Vox ha hecho un mal negocio en las
negociaciones del pacto para facilitar el Gobierno PP-Cs. Adelanto, por
si hiciera falta, que yo me alegro. Pero es obvio que si nos ponemos en
su lugar (por nadie pase) queda claro que han sido víctimas de su propia
trampa. Querían atraer a la negociación a Cs, algo que inicialmente
parecía imposible por la propia actitud de sus dirigentes y
negociadores, expresada en la campaña electoral, hasta que fue posible
después de ésta.
Y a partir de ese momento, la cascada de renuncias de
Cs ha ido acompañada de un autoblanqueamiento de Vox que, por lo que se
deduce de su último documento, podría firmar, en la mitad de los
apartados, hasta Podemos, tan genéricos, buenistas e imprecisos resultan
algunos de los epígrafes. Les van a decir que sí, que aceptan el
programita en que han acabado resumiendo la tremebunda artillería
populista de Vox.
Cinco horas
de café en la primera reunión a tres ha acabado, en las siguientes, en
el descafeimiento del producto electoral de la ultraderecha. Habría que
felicitarse por esto, pero no sé qué pensarán los votantes de Vox. Para
llegar hasta donde han llegado, lo más práctico para sus intereses
habría sido obviar toda negociación. Decir, por ejemplo: nos
abstendremos para evitar un Gobierno presidido por el PSOE o la
repetición de las elecciones, pero nos mantendremos en la oposición con
nuestro programa íntegro.
Sin embargo, ahora tendrán que permanecer en
la oposición con un programa disminuido respecto del original, pues en
el fondo quedan como socios externos. Y solo tendrán derecho a
reivindicar lo que han acordado con los otros dos partidos de la
derecha. Si piden más, estarán incumpliendo su contrato, incluso aunque
lo poco que piden no les sea satisfecho.
La
clave del pacto PP-Cs es que Vox ha dejado de ser Vox, pues este
partido ha sustituido su compromiso con los electores que votaron el
programa máximo por unas proclamas genéricas contenidas en media docena
de folios muchas de las cuales se refieren al desiderato general de la
actuación de cualquier partido, sea de derechas, de izquierdas o
mediopensionista.
Se dirá que es lo que corresponde en toda negociación:
ceder a cambio de que los demás también cedan. Pero Vox ha cedido la
práctica totalidad del programa que presentó a sus electores sin obtener
nada a cambio de los beneficiarios de su gesto. Nada es nada, pues por
mucha retórica que se gasten unos y otros, el contenido del documento en
que ha quedado reducido el 'estilo Vox' es ya irreconocible y, lo peor
para sus intereses, interpretable.
En el fondo, la lectura del documento
final de Vox transmite un tufillo PP, tal vez puesto en prosa menos
eufemística, pero acaba en lo mismo. ¿Decían que las coincidencias
alcanzaban el 95%? Quiá. Están al cien por cien, solo que el 5% restante
todavía se expresa en Vox con un énfasis que todavía no ha alcanzado
las sutilezas de lo políticamente correcto, aunque ya empiezan a
acercarse.
Fíjense en qué ha
quedado su oposición a la Ley LGTBI: en que los servicios jurídicos de
la Comunidad autónoma la revisen por si hubiera algo que no resultara
correcto. Es obvio que ya lo harían antes de que la ley se aprobara, y
que ésta pasaría otros filtros de idoneidad y ajuste con la Constitución
y la legislación estatal. ¿Qué dictaminarán los servicios jurídicos?
Pues lo obvio: que la ley es válida, desde el momento que no le pusieron
pegas con anterioridad. Aplaudamos esta cesión de Vox, pero, insisto:
¿la entenderá el electorado que los elevó a la Asamblea para que la
combatieran? Y así todo.
Al final, han entrado por el aro al aparcar lo
ideológico y someterse al guion general: Mar Menor, agua y otros
etcéteras. De este modo, han quedado como apéndices del resto del arco
parlamentario y ayudantes, en esos debates, del PP. Vox, al final, es un
partido que ha venido a poner farolas, sin cuestionar a fondo las
políticas estructurales. De lo cual hay que alegrarse, pero, perdida su
identidad, cabe suponer que su presencia en las instituciones será
efímera.
Mientras tanto, han
contaminado a Cs, el partido centrista que ha acabado escorado al
extremo de la derecha, obligado a asumir para gobernar ciertos aspectos
del programa de Vox, que aun abaratados en su enunciado, contienen en el
espíritu y la letra refutaciones claras tanto al pacto PP-Cs como a lo
que, antes que éste, Cs parecía significar.
Los de Isabel Franco han
protagonizado el dudoso honor para la Región de Murcia de ser los
primeros dirigentes autodenominados liberales que en Europa se han
sentado a negociar con la extrema derecha (aun con la cínica negativa de
que lo que han hecho no significa negociar).
Y mientras tanto, el PP,
que desde el principio no ha mostrado escrúpulos (habría firmado la
dictadura del proletariado si esto les garantizara su continuidad en el
poder) se dispone a reinar sobre los despojos de quienes, por uno u otro
lado, venían a ser su alternativa. Larga vida al PP.
(*) Columnista
https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2019/07/17/rebajas-verano/1038602.html