Un post más abajo encontrará el amable
lector una reseña mía sobre un folleto de Íñigo Errejón
acerca de la hegemonía, entre otros interesantes asuntos. El joven
teórico/práctico de Podemos tiene bastante que decir al respecto. Pero
siempre en términos ideales, conceptuales, abstractos; qué es, cómo se
consigue la hegemonía, cómo se conserva.
Este enfoque se complementa con una vertiente práctica, concreta, sensible, estética en el sentido del juicio de los sentidos.
La hegemonía no es solo un asunto discursivo, no se refiere solo a un
lenguaje hablado, sino también visto, contemplado, iconográfico. Y ahí,
el pontificado pertenece por derecho propio a Pablo Iglesias. Eso que,
simplificando y para no meterse en honduras, llamamos "carisma", término
que viene de muy antiguo que hoy se convierte en el menos comprometido
de "liderazgo". Sin duda, el secretario general de Podemos habla mucho,
casi sin parar. Los medios reproducen sus declaraciones y generalmente
las solicitan. Porque saben que tienen "tirón", "gancho" para los
lectores, entre los cuales se reclutarán luego los electores. Las
declaraciones suelen ir acompañadas de imágenes, como este post, porque
el gancho reside en la conjunción de lo iconográfico y lo discursivo. La
gente escucha lo que Iglesias dice y cómo lo dice, con qué ánimo, con
qué estilo. "Estilo", otro término sospechoso, pero
imprescindible. La hegemonía se consigue no por lo que se dice sino por
el crédito que nos conceden. Y el crédito es en gran medida cuestión de
imagen. Para bien o para mal. En principio, todos los discursos se
parecen. La diferencia suele radicar en el grado de confianza que
inspiran quienes los exponen. Imagen, estilo, la hegemonía es también
iconográfica.
El
debate político español, incluido en esto el catalán, aunque en
Cataluña esa hegemonía no está en modo alguno tan clara, se ha llenado
de conceptos y expresiones de Podemos, frecuentemente empleadas por
Pablo. Pero, sin darnos cuenta, está llenándose también de pablos. Un
estilo rompedor, no convencional, original, muy afirmativo se ha
impuesto como una moda arrasadora de forma que, según va hablando el
secretario general de Podemos, en el dramatis personae de los
demás partidos van apareciendo otros pablos, réplicas suyas, igual que
surgían los hombres de la tierra detrás de Pirra y Deucalión.
La
primera réplica paulina que se le ocurre a uno es Albert Rivera. Es
más, este comenzó su andadura política de una forma bien poco
convencional, publicitándose desnudo en un cartel electoral. No le dio
eso mucho tirón quizá por lo exagerado, y decidió ponerse chaqueta y
corbata, hacerse político de orden y reintegrarse al mainstream.
El siguiente fue Pedro Sánchez y ese sí salió ya a la arena teniendo una
idea de lo que tenía enfrente. El propio Iglesias ha bromeado en alguna
ocasión con el look de Sánchez, tan parecido al suyo, aunque
algo más de orden y su afición por las luces mediáticas. Por no hablar
de las estaciones que ha venido haciendo por las "asambleas abiertas"
que recuerdan algo a los ya famosos "círculos"
(Breve digresión.
Tengo entendido que, tras la consulta a los miembros de Podemos, al
final el nombre que van a elegir para sus agrupaciones locales será el
de casas ciudadanas. Parece un pelín rebuscado, pero aleja el negro nubarrón de que pudieron haberse llamado moradas. Había una propuesta en ese sentido. Al ministro Fernández Díaz, tan devoto de Santa Teresa, le hubiera dado algo).
El
tercer pablo es Alberto Garzón. Es el más joven de todos y el que
apuntala la teoría del relevo generacional en toda la línea. Pero poco
más. Mismo estilo, misma figura, actividad muy similar, también intensa
presencia mediática pero con un discurso prácticamente idéntico al del
otro Pablo. Puede ser hasta cierto punto injusto, pero no deja lugar a
dudas. El factor estético, iconográfico, es esencial. Hay un punto
dramático en esas tablas. Todo ganador suscita cuando menos un perdedor y
a Garzón le ha tocado serlo. Que además sea un hermoso perdedor, hace más melancólico al asunto.
La
última incorporación al club paulino se llama, además, Pablo, por
derecho propio y Pablo Casado, como Dios manda y no arrejuntado de
cualquier modo. Hasta Rajoy se ha percatado de que poner frente a
Podemos a Carlos Floriano es garantizar la juerga en las redes porque,
aunque el hombre también sale sin chaqueta y sin corbata, se ve
enseguida que le faltan y eso sin referirnos a lo que dice, una melopea
que parte del principio de que las audiencias son siempre estúpidas,
cosa que irrita hasta a las butacas. Al nuevo Pablo, en cambio, le sobra
el terno. Pero, más que nada, le sobra impertinencia y agresividad. Ha
tenido un comienzo como de zangolotino, nombrado por la jerarquía para
salir a medirse con los adanes con ese estilo preadamítico de pijo de zona nacional.
La hegemonía paulina es patente. Lo que hacen los sosias es evidenciarla aun más.
Íñigo Errejón Galván (2014) Populismo y hegemonía. El gobierno de Evo Morales y la transformación estatal en Bolivia. Vicepresidencia del Estado Plurinacional. Bolivia (52 págs.)
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En
abril de 2014, antes, pues, de las elecciones europeas en España, Íñigo
Errejón pronunció una conferencia en la sede del Centro de
Investigaciones Sociales de la Vicepresidencia del Estado en Bolivia. La
intervención puede considerarse como una especie de planteamiento
teórico-programático de Podemos antes de pasar de ser una posibilidad a
ser una realidad tangible que infunde ilusión y espanto a veces
entremezclados en mucha gente y frente a la que todos se sienten
obligados a pronunciarse. Ahora esa conferencia aparece publicada
enriquecida con unas consideraciones complementarias del autor que
recogen sus respuestas a las cuestiones que le planteó una audiencia muy
interesada y muy competente. Se trata de un texto teórico que fue
primero debatido a miles de kilómetros de España y corroborado luego en
la práctica de una confrontación electoral con unos resultados
espectaculares. Merece alguna atención y comentario.
El conferenciante se mueve en un terreno de resonancias gramscianas. Algunos términos, como hegemonía o guerra de posiciones
pertenecen al canon del filófo sardo. Otros están emparentados con él,
como la visión patrimonial del Estado de las clases dominantes o la
idea, central en el discurso, de pueblo que, si no interpreto mal el sentido que Errejón le da, viene a ser el principio activo de lo nacional popular gramsciano. Y en sus precauciones con el término "populismo" resuenan los ecos de Laclau.
Pero
esto es solo la introducción. En su versión de la hegemonía, el autor
aduce como ejemplo de triunfo rotundo del empeño el thatcherismo que
consiguió lo que los teóricos del framing consideran que es la
imposición del "encuadre": los adversarios vienen a tu campo a
discutirte y polemizar contigo, en tus términos, con tus reglas.
Cualquiera que considere el debate público español desde el mes de mayo
pasado verá que ese ha sido su primer resultado. Podemos ha subvertido
el orden discursivo e impuesto un nuevo marco en el que los demás se
sitúan a favor, en contra o buscando convergencias. Y siempre en su
campo.
Pero
esto sigue siendo la introducción de la conferencia. En su última
parte, el autor apunta a otras perspectivas, en donde pisa terreno menos
seguro pero que lo acreditan como un analista y un teórico de vuelo.
Considero tal a quien es capaz, cuando menos, de plantear con
claridad las preguntas o formular los problemas que los demás meramente y
confusamente intuimos. Aunque no dé respuestas o solo lo haga
tentativamente o estas sean insatisfactorias. El pensamiento empieza a
rendir frutos a partir de preguntas bien formuladas.
Cuatro
son las cuestiones que Errejón plantea, entiendo, como algo abierto.
Las cuatro están diferenciadas, aunque interrelacionadas. Alguna de
ellas es nueva en el debate político y otras, no, pero se plantean en
una perspectiva distinta. Dicho en otros términos: los gobiernos
progresistas o revolucionarios o cívicos o populares o como quiera
llamárselos deben hacer frente a las cuestiones de: la irreversibilidad,
las clases medias, la transitoriedad democrática y la técnica. Son de
distinto peso pero obviamente forman un entramado y responden a una
preocupación esencial: cómo triunfar, como mantenerse y cómo asegurar la
permanencia de lo conseguido.
Viene a ser un Maquiavelo completado por el Lenin de ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?
Con la salvedad de que Errejón quiere ir más allá. Pero, reconoce, en
política no hay nada irreversible. Además, la democracia que, en el
discurso errejoniano no es un medio sino un fin, implica la
transitoriedad de los programas políticos. Luego hay un problema con las
"clases medias" que, por así decirlo, se desclasan, problema
que ya detectaron los teóricos socialdemócratas a fines del siglo XX,
cuando vieron que perdían la base social de su fuerza electoral por
ascenso de aquella. Y, por último, ningún gobierno puede permitirse el
lujo de confundir la gestión técnica con la ideología porque ya decía
Espinoza que la libertad está en el conocimiento de la necesidad. Pero
ese conocimiento, en cuanto conocimiento técnico, puede intentar
sustituir al otro, al especulativo e incluso, convertirlo a su vez en
técnico, lo que es la base de la tecnocracia.
Podríamos
seguir discutiendo estos aspectos porque, al ser futuribles, están en
el aire. El propio Errejón reconoce que el concepto de "socialismo del
siglo XXI" está desdibujado. Así, ¿qué se puede hacer? Esperar y,
llegado el momento, actuar. Y ver qué sucede. Ya se sabe: la prueba del
pudin consiste en comer.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED