Es una evidencia que el Gobierno Rajoy
ha perdido la batalla de la comunicación en el conflicto que afronta en
Cataluña a cuenta del golpe de Estado contra la legalidad
constitucional protagonizado por el Govern que preside Puigdemont. La pura realidad es que el independentismo ha venido ganando por goleada el partido de la comunicación desde que Andreu Mas-Colell, el prestigioso profesor de Harvard discípulo de Eric Maskin
-teoría de los juegos- metido a político, no tuvo mejor idea que echar
la culpa a Madrid del ajuste de caballo que estaba obligado a acometer
recién llegado a la consellería de Economía a
cuenta de la quiebra financiera de la Generalidad. “España ens roba”.
Allí calló el Gobierno y allí empezó a perder la guerra de la imagen. La
ha ganado el nacionalismo por incomparecencia del contrario, porque
desde la Diada de septiembre de 2012 el separatismo ha jugado el partido
sin nadie en frente. La guerra de la comunicación, tan importante en el
mundo global que vivimos, está perdida en el interior. Lo preocupante
es que parece que este Gobierno también está dispuesto a perderla en el
exterior. Y sin que se le mueva un músculo.
Parece también una evidencia que mientras la
dureza de la crisis económica ha causado estragos en los medios de
comunicación españoles, traducidos en dramáticos recortes de plantilla,
la situación ha sido muy distinta en el estanque dorado catalán, patria
putativa de los editoriales únicos, ello debido en gran medida a las
subvenciones con las que la Generalidad ha regado generosamente a los
medios en sus distintas vertientes, desde papel a internet, desde radio a
televisión, a condición, claro está, de defender la patriótica causa
del independentismo.
El Grupo Godó, portaestandarte de los intereses del
prusés, viene registrando unos beneficios anuales que casi milimétricamente se corresponden con las subvenciones que llegan del palau de la Generalitat, de modo que sin ese dinero los medios que preside el conde de Godó, ese grande de España que tiene a gala no votar al PP, entraría en pérdidas. Casi 56 millones detrajo la Generalitat de su presupuesto en 2016 para mantener contento, prietas las filas, al periodismo catalán en torno al prusés.
El
asunto, con ser escandaloso, podría, sin embargo, no ser humillante
para el contribuyente español si no fuera por el pequeño detalle de que
el dinero con el que la Generalidad pastorea a sus medios afines –desde
luego que no a los dos o tres que en internet y en Cataluña se parten la
cara en defensa de la unidad de España– procede en última instancia de
los Presupuestos Generales del Estado, es decir, al final es dinero de
todos los españoles. Y bien, señor Rajoy, señora Sáenz de Santamaría,
¿alguna vez se les ha ocurrido pensar que podían haber sido ustedes
quienes, con ese mismo dinero de todos, le arreglaran la cuenta de
resultados al señor conde, abortando así el giro proindependentista de
su grupo (RAC 1 y La Vanguardia) y manteniéndolo por tanto en las filas de la prensa constitucionalista?
La verdad es que doña Soraya
ha estado muy ocupada estos años. Fundamentalmente en desarrollar su
agenda personal, cuidar su imagen y evitar la menor mota de polvo que
pudiera mancillar su currículum de aspirante al Gobierno de la nación.
La señora ha tenido mucho trabajo con La Sexta. Con la ayuda del camarada Ferreras, el teatral comunicador crecido a la sombra millonaria de Florentino Pérez,
la doña pasó la legislatura de mayoría absoluta entregada de hoz y coz a
la creación de un enemigo artificial capaz de poner contra las cuerdas
al PSOE desde la izquierda radical, y de meter el miedo en el cuerpo a
las aterradas masas del centro derecha, de modo que por mucho que
metamos la mano, por cuantiosos que sean nuestros escándalos, esas masas
nos sigan votando por los siglos de los siglos, amén.
Ahora la criatura
salida de las probetas de La Sexta ha cobrado vida
propia, ha ganado arboladura, se nos ha ido de las manos, en realidad
se ha convertido en un monstruo de imposible control para una muchachita
de Valladolid bien apañada. Qué sea lo que dios quiera. Y parece que
Dios quiere que la doña siga pasando por las páginas de la convulsa,
atribulada, actualidad española como el rayo de sol a través del
cristal. Ella sigue pura, refugiada en las zahúrdas de Moncloa,
esperando el gran momento de Mary Tribune, aguardando la retirada,
voluntaria o forzosa, que todo dependerá de lo que ocurra en el campo de
batalla catalán, de su mentor.
Nadie se ocupa de la comunicación
Y
todo lo demás le ha importado un bledo a doña Soraya. ¿Que hay que
cuidar la comunicación cara al conflicto con el independentismo,
realizar un relato coherente del desafío nacionalista, explicar las
ventajas de la unidad como garantía de la libertad y la prosperidad
colectivas? La señora no se ocupa. Conviene aclarar que el aparato de agitprop
del independentismo es muy eficaz, brillante incluso, algo en lo que
seguramente tiene que ver el hecho de que Barcelona sea la sede de las
mejores escuelas de diseño y los mejores publicistas del país. Y cuando
el independentismo echa algo en falta, lo compra, lo alquila. ¿Sabe doña
Soraya que el talento también se puede comprar?
El caso es que en esta
guerra que España libra contra quienes quieren destruirla nadie se ocupa
de la comunicación. Y porque no se ocupan los buenos, las tesis de los malos se oyen hasta en el último rincón de España. No hay flatulencia que expela Puigdemont o la señora Forcadell
que no encuentre acomodo inmediato en los informativos de Radio
Nacional de España (RNE) o en cualquier cadena de televisión. Y sin
réplica. Todo está manga por hombro. No hay Gobierno. Leído ayer en uno
de tantos digitales de izquierdas: “Trabajadores de TVE en Catalunya
(sic) denuncian manipulación en las noticias del 1-O”. ¿Y qué es lo que
hace TVE en Cataluña? ¿En qué se ocupa? ¿Cuánto nos cuesta?
En
los últimos días, con el calentamiento global propiciado en Cataluña
por la actuación de la Guardia Civil a las órdenes de un juez de
instrucción, los corresponsales extranjeros han empezado a enviar sus
crónicas desde Barcelona. Con portadas tan divertidas como la del romano
Il Messaggero (“Madrid arresta a ministros catalanes”), o la de La Repubblica (“Madrid detiene a 14 dirigentes del gobierno de Barcelona”), por no hablar de un influyente Frankfurter Allgemeine capaz de comprar la versión de Puigdemont sin el menor matiz (“Estado de excepción de facto”), del francés Le Monde o del británico The Guardian.
Quienes desde las páginas de El Mundo
aprendimos a valorar las crónicas de colegas relatando cruentas
batallas en directo desde el bar de un hotel de cinco estrellas con un dry martini
en la mano, hemos aprendido a ser clementes con los corresponsales de
prensa. Porque es mucho más divertido contar la gesta del heroico
reportero de TV3 saltando, micrófono en mano, sobre el techo de un coche
patrulla de la Guardia Civil, que adentrarse en los aburridos
vericuetos legales que los independentistas se han pasado por el arco de
sus caprichos en su propio Parlament.
Aunque sería interesante ver a Repubblica defendiendo el derecho de autodeterminación de Lombardía, a Le Monde peleando duramente por el de corsos y bretones, o al mismo Frankfurter Allgemeine
alentando el derecho a decidir de Baviera, después de que el
Constitucional alemán haya dicho que de eso nada nunca jamás, no
conviene tomarse muy a pecho las salidas de tono de unos corresponsales
que quieren escribir su crónica con cuatro pinceladas de color, para
poder perderse cuanto antes por esa Barcelona tan tentadora en tantas
cosas.
Lo importante es que esta “liberalidad” con que los Media
describen lo que ocurre en Cataluña está poniendo de relieve una vez
más que alguien en el Gobierno de España no está haciendo su trabajo,
porque al corresponsal simplemente hay que cuidarle, contarle,
informarle y tratarle con cierta deferencia, algo que no saben hacer en
Moncloa, cuya especialidad es usar de buzones a sus periodistas de
cámara y punto pelota. ¿Qué está haciendo al respecto el señor Dastis,
esa calamidad que ahora ocupa el Palacio de Santa Cruz? ¿Qué están
haciendo nuestros embajadores? ¿Cuánto dinero le cuesta al contribuyente
el séquito de funcionarios que convive en cada embajada?
Racismo y supremacismo cultural
Escribe Leonid Bershidsky en Bloomberg
que los separatistas van camino del fracaso, porque “solo podrían
lograr sus objetivos si estuvieran dispuestos a luchar y ganar en un
conflicto violento”. Para el autor, “todos los procesos de secesión
culminados con éxito de las últimas décadas han estado marcados por la
violencia”, lo que equivale a decir por el derramamiento de sangre.
¿Están decididos los separatistas catalanes a escalar esa bárbara
posibilidad? Cierto, es el peor escenario posible, aunque por desgracia
no descartable dado el cariz totalitario y fascista que cada día adopta
de forma más descarada el Movimiento Nacional catalán. Sangre, sudor y
lágrimas.
En estas circunstancias, es obligado renovar nuestro apoyo sin
fisuras al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy,
en su decisión de oponerse frontalmente “al desafío lanzado a la
democracia española por el separatismo catalán, un asunto que concierne a
Europa entera” en palabras del francés Libération, un diario de izquierdas que sí tiene claro lo que está ocurriendo en Cataluña (“tous
les clichés du nationalisme le plus obtus, teintés de racisme, de
mépris de clase, voire d’une forme de suprématisme culturel”), frente al dandismo de la prensa progre
europea y, naturalmente, americana, que parece ignorar lo que está en
juego en esta partida entre la democracia española y el racismo
supremacista de los nacionalistas catalanes.
Nadie
puede llamarse a engaño a estas alturas de la dimensión histórica del
envite que afronta España, y menos que nadie Rajoy y su Gobierno. La
Generalidad de Cataluña se ha situado en abierta rebeldía frente al
ordenamiento constitucional. Por eso son inaceptables episodios como los
ocurridos el miércoles, con ofertas de diálogo a los sediciosos,
extemporáneas ramas de olivo que únicamente consiguen mover a la
vergüenza a los españoles de bien.
El Gobierno está obligado a derrotar
de forma inequívoca a los golpistas, demostrando que poner al Estado
contra las cuerdas nunca puede acabar siendo rentable. Del mismo modo
que la inmensa mayoría argumentó en su día que no podía negociarse con
ETA con la pistola sobre la mesa, sería ahora una gravísima
irresponsabilidad abrir el melón de la reforma constitucional o agitar
como señuelo una mejora de la financiación con una Generalitat que se ha
situado al margen de la Ley y que no desaprovecha ocasión de desafiar
al Estado.
Aparte de otras muy prioritarias razones de legalidad, porque
eso solo serviría para alimentar al monstruo, dando al independentismo
las alas de las que hoy carece para terminar destruyendo España. ¿Es que
no entienden eso Mariano y sus asesores?
(*) Columnista