He dejado pasar unos días hasta que la noticia se
asentara. En los primeros momentos parecía que hubiera caído una bomba
de vacío que nos impedía reaccionar convenientemente, pero los grupos
sociales y políticos han dado los pasos pertinentes y la condena ha sido
unánime. El pueblo ha hablado.
El juicio de la
operación Baúl ha sido un escándalo en Totana, tanto por la inmoralidad
de una sentencia que perdonaba la cárcel a todos los acusados, y que los
condenaba a una multa ridícula en comparación con el daño causado, como
porque uno de los acusados era Juan Martínez Fernández, "El Enterraor",
muy conocido en nuestra ciudad.
¿Por qué esos
hombres, en apariencia normales, han abusado de muchachas menores? Creo
que lo hacían simplemente porque podían y porque para ellos entraba
dentro de un código de "normalidad".
También creo que estaban
convencidos de que lo que hacían no era condenable, solo era una
transacción económica: dinero a cambio de sexo, o sea, el putero de toda
la vida. Supongo que se excusarían diciendo qué tiene de malo ser
putero, los hombres tienen sus necesidades, ha pasado siempre, en el bar
con los amigos es un tema jocoso, etc. Pero esas justificaciones ya no
son válidas, la repulsa ha sido general, por eso es tan importante que
el pueblo lo haya manifestado.
Se me vienen muchas
palabras a la boca pero elijo solo una para describir lo sucedido:
depravación. Significa exactamente viciar, adulterar, pervertir a
alguien.
Proxenetas y puteros pervirtieron a las
menores. Sostengo que los dos grupos comparten el mismo grado de
culpabilidad. Unas querían dinero y otros, satisfacer su lascivia. Y qué
importaban las menores (también las que ya no lo eran), solo eran unas
putitas, ¿acaso no les pagaban y ellas cogían el dinero? ¿Pensaron ellos
que las estaban abusando y violando? ¿Les pesaba en la conciencia?
¿Suponían que ellas consentían voluntariamente, que se sentían atraídas
por sus cuerpos viejos?
Las proxenetas engatusaron
y engañaron a las más vulnerables y después los puteros se las comieron
vivas. Pienso en esas muchachas, en cómo van a poder dejar atrás el
trauma de lo vivido, la lacra social, las huellas en sus cuerpos. Pero
ya han pasado diez años (qué tarde) en los que no se ha sabido nada, qué
bien se ha guardado el secreto. Estos se han librado, y a ellas las van
a indemnizar con una cantidad ridícula.
¿Fue ridículo el daño que les
infligieron? ¿Durante este tiempo quién se ha hecho cargo de ellas? ¿Se
han salvado? Todo mal, incomprensible, contrario al más básico criterio
de justicia.
En 2022 La reina Isabel II de
Inglaterra le dio dinero a su hijo, el príncipe Andrés, para ayudarle a
pagar 14 millones de euros a la mujer que lo denunció por supuesto abuso
sexual cuando era menor de edad, tras otro acuerdo extrajudicial
alcanzado entre las partes.
El príncipe participaba en la red de
prostitución de Jeffrey Epstein, gran depravador, que abusó de tantas
menores que luego prestaba a sus amigos, todos ricos y poderosos, para
medrar entre ellos. En esencia lo mismo que ha sucedido aquí, pero sin
mansiones ni aviones privados. Solo que a los de aquí el acuerdo les va a
salir mucho más barato, la indemnización a cada víctima será entre 500 y
2.000 euros.
¿Qué bulle por ahí debajo, por las
cloacas de las ciudades? Es un ente maligno que repta sigiloso a la
búsqueda de cualquier vulnerable al que dañar. Podríamos nombrarlo como
la serpiente del mal, el mismo demonio. La serpiente se cree impune. A
veces lo es, pero en este caso, aunque se haya dictado una sentencia
ridícula, la sociedad ha quitado la máscara a los depravados y los ha
repudiado. Que la vergüenza recaiga sobre ellos.
(*) Bachiller y escritora