En junio 1972 se estrenó en un cine de Times Square la película Garganta Profunda protagonizada por Linda Lovelace (una chica de clase media que soñaba con abrir una boutique) y el actor Harry Reems.
La película, rodada en solo seis días, está considerada como la más
rentable de todos los tiempos porque sólo costó 25.000 dólares y generó
unos ingresos de 600 millones. Se trata de una cinta de sexo oral
explícito y debe su título, Garganta Profunda, a que la
protagonista solo conseguía el orgasmo si le estimulaban la amígdala
porque, al parecer, tenía el clítoris en la garganta.
La película pronto se convirtió en objeto de critica de políticos como el republicano Richard Nixon
que intentaba, según decía, «limpiar la inmundicia que invadía el país»
hasta el punto de que el film fue prohibido en 23 estados y los dueños
de la salas de cine que la programaron fueron imputados por varios
delitos.
El periodista del Washington Post Carl Bernstein
bautizó a la fuente anónima del caso Watergate como 'garganta
profunda', precisamente por esa polémica película. Desde entonces ha
habido muchas gargantas profundas gracias a las cuales los periodistas
han logrado destapar escándalos, desmanes y corruptelas.
Una
garganta profunda dio lugar al escándalo de las facturas de Ciudadanos
desvelado por Onda Cero. Una fuente con la que no ha logrado dar el
delegado de relaciones institucionales de C's, Antonio Puche, aunque se empleó a fondo con su caza de brujas. Puche es un ex del PP que presume de tener hilo de directo con Fernando López Miras.
En la campaña electoral de 2015, los dirigentes de C's gastaron más de
la cuenta en vídeos, papeletas, batucadas..., se quedaron sin dinero y,
como los proveedores exigían el cobro, decidieron cargarlo a la
subvención que recibe el grupo parlamentario exclusivamente para gastos
ordinarios de funcionamiento. Eso no se puede hacer.
Llegaron a pedir a
los proveedores que modificaran el concepto y la fecha de las facturas
inicialmente emitidas, de manera que las dirigieran al grupo en la
Asamblea Regional si querían cobrar. Ahora el Tribunal de Cuentas ha
acordado archivar las diligencias abiertas por las facturas irregulares
de Ciudadanos al no apreciar indicios de responsabilidad contable. Un
informe que los dirigentes naranjas exhiben pletóricos como si eso
borrara de un plumazo su fechoría. ¡Cuánta simpleza!
Lo que no cuentan
es que el Tribunal de Cuentas archiva porque, apercibidos por los
servicios económicos del propio Parlamento tras ser pillados in fraganti
con el carrito del helado, se vieron obligados a retirar las facturas y
a reintegrar el dinero pagado irregularmente por el grupo
parlamentario. Por eso el Tribunal de Cuentas también advierte en su
informe de que verificará que se han reintegrado los fondos en el examen
de la contabilidad ordinaria del partido relativa a 2016, cuyo plazo
para rendir cuentas expiró el pasado 30 de junio de 2017.
Bien
mirado, 'Garganta Profunda' les hizo un favor porque filtró la
comprometedora documentación cuando aún estaban a tiempo de subsanar la
irregularidad. Erró el tiro. De haber aguantado unos meses, Ciudadanos
se habría topado con un grave problema legal relativo a la financiación
del partido y sus gastos electorales porque no habría podido enmendarlo.
Cuando saltó el escándalo recurrieron al manido «error
administrativo» de la vieja política, ese que se usa cuando no hay un
técnico o funcionario a mano a quién culpar. Pero no, en el caso de
Ciudadanos en la Región de Murcia, no fue ningún error. Tanto el
coordinador regional de partido, Mario Gómez, como los diputados Luis Fernández y Juanjo Molina sabían perfectamente lo que hacían según acreditan varios correos electrónicos.
El
informe del Tribunal de Cuentas llegó a la Asamblea Regional el pasado
mes de febrero, pero no se conoció hasta que el PP no citó el pasado mes
de junio a varios dirigentes de C's en la Región de Murcia (Mario Gómez,
Miguel Sánchez y Luis Fernández) para que comparezcan
en la comisión del Senado que investiga la financiación de los partidos.
Cuando llegó el documento, el portavoz del grupo naranja, Miguel
Sánchez, que algo ha evolucionado en estrategia política desde que José Manuel Puebla le dibujara como Pedro Picapiedra, pidió a la presidenta del Parlamento, Rosa Peñalver, que no informase de ello porque acababan de imputar a Pedro Antonio Sánchez
por el caso Auditorio y, por tanto, la buena nueva del Tribunal de
Cuentas pasaría desapercibida informativamente. «Ya lo gestionamos
nosotros», le dijo a Peñalver, y lo guardaron para un momento más
propicio.
Aunque Mario Gómez fue destituido como delegado
territorial de C's por el escándalo de las facturas (a posteriori
resarcido y ascendido en el partido), Miguel Sánchez fue quien realmente
pagó el pato al ser defenestrado como responsable del grupo
parlamentario porque le consideraron la garganta profunda de las
facturas irregulares que hizo tambalear al partido en Murcia. Desde
entonces se siente solo y abandonado a su suerte.
Lo sustituyó como jefe
del grupo parlamentario Juanjo Molina, un hombre de permanente ceño
fruncido que sabía más de las facturas de lo que se ha contado y va
diciendo a quien le quiere escuchar: «Ojalá algún día ya no seamos
necesarios en política y podamos disolvernos», como si pudiese disimular
que su objetivo es convertirse en consejero del Gobierno regional; algo
totalmente plausible en el caso de que en 2019, PP+C's sumen mayoría
absoluta. Este Molina, quien lo intentó en varios partidos antes de
recalar en Ciudadanos al olor de las encuestas, es el mismo que exigió a
la plataforma del soterramiento la paz social con el Gobierno regional a
cambió de mediar con el entonces presidente Pedro Antonio Sánchez.
Nunca se llegó a saber qué se llevaban entre manos.
Ciudadanos
es un partido tan carente de unión (el 20% de sus concejales se han ido
decepcionados) como de criterio político. En democracia interna
Ciudadanos suspende como PP y PSOE según la organización '+Democracia'
cuyo vicepresidente, José Antonio Gómez, dice que «los
partidos se han convertido en maquinarias para expedir cargos públicos
con un sistema extraño donde cada sector pugna por meter a su gente, a
dedo, por presiones, por negociaciones o reparto de cuotas de poder».
Aunque los de Ciudadanos van de inmaculados regeneradores, son como los
de siempre o aún peores; lo que está provocando la evasión de militantes
y ediles desilusionados.
El trapicheo de las facturas (trapicheo es la
palabra que mejor sintetiza lo que hicieron aunque no aparezca en el
informe del Tribunal de Cuentas) en el que incurrieron cuando solo
llevaban semanas elegidos demuestra de qué pasta están compuestos sus
dirigentes en la Región. Un partido en el que hay militantes que nunca
han logrado ver un censo oficial, pero se promociona como una formación
democráticamente ejemplar aunque han llegado a manipular primarias.
Dijeron
que eran los nuevos demócratas, que venían a elevar el nivel político,
que eran un soplo de aire fresco en el emponzoñado ambiente político
español, pero acaban de prohibir a sus militantes criticar al partido en
WhatsApp y, por supuesto, caen en el anticuado y despreciable vicio de
intentar matar al mensajero que destapa sus vergüenzas cuestionando
públicamente su credibilidad. Lo grave no es el hecho, lo grave es que
se sepa, ¿verdad?
Empieza a dar la impresión de que cada vez se sienten más ignorados y nerviosos ante la irrupción de la plataforma de Alberto Garre en el escenario político regional. Solo así se entienden reacciones tan infantiles.
Tienen
razones para estar inquietos, no solo porque haya diputados que no se
hablan entre sí y hasta se critican abiertamente en redes sociales, sino
porque Ciudadanos se ha retratado en la Región de Murcia en solo dos
años. Con pacto o sin él, han certificado que son la muleta del PP
aunque en ocasiones disimulen como sucedió con las competencias de
costas y, aunque exhiben la cabeza de Pedro Antonio Sánchez como trofeo,
todos saben que no cumplió el pacto con Ciudadanos y que dimitió
obligado por la moción de censura que registró el PSOE.
La
dirección regional de Ciudadanos resta importancia a las bajas a pesar
del porcentaje de ediles huidos de sus filas en los últimos dos años.
«Estamos subiendo en las encuestas» dicen ilusionados, aunque no
terminan de arrancar. Tampoco pierden de vista los guiños de Garre al
centro derecha murciano ahora que los murcianos les han puesto cara y
han descubierto que no son Albert. El 'efecto Rivera' funcionó en 2015,
pero se marchita poco a poco. Ya no son la novedad. Apenas se habla ya
de ellos. Hasta reconocen que Rajoy les ningunea porque
no ha cumplido ni el 20% del pacto de investidura y asuntos clave como
la eliminación de los aforamientos, la reforma de la ley electoral,
acabar con los indultos por corrupción o apartar a los cargos públicos
imputados, siguen pendientes.
El tiempo ha demostrado que un
partido construido sobre los huesos de otro al que engulló deprisa y
corriendo, tiene mala digestión. La formación naranja que con su «no es
lo mismo meter la pata que meter la mano» ha legitimado la resistencia
de presuntos corruptos y ha dado a la palabra ultimátum un nuevo
significado político, tendrá una oportunidad en la Región de Murcia si
el PP, todavía en manos de Pedro Antonio Sánchez, sigue sumando errores y
si, como parece, los votantes murcianos tienen memoria de pez y siguen
creyendo que Ciudadanos es un partido de inmaculados cuando en realidad
es un partido de resabiados a los que, como a Linda Lovelace, les excita
abrir la boca más de la cuenta.
(*) Periodista
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2017/08/19/garganta-profunda/853428.html