Madrid,
calle Génova, esquina Argensola, 11 h. El diputado-periodista Pablo
Montesinos aguarda a que el semáforo se ponga en verde para cruzar la
calle y entrar en la sede del Partido Popular. Montesinos parece
nervioso. Es un buen tipo, bien considerado por sus compañeros de
profesión, hasta hace un mes uno de los mejores informadores sobre la
vida interna del PP. Decidió pasar al otro lado del mostrador y ahora
debe responder a las preguntas de sus colegas. Hay tema.
El semáforo se pone en verde, Montesinos se atusa el pelo y
cruza el paso cebra, entre tímido y torero. La nube de periodistas le
rodea y lo engulle. Sorprendido por el enjambre, un viandante pregunta:
“¿Ha dimitido alguien?”.
No ha dimitido nadie, pero el Partido Popular vuelve a ser
“centrista”. Bandazo de Pablo Casado para intentar evitar otra debacle
en la segunda vuelta del 26 de mayo. Hay mucha tensión acumulada en un
partido que siempre se ha caracterizado por la disciplina en los comités
provinciales. El Partido Alfa teme morir. Hay miedo a un auténtico
descalabro orgánico, con riesgo de ruina. Circulan listas con los votos
obtenidos por algunos candidatos marianista relegados al Senado, en
comparación con las listas provinciales al Congreso.
El moderado Iñaki
Oyarzabal ha superado a Javier Maroto en Álava. Maroto, director de la
campaña electoral, se ha quedado sin acta de diputado, y Casado le ha
cortado la cabeza en un intento de calmar a las fieras. En Huelva, el
candidato al senado Carmelo Romero ha sacado 16.000 votos más que el
cabeza de lista al Congreso, José Luis Cortés, uno de los fichajes
mediáticos de Casado. Carlos Floriano, aparcado en las listas del
Senado, ha marcado la diferencia en Cáceres. El marianista Fernando
Martínez Maíllo también ha planchado al candidato casadista en Zamora.
“Aquí todos dormimos en sábanas blancas pero no todos somos
del Real Madrid”. Según fuentes conocedoras de la reunión de la
ejecutiva, esta frase la pronunció ayer el locuaz José Antonio Monago,
que vuelve a luchar por la presidencia de la Junta de Extremadura.
Malestar. Malhumor. Revuelta cautelosa contra el oficialismo
neoaznarista, a la espera de los resultados del 26 de mayo.
José María Aznar, el pianista de los tres teclados, se
enfrenta a su segunda derrota clamorosa. La primera ocurrió en el 2004,
cuando no supo enviar un mensaje de reconciliación nacional después de
los atentados del 11 de marzo, estirando de una manera insensata la
hipótesis de la autoría de ETA.
La segunda gran derrota llega ahora,
después de haber empujado a su pupilo a una política de frente nacional
que ha movilizado a la izquierda y provocado una auténtica marea
defensiva en Catalunya y el País Vasco. Siempre el mismo error. Pedro
Arriola, el sociólogo de cabecera del PP durante tantos años, lo
advertía: “Cuidado con movilizar a la izquierda”.
Aznar vuelve a ser cuestionado. El nombramiento de
Cayetana Álvarez de Toledo como nueva portavoz parlamentaria puede
entrar en puntos suspensivos. Mariano Rajoy en algún momento dirá algo,
después del 26 de mayo. Ahora la imperiosa obligación de Casado es
intentar salvar los muebles, evitar una debacle en las tres elecciones
de mayo, conquistar la alcaldía de Madrid y mantener la presidencia de
la Comunidad. El campo de batalla ahora vuelve a ser Madrid.
El Partido Popular está muy mal, pero no hay que
darlo por muerto. Su función Alfa está seriamente averiada, pero sigue
siendo la principal estructura de partido que opera en España. El
bandazo de Casado respecto a Vox puede parecer increíble e incluso
provocar la risa –hace cuatro días les proponía un gobierno de
coalición– pero modifica el cuadro de Colón. Empieza a dislocarse el
bloque de Sevilla. El súbito movimiento de Pablo Casado deja a Albert
Rivera sin coartada para el pacto automático con Vox. Los socialistas
van tomando nota.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia