Una imagen quedará para siempre asociada a las elecciones
que finalmente ha ganado la izquierda. Una estampa que compite con el
magnetismo de la famosa foto del trío de las Azores. Tres, siempre tres.
Número fatídico para las derechas españolas. Estamos hablando, claro
está, de la foto de Colón. En el cuadro del 10 de febrero está anunciado
el 28 de abril.
El Atlántico, siempre el Atlántico de por medio. Momento
Azores. Momento Venezuela. La foto de Colón tuvo sabor caraqueño.
Hagamos memoria. La manifestación de febrero en la plaza de Madrid
dedicada al descubrimiento de América fue convocada al calor de los
acontecimientos en la patria de Simón Bolívar.
Dos semanas antes, el gobierno de Pedro Sánchez se había visto desbordado por la autoproclamación de Juan Guaidó como presidente interino. Venezuela, capital Madrid. Felipe González, que nunca da puntada sin hilo, apremiaba reconocer al alzado. José Luis Rodríguez Zapatero pedía una semana de tiempo para viajar a Caracas e intentar una negociación. El ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell ,
intentaba guarecerse bajo el paraguas de la Unión Europea. Estados
Unidos marcaba el ritmo de los acontecimientos. El 4 de febrero, Sánchez
reconocía solemnemente a Guaidó, sin romper con el régimen de Nicolás Maduro.
Venezuela, capital Madrid. El gobierno se movía a la
defensiva. La gente de Podemos no sabía muy bien qué decir. El
hundimiento de Venezuela les paraliza. Íñigo Errejón borraba tuits. Pablo Iglesias
había intentado tomar distancias en diciembre, aprovechando una
comparecencia en el Senado sobre la financiación de su partido: “La
situación en Venezuela es nefasta. He podido emitir opiniones que ahora
no comparto. Creo que es bueno corregir”. Sólo Juan Carlos Monedero se
mantenía de pie en el malecón.
Por primera vez desde la moción de
censura de mayo del 2018, la izquierda estaba en apuros, a la defensiva.
Bien comunicados con la oposición venezolana, Pablo Casado , Albert Rivera y Santiago Abascal,
cada uno con su propia agenda, se lanzaban al ataque. El bloque de
Sevilla tomaba la iniciativa en Madrid, dos meses después del imprevisto
vuelco electoral en Andalucía. José María Aznar acariciaba los tres
teclados. Felipe González, que tiene el nuevo mapa de América en la
cabeza, se desesperaba.
Faltaban pocos días para una votación decisiva en el
Congreso. Se tenía que decidir la admisión a trámite de los presupuestos
del 2019 y el equipo de Sánchez todavía buscaba el imprescindible apoyo
de los independentistas catalanes. Con los presupuestos aprobados, la
legislatura podría prolongarse hasta el 2020. Sánchez parecía a
dispuesto a ello, aunque en realidad estaba preparando la intendencia de
las elecciones, esperando el momento más oportuno para convocarlas. Sin
presupuestos, el gobierno surgido de la moción de censura caía en la
parrilla de San Lorenzo. Le esperaba un fuego lento.
Con la legislatura totalmente bloqueada, la izquierda
podía perder o empatar malamente las elecciones municipales y
autonómicas de mayo, para ser rematada en octubre, puesto que no tendría
fuelle para resistir más tiempo. El bloque de Sevilla exigía
elecciones como táctica de desgaste y la vicepresidenta Carmen Calvo
prometía un “relator” en la mesa de diálogo con los partidos
soberanistas catalanes, para poder conducirlos al acuerdo
presupuestario. Esquerra ya tenía decidido que bloqueaba la legislatura y
Carles Puigdemont no tardaría en dictar instrucciones desde
Bruselas en el mismo sentido.
El juicio en el Tribunal Supremo estaba a
punto de empezar (martes 12 de febrero) y ninguna de las dos ramas
principales del independentismo catalán se podía permitir llegar a las
elecciones municipales de mayo emitiendo mensajes blandos. El “relator”
fue la chispa que encendió Colón. Nueva intervención pública de González
amonestando a Sánchez. La vicepresidenta Calvo, asustada. Alfonso Guerra al ataque contra los herejes en todos los programas de máxima audiencia con un libro titulado La España en la que creo.
Venezuela, capital Madrid, en las redes sociales y en la
televisión. No en la calle. La manifestación pinchó en términos
políticos. Lograron congregar a decenas de miles de personas, pero no
tuvo lugar una oceánica concentración destituyente. Los
convocantes tenían que subir al estrado al concluir la lectura del
manifiesto, tarea que llevaron a cabo tres periodistas, puesto que no
hubo acuerdo político entre PP, Ciudadanos y Vox para efectuar el
encargo al escritor Mario Vargas Llosa.
Visiblemente incómodo,
Rivera pidió a otros dirigentes de Ciudadanos que le acompañasen en el
estrado, para poder situarse lejos de Abascal y disminuir así el impacto
político de la fotografía. En Colón, Albert Rivera recibió en su
teléfono móvil un mensaje de una de las personas que le acompañan en la
aventura de Ciudadanos: “Acabas de regalar las elecciones a Sánchez”.
Aquella misma tarde en la Moncloa se decidía la inmediata
convocatoria de elecciones generales. Apenas quedaba calendario. 28 de
abril, con la Semana Santa de por medio, después de haber desestimado el
14 de abril, domingo de ramos republicanos. La intendencia del PSOE
estaba perfectamente preparada.
La convocatoria pilló por sorpresa a la
oposición, especialmente a Casado, que aún estaba reordenando despachos
en la calle Génova. Rivera deseaba elecciones cuanto antes para
conseguir el sorpasso al PP que no había conseguido en Andalucía. Vox
iba como una moto, pero necesitaba más pista de despegue.
Intuyendo que las elecciones podían ser en primavera,
Iglesias había celebrado las primarias de Podemos en diciembre. Las
elecciones no le pillaron totalmente por sorpresa, pero sí cambiando
pañales. Llantos en la cuna y una peligrosa escisión en su partido. La
coalición Unidos Podemos estuvo a punto de estallar entre enero y
febrero.
La decisión de Manuela Carmena e Íñigo Errejón de
acudir a las municipales y autonómicas de Madrid con una plataforma
propia, alentó rupturas en Galicia y Valencia, y estuvo a punto de
provocar la deserción general de Izquierda Unida. Iglesias se estaba
quedando solo.
Entre biberón y biberón y con la ayuda de Alberto Garzón y
otras personas, logró estabilizar el barco, para acabar remontando en
abril una campaña electoral que inició en calidad de hombre muerto. De
haberse producido la implosión de Unidas Podemos, el PSOE no dispondría
hoy de los números necesarios para gobernar España.
Colón ha movilizado a tope. 75,75% de participación.
11.276.920 personas votaron el pasado domingo a los partidos del bloque
de Sevilla, más los tradicionalistas navarros. 11.386.435 a la
conjunción de las izquierdas, sumando en este cómputo al valenciano
Compromis. 1.626.001 votos para los independentistas catalanes. 653.467
para los nacionalistas y soberanistas vascos. 326.313 a otros partidos
regionalistas y nacionalistas (canarios, cántabros, gallegos y
baleares).
La ley electoral de base provincial ideada en 1977 por Adolfo Suárez , que no preveía tanta fragmentación de la derecha, ha dictado sentencia en favor de la izquierda.
En Venezuela, momento Leopoldo López.
(*) Periodista y director de La Vanguardia