¿Es posible aún el
acuerdo? ¿Se han volado ya todos los puentes para que haya un nuevo
Gobierno? ¿Hubo alguna vez voluntad de acuerdo entre Sánchez e Iglesias?
¿Ha sido todo puro teatro? ¿Han existido intentos de mediación? ¿El
problema es el PSOE y Unidas Podemos o es entre Sánchez e Iglesias?
Sobran preguntas y faltan respuestas. Las que tenemos se antojan
escasas.
Demasiadas dudas y una sola certeza: que hay dos Españas en
una. Y no son las de los célebres versos de Machado. Hay una dentro de
la Carrera de San Jerónimo y otra que habita fuera. La primera no se ha
enterado del mandato que salió de las urnas el 28 de abril. La segunda,
impávida ante un duelo de relatos por ver quién carga con la culpa del
fracaso, pide acuerdo en todas las encuestas. Y no será porque los
partidos no las escudriñen cada día.
Hace menos de
cuatro años asistimos a un espectáculo no idéntico, pero sí muy
parecido. Entonces ya alguien sugirió que a las siguientes elecciones, a
las que se repitieron en 2016, deberían haber concurrido 350 personas
distintas a las que se sentaban en aquel momento en el Congreso. Era una
forma gráfica de decir que quienes nos representaban habían quedado
inhabilitados para hacer política por no afrontar la tarea que les
encargaron los españoles que fueron a votar el 20 de diciembre de 2015.
Si la política funcionara con los códigos de
responsabilidad y objetivos con los que actúa el mundo de la empresa,
deberían irse aquellos a quienes se les mandata para una tarea y no son
capaces de cumplirla. Mucho más cuando existe el agravante de la
reincidencia. Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias ya fallaron
una vez.
Y están a punto de hacerlo una segunda. En 2016, el líder de
Unidas Podemos se negó a apoyar con sus votos el "pacto del abrazo" que
suscribieron los dos primeros, después de que Mariano Rajoy se diera mus
ante el encargo de Felipe VI para afrontar la investidura.
Hoy son
Sánchez e Iglesias quienes no se ponen de acuerdo. Rivera esta vez ni
está ni se le espera, pese a que la suma de sus votos a los del PSOE es
la que hubiera bendecido sin duda el Ibex 35 y la UE. No quiere hablar
con Sánchez más que de la aplicación de un nuevo 155 en Cataluña y, si
acaso, un poco de Venezuela y de ETA.
El líder del
PSOE ve menos riesgos en una repetición electoral que en compartir la
mesa del Consejo de Ministros con los morados. Y el de Unidas Podemos
está dispuesto a compartirlo todo con tal de que los suyos estén en el
Gobierno. Luego está el factor humano, ese que dicen que ha convertido
la negociación en una pelea entre dos machos alfa, y que ha abierto
grietas en sus respectivos partidos.
El vértigo a una
repetición electoral se ha instalado en ambas formaciones, pero el
hiperliderazgo de ambos hace tiempo que taponó el espacio para la
crítica. Sánchez no se moverá del gobierno en solitario porque ha
perdido la confianza en quien fue su socio prioritario y porque entiende
que Unidas Podemos en el Gobierno no es garantía de estabilidad sino de
desequilibrio en una situación de incertidumbre económica y zozobra
institucional cuando se conozca la sentencia del procés.
Iglesias,
por su parte, ha entrando en una espiral de propuestas que le ha
arrastrado a ofrecer incluso una especie de coalición en prácticas con
licencia para el despido procedente y el compromiso de que aunque se
expulsara a los ministros de Unidas Podemos, Sánchez tendría asegurado
el apoyo parlamentario durante cuatro años. Al presidente del Gobierno
le ha faltado responder: léeme los labios. Un no es un no.
Los
de Iglesias han tardado en enterarse de que el veto de julio no era
solo a su secretario general sino a todo el partido y los socialistas,
en aceptar que el secretario general de Podemos no dará su apoyo gratis
por más que se lo pidan las confluencias y se haya lanzado a pedir el
arbitraje de Felipe VI, que ya son ganas de pedir.
Lo
visto hasta el momento tiene más de disputa de pareja mal avenida que de
negociación política. Hemos entrado ya en tiempo de descuento y, salvo
giro inesperado que nadie espera −ni siquiera después de que se haya
especulado con una supuesta mediación para acercar posiciones entre las
partes−, el martes cuando Pablo Iglesias entre en Zarzuela y anuncie al
rey que no apoyará a Sánchez, habremos llegado al final de esta
pantomima. El 23 se disolverán las Cortes y nos llamarán a votar.
Y
cuando el CIS pregunte de nuevo a los españoles por los principales
problemas del país y marquen entre lo dos primeros a los partidos, se
preguntarán por el porqué. Porque los errores nunca salen gratis. Y
porque una segunda repetición electoral en cuatro años suena a desprecio
por lo que decidió ya la voluntad popular.
(*) Periodista