Sometidos como estamos a la velocidad de los acontecimientos, entre detenciones y multas, con Guindos
ofreciendo un mejor encaje fiscal a Cataluña si se retira el
referéndum, gente en la calle y agitación en los medios, quizás esté
bien analizar algunas de las causas que han generado este sentimiento
independentista tan extendido. Aunque esta idea ya no sea muy apreciada,
creo que sin conocer bien qué pasa es complicado ofrecer alguna
solución. Aquí van algunas reflexiones en ese sentido.
1. Salir bien parados
El
Brexit, el giro hacia dentro, más o menos frustrado, de EEUU y el
crecimiento de los partidos nacionalistas que desean que su país salga
de la UE son parte de un nuevo contexto en el que, vistas las
desigualdades, mucha gente piensa que la identidad y la nación son los
mejores instrumentos para salir bien parados en un entorno global. En Cataluña esto lo tienen muy claro, especialmente desde las clases medias altas,
que se autoperciben como preparadas, con habilidades y posibilidades
para triunfar en el exterior, y que entienden que si no están
desarrollando del todo su potencial es porque los lazos con el Estado
español les ponen demasiadas piedras en el camino.
2. La pérdida material
El sentimiento generalizado de que estamos yendo a peor
también juega un papel importante. Es lógico: Cataluña, como otras
zonas de España, está atravesando dificultades. Hay menos empleo y más
paro, los salarios distan mucho de ser los adecuados y las perspectivas
vitales se reducen. La red de pymes y pequeñas tiendas que resultaban
esenciales en el tejido de sus ciudades y pueblos se fragiliza producto
de la competencia, de la creciente concentración y de la irrupción de
los actores globales.
Entre los diversos efectos de estos factores se encuentra la caída del poder adquisitivo para el catalán medio: un 6% menos
que en 2011. Y eso al mismo tiempo que se recortaban considerablemente
las prestaciones sociales, a causa de una deuda creciente y de la
tendencia gestora impuesta en lo público, que prioriza el ahorro sobre
el servicio.
En ese contexto, se unen dos creencias. Una es bastante obvia, y se ha subrayado suficientemente, como es la sensación de que España les está restando recursos,
y de que están pagando con un dinero que necesitan las cuentas de
comunidades más atrasadas. Como consecuencia de esa idea, el
independentismo cobra lógica: yendo solos, tendríamos más opciones.
En
segundo lugar, una Cataluña libre aparece también como una solución a
esos problemas materiales. El cierre identitario supone no solo la
defensa de una lengua o de una cultura, sino de un mejor nivel de vida
para todos quienes forman parte de la misma nación. Como ocurrió en Escocia, el independentismo tiene un claro componente transversal que queda reforzado por el carácter de sus medidas sociales.
No es casualidad que sea un partido de la izquierda, ERC, el que haya
canalizado los votos soberanistas. Ellos se muestran como una esperanza
posible, en el sentido de que lograrán dar unos servicios públicos
dignos, ayudarán a los ciudadanos que lo necesitan y garantizarán que
ese mínimo indispensable que se requiere para vivir esté disponible para
todo catalán.
3. El poder individual
El independentismo
devuelve algo de poder a personas que se sienten con poca influencia en
muchos de los acontecimientos que determinan sus vidas. El trabajo y el
futuro parecen un poco fuera de control, pero al menos en la política sí
se puede actuar de manera eficaz. La democracia no funciona demasiado
bien, pero es posible que despliegue toda su potencia. Si una mayoría
vota la salida de España y se lleva a efecto, significa que una voluntad
común puede cambiar las cosas. En este sentido y desde su punto de vista, ser independentista es ser de verdad demócrata. Y esta sensación es poderosa cuando todo parece pensado para que nuestra voluntad importe entre poco y nada.
4. El agravio
El
soberanismo responde también a una sensación de agravio, que no se
subsume en el hecho de ser bien o mal tratados en el reparto fiscal.
Existe la idea, que es cierta, de que Cataluña lleva años exigiendo una
solución política, llamando a las puertas de Moncloa sin que nadie les dé otra contestación que el silencio.
Ante el hecho de no ser escuchados, no queda más opción que la de
marcharse. Desde esa mirada, la situación es como la de un matrimonio en
el que uno le pide al otro que cambie sin resultado, y al tiempo se
cansa y se va de casa.
5. El refuerzo
En este escenario, y
cuando el soberanismo está instalado en una parte importante de la
población, las posturas de fuerza no hacen otra cosa que alimentar la
idea de que se está mejor fuera. Por una parte, se construye un contexto
en el que la comunicación no es posible, porque existen solo dos
partes, con pocos matices, que se enfrentan en una especie de ring. Por
otra, las advertencias sobre las consecuencias de la separación tienden a
ser negadas o ignoradas; como ocurrió en el Brexit, o con Trump, todos los avisos acerca del caos que llegará el día después ya no surten efecto.
Y, por último, si se intenta recurrir a posiciones contundentes para
sofocar a los separatistas, no se hace otra cosa que echar leña al
fuego.
Esta suma de factores, un compendio de motivos culturales, económicos
y sentimentales, explica por qué el independentismo está tan fuerte hoy
en Cataluña. Sin embargo, entender el soberanismo como una solución
para todas estas cosas tiene un punto de irrealidad. Son problemas que
nos afectan a todos, catalanes, españoles, franceses o griegos, y tienen difícil solución, porque son estructurales. Salir fuera de España no acaba con ellos, y ni siquiera los hace menos potentes.
La
debilidad de la democracia, la desigualdad, la pérdida de opciones
vitales, la impotencia del ciudadano aislado, el enorme poder que se
está concentrando en manos de unas pocas empresas, la financiarización y
demás problemas serios de nuestra época carecen de una respuesta fácil.
Desde mi punto de vista, la ruptura no es el mejor camino, por motivos ya expuestos.
Pero, en todo caso, todas estas circunstancias construyen un magma al
que el soberanismo da una salida. Hay soluciones que deberían darse
desde España, pero otras, y muy importantes, solo pueden venir desde el
entorno europeo. No parece que Bruselas quiera seguir ese camino que nos
vendría bien a todos, por desgracia. Más bien, todo apunta a que estamos destinados a pelearnos los unos con los otros por los recursos que haya. Mala cosa.
(*) Periodista