
Ayer Baldoví se presentó en la Corte con
una propuesta de 30 puntos y con ánimo de desbloquear la situación para
que hubiera un acuerdo en el último minuto. La proposición se viralizó.
A ver si ahora iba a resultar que, después de todo, los chulapos
madrileños iban a ser por lo menos tan eficaces como los catalufos, que
habían conseguido formar gobierno en plena cuenta atrás. El portavoz de
los socialistas, Hernando, con su pinta de burócrata reposado, saltó
como un tigre de Bengala y dijo que el PSOE aceptaba 27 de los 30
puntos. Algo hay que decir. Un 10 % de rechazo parece bastante razonable
y suena a acuerdo. Pero de inmediato Iglesias hizo saber que el PSOE
había roto las deliberaciones y que era responsable de la repetición de
los comicios. Sin solución de continuidad añadía que, tras las
elecciones, el PSOE contaría con su mano tendida por pocos que fuesen
sus diputados.
Ya
están otra vez estos mozos vendiendo la piel del oso antes de cazarlo y
adoptando una actitud no solo de prepotencia sino de verdaderos
perdonavidas. Nadie en Podemos, probablemente, ignora que la intención
de voto de su partido está bajando aceleradamente. Y necesitan compensar
de algún modo, razón por la cual han vuelto a acercarse a IU a causa de
su suculento millón de votos. Pero no es de esto de lo que habla, sino
de la necesidad de que el PSOE, medio inválido, recupere algo de su
perdida dignidad y, arrepintiéndose de su coyunda con C's, se reintegre
al grupo de los verdaderos creyentes. Pelillos a la mar.
Culpando al
PSOE por no tragar el documento de Compromís de la cruz a la fecha
Iglesias piensa verse libre de toda sombra de duda de haber boicoteado
el acuerdo. Eso es cosa de los socialistas. No haya duda alguna: si el
PSOE hubiera aceptado los 30 puntos, tampoco habría habido acuerdo
porque no los habría aceptado con suficiente entusiasmo o algo así. Para
mayor alegría, salió C's afirmando que el pacto de Compromís era
"infumable" con lo cual estaba ya claro que los dos malandrines del
pacto originario, C's y PSOE no querían pacto, sino que se repitieran
elecciones.
La
campaña electoral será emotiva y habrá enfrentamientos muy
probablemente por la cuestión de quién en definitiva es el responsable
de que los españoles estén otra vez de comicios. Por supuesto, si el
analista quiere ser equidistante y neutro acabará diciendo que
responsables lo son todos y culpables todos. Sin duda. Pero la exquisita
neutralidad en la naturaleza no existe. Lo que existen son nuestras
convicciones e intenciones. En función de estos, Palinuro clasifica los
distintos grupos en función de su mayor o menor culpabilidad (subjetiva)
en a convocatoria de eleciones.
El
primero de todos, por supuesto, la partida de malhechores, que no ha
hecho nada por evitarlas. Es su comportamiento habitual: siempre que un
resultado poco favorable le impide gobernar, empieza a pedir elecciones
anticipadas. Lo que no quiere es perder el poder, que considera suyo por
derecho divino, ley natural, uso, costumbre. Y en Cataluña, por derecho
de conquista también, al menos desde Felipe V. El PP no ha hecho
literalmente nada por facilitar acuerdo alguno. No ha cumplido el
mandato popular ni el real. Y es el principal responsable del adelanto
electoral.
En
segundo término, pero de forma parecida, Podemos tampoco quería pacto.
Al menos, una parte esencial de la organización antes de IU y ahora de
Podemos. ¿Cómo van a querer los tránsfugas de IU a Podemos una posible
fusión con IU? Sería como una venida del Mesías y juicio universal avant la lettre. Garzón, el hijo del padre Anguita, dividiendo a los tránsfugas de los fieles. Pero
no interesaba a los morados que se los viera propiciando la unión en
lugar de la separación. Al incluir a C's en su documento de investidura,
Sánchez quemaba las naves de todo entendimiento con Podemos. Y eso sin
contar con el empecinamiento socialista en negarse a aceptar el
referéndum catalán.
Todo
eso está muy bien y obligaría a Podemos a hacer algún tipo de
autocrítica si la arrogancia, pedantería y superficialidad de sus
dirigentes lo posibilitaran. Pero no lo hacen, les es imposible porque
el encargado de elaborar una justificación teórica de sus intenciones es
Iglesias. Y no está este a estas alturas en posición de permitirse las
retóricas de antaño. Tras haber elaborado una doctrina sobre la
irrelevancia de la dicotomía izquierda-derecha en el mundo moderno,
Podemos está en conversaciones para formar parte de algún gobierno de
las numerosas Españas y lo hace precisamente a través de un diálogo entre él mismo y una organización que se llama Izquierda Unida.
Que los de IU pacten con alguien que cree que la dialéctica
izquierda-derecha es cosa de trileros muestra el valor que estas
lumbreras dan a las palabras y la consistencia de sus posiciones lógicas
y morales.
Detrás
de esa desafortunada decisión está, como siempre, Anguita, el huero
visionario que suspira por sentarse en el lugar de un gobernante
socialista democrático, manteniendo su fe comunista. Piñón fijo.
Treinta años de fracasos no le hacen ser menos arrogante. Por fin tiene
el sorpasso al alcance de la mano, es la justificación de su
existencia, su vindicación frente a un Felipe González, ahora convertido
en un guiñapo pero que, en sus tiempos, le robó todo el protagonismo.
No lo dejará escapar, aunque para ello tenga que volver a gobernar la
derecha del PP.
Por
último, C's tienen en esto, como en casi todo, escaso interés. Tanto la
formación de gobierno como las elecciones nuevas le convenían por otros
motivos.
Y
una última cuestión: lo que más pereza, indignación, fastidio,
desconfianza y aburrimiento produce es el hecho de ver que a ninguno de
estos cuatro ineptos absolutamente pagados de sí mismos (Rajoy, Sánchez,
Iglesias y Rivera) se le pasa por la cabeza la idea de dimitir. No han
sido capaces de conseguir un acuerdo en cuatro meses y piden que se les
den otros cuatro porque sí. Cuando lo que el sentido común manda sería
sustituirlos por otros menos vistos, menos oídos, menos soportados.
¿Importa en Cataluña el gobierno de Madrid?
A
primera vista se diría que sí, al menos mientras lo que se decida en
Madrid influya en Cataluña. Pero ¿para qué importa ese gobierno? Suele
decirse en estos casos que para tener un interlocutor. Sin embargo eso
no es decir mucho porque lo habitual es la falta de interlocución con
Madrid o, cuando se da, la interlocución negativa. Madrid es el muro del
no o el del silencio. Madrid y Barcelona son dos entes que, en el mejor
de los casos, se “conllevan” orteguianamente; en el peor, se enfrentan;
y entre medias, en situación de normalidad, se ignoran.
Pero
ahora, con un proceso de desconexión en marcha, la habitual mutua
ignorancia quizá no sea la actitud más inteligente. De ahí que los
sectores políticos con una mínima sensibilidad democrática hayan hecho
movimientos de tanteo, a ver cómo están las circunstancias. Los tres
dirigentes de la oposición han ido a ver a Puigdemont y Puigdemont ha
tomado la iniciativa de presentarse en La Moncloa con una lista de
cuestiones pendientes de solución que ya se acercan al medio centenar.
La
reacción del Estado, ahora en funciones, ha sido la habitual del
enrocamiento imperial y carente de todo ánimo dialogante y democrático:
no a la petición principal de una consulta y para las 43 restantes,
nómbrese una comisión de viceautoridades que en España equivale al
silencio. Como siempre: no y silencio hasta cuando no hay gobierno.
¿Merece la pena que lo haya? Según los políticos españoles, sí, aunque
no lo demuestren con sus actos. ¿Merece la pena a los catalanes? Eso es
lo que hay que matizar.
Se
diría que, a los efectos de los fines estratégicos (independencia en la
Generalitat, unionismo en el gobierno de Madrid) conviene que los dos
gobiernos sepan a quien llamar en caso de necesidad. Pero eso puede ser
inercial. Cuando hay gobierno en Madrid, aunque esté en uso pleno de sus
competencias, a los efectos catalanes, siempre está en funciones,
porque carece de estrategia alguna que no sea la conservación del statu
quo. El statu quo que le ha llevado a que no haya gobierno, como puede
verse.
Los
nacionalistas catalanes han colaborado muchas veces a la gobernación de
España y han sido decisivos en bastantes de ellas no siempre al gusto
de todos. Pero, desde la decantación del nacionalismo por la
independencia, esta tradición no tiene sentido. Los diputados
catalanistas solo pueden coadyuvar a la formación de un gobierno en
España que se comprometa a facilitar la autodeterminación con posible
secesión catalana. Es decir, España solo puede tener gobierno si el
gobierno trabaja contra España. No es una contradicción nueva. Los
gobiernos de España siempre han trabajado en contra de España. Lo que
sucede es que ahora la contradicción sale a la luz y pone de relieve el
problema en toda su crudeza: que no es la “cuestión catalana”, sino la
cuestión de la viabilidad de España.
En
estas circunstancias y luego de los tres meses de negociaciones para la
formación de gobierno en Cataluña, finalmente exitosas, y de los cuatro
meses para la del gobierno en España, finalmente fracasadas, la
conclusión lógica desde el punto de vista catalán es que allá se las
compongan en Madrid y nosotros a lo nuestro. Porque, salga lo que salga
en las próximas elecciones españolas, lo más probable es que la relación
de fuerzas en el Congreso de los Diputados sea parecida a la que hay
ahora y la capacidad de incidencia de los independentistas catalanes sea
también similar, porcentaje arriba o abajo.
Es
decir, no es en absoluto descartable que, con esta situación de bloqueo
y crisis institucional, corrupción e incompetencia, en España siga sin
haber gobierno O que el gobierno hoy en funciones siga en funciones otra
temporada. De este modo, el de la Generalitat habrá consumido casi la
mitad del tiempo de su hoja de ruta a la independencia en espera de que
haya alguien al otro lado de la línea.
Como
quiera que el resto de las instituciones catalanas –tanto las
dependientes del ejecutivo como las del legislativo- siguen funcionando y
haciéndolo además con bastante holgura porque el grado de hostigamiento
central es muy bajo, lo conveniente es continuar con los planes como si
en Madrid hubiera una gobierno y la prudencia aconseja pensar que, de
haberlo, sería claramente hostil a la hoja de ruta. Es decir, la
prudencia manda fabricar una realidad virtual y contrastar todas las
medidas con las previsibles reacciones que provocarían en el gobierno
central, caso de que hubiera uno.
Así,
cuando lo haya, lo que se encontrará enfrente será una Cataluña
preparada para negociar, desde luego, pero también preparada para seguir
su camino si no hay negociación.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED