente con la
ciudadanía por la corrupción. Como tampoco debe ocultar la necesidad de
cambiar la política económica de un gobierno que lleva al país al
suicidio colectivo, pues ha dejado desprotegida a la inmensa mayoría de
la población: jóvenes, trabajadores, parados, dependientes,
pensionistas.
Es
perfectamente comprensible que Cataluña quiera desvincularse de un
Estado fallido y también muy comprensible que este no la deje. Aunque no
es igualmente justificable. El argumento principal de los dialogantes
es que el independentismo yerra porque confunde el gobierno con el
Estado, dando por supuesto que, si el gobierno no es reformable, el
Estado sí lo es. Pero eso no es cierto. Todos los gobiernos desde la
transición, incluidos los socialistas, se han adaptado a un Estado
irreformable.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED