Pocos esperaban tanto del Banco Central Europeo (BE) en su reunión de
esta semana. Mario Draghi ha tirado literalmente la casa por la
ventana. Ha dejado el tipo oficial a 0%, ha ampliado el volumen de
compra de activos en más de lo que se esperaba y ha incluido bonos de
compañías no financieras en su programa de compra de activos, lo que es
un detalle adicional de la actitud casi desesperada de los banqueros
centrales europeos en su intento por acelerar la actividad económica y
elevar la inflación.
La base de la que han partido los rectores del BCE para reforzar las
medidas de apoyo a la economía, utilizando instrumentos cada vez menos
ortodoxos, ha sido la deteriorada situación de la economía europea, que
no acaba de remontar. Hay una cierta recuperación de la actividad, pero
no es suficiente y desde luego queda bastante por debajo de lo previsto,
como han constatado en las últimas semanas los analistas del BCE. Su
previsión de crecimiento del PIB para este año ha menguado hasta un
escuálido 1,4% cuando hace apenas dos meses se estimaba del 1,7%. La
revisión a la baja en la previsión de crecimiento económico, realizada
en tan breve espacio de tiempo, es demasiado dura y parece explicar (y
justificar) la impaciencia de los banqueros centrales.
Los jerarcas del BCE siguen clamando en favor de medidas económicas
reales por parte de los Gobiernos (más inversión pública, sobre todo,
menos rigor presupuestario,…) pero Alemania, que es la piedra angular
del sistema, entre otras cosas porque es el socio mayor en volumen y
porque tiene los números más ordenados que nadie, sigue haciendo oídos
sordos. Alemania no está dispuesta a convertirse en locomotora de un
continente en donde hay tantas disonancias. Francia va a su aire y no le
va nada bien. Italia sigue sin resolver su problema bancario, que
incluso se está agravando. En los aledaños del euro, Gran Bretaña no
inspira más que recelos últimamente y no va todo lo bien que se podría
esperar.
Por otro lado, los impulsos que soplaban de cola (precio del
petróleo) ya no hacen efecto porque se ha terminado la fiesta de los
consumidores de hidrocarburos y ahora toca consolidar precios, que
incluso empiezan a subir, aunque sin efectos plausibles aún sobre la
inflación, que sigue ausente. El panorama económico general, en suma, es
poco gratificante. Sin crecimiento suficiente y con la inflación más
cerca de cero que de otra cosa, el BCE lo único que puede hacer es echar
más leña para que se anime la fiesta.
Lo malo de tano despilfarro de esfuerzos es que los problemas que
pueden sobrevenir no son pocos. Uno de ellos, quizás el mayor, es la
delicada situación en la que se coloca al sector financiero europeo, ya
que condenar al sistema a tipos cero durante uno o dos años, como ha
vaticinado el propio Draghi, no es plato de buen gusto. El equilibrio
financiero de la propia Eurozona puede venirse abajo. Los tipos cero no
han sido hasta el momento una garantía de crecimiento y nada parece
indicar que, en ausencia de otras medidas, vayan a tener efectos
positivos en los próximos meses, aunque sí que tendrán efecto nocivos
sobre el sector financiero, condenado a la abstinencia y a una penuria
de márgenes que pueden causar daños no precisamente colaterales.
(*) Periodista y economista