La verdad, esto del día de reflexión siempre me ha parecido absurdo. No
porque esté en contra del hecho de reflexionar sino porque es
obligatorio. Se reflexiona o nada. Es una especie de sábado mosaico
aligerado. Pero igualmente insoportable. Hay que respetar el derecho de
quienes no quieran reflexionar bien porque no acostumbren o porque se
nieguen a hacerlo a toque de cornetín. También y por mayor motivo,
porque la prohibición muestra un pobrísimo concepto del debate ciudadano
y presume que las gentes no somos capaces de hacer dos cosas al mismo
tiempo, seguir recibiendo información y reflexionar. O, lo que es peor,
que no somos capaces de reflexionar mientras nos informamos. Es un
absurdo parecido al de la prohibición de publicar encuestas a menos de
siete días, con lo cual siguen operando las de más de una semana, que
quizá no reflejen los nuevos estados de ánimo.
Bueno,
en general, prohibir sin necesidad es absurdo. Y, además, inútil. Los
candidatos se toman el día de asueto, que falta suele hacerles, pues
llevan diez o quince con la lengua fuera. Se reúnen con la familia, con
los amigos, van de cañas o a rezar a San Judas Tadeo, patrón de los
imposibles. Pero largan a los medios que los buscan precisamente para
eso, para que larguen. Los periodistas, gente avezada, saben que hoy,
con todas las luces apagadas, los escenarios vacíos, las cortinas
echadas, los altavoces mudos, el aforo desierto, es cuando se puede
recoger algo sensacional, producido por el famoso complejo de l'esprit de l'escalier,
el "espíritu de la escalera", lo que el candidato pudo haber dicho en
el escenario en un momento álgido pero no lo hizo porque se le ocurrió
después. Puede hacerlo en el día de la reflexión y alterar esta. La
prohibición no sirve para nada. Vamos, que inspira el mismo respeto que
el día de la marmota.
Pero
aquí estamos todos, reflexionando como locos en una jornada vacía por
orden de la autoridad, entre el ayer, la campaña pasada y el mañana, las
elecciones y su resultado. El pasado y el futuro. Los reinos del diablo
y de Dios según se simboliza en la leyenda de Merlín, hijo a medias de
Dios, quien le enseñó a ver el futuro y el diablo, quien le enseñó a
interpretar el pasado. Por eso nadie se aclara si Merlín era bueno o
malo.
La
campaña ha sido bastante temperamental. Ha respirado cierto orgullo de
la tierra, sobre todo del lado de la izquierda, PSOE, Podemos, IU. Mucho
menos del de la derecha, PP y Ciudadanos. Visualmente se ha impuesto la
imagen de Susana Díaz, a un pelo de indentificarse místicamente con la
patria andaluza pues, a su condición de mujer, añade la de grávida. Ha
hecho muy bien en dosificar la presencia de Sánchez y este ha sabido
estar. No ha eclipsado a la candidata, pero se le ha reconocido el
cierre de la campaña como momento solemne.
En
cambio, el candidato del PP parece haber sido Rajoy quien mostraba al
de verdad como José Luis Moreno a su muñeco. Hablamos siempre de memoria
visual. Los contenidos, después. Algo parecido ha pasado con el
candidato de IU, Maíllo, cuyo momento estelar fue ocupado por la
resurrección de Anguita, interpretando el canto del cisne de la
federación con reminiscencias de ave Fénix: que perezca IU para que
florezca Podemos.
La candidata de Podemos adquirió desde el comienzo repentina notoriedad por la muy esperable vía de un desnudo fake
que ha corrido como la pólvora por las redes, como era de suponer. Y no
por tratarse de Andalucía. Hubiera pasado lo mismo en Finlandia. Sin
embargo, no le hacía falta a Rodríguez, que ha impuesto una imagen de
joven guardia, de fuerza y determinación que despierta muchas simpatías.
La campaña de Podemos ha sido suya y el mitín de cierre, también. Pablo
Iglesias e Íñigo Errejón han sido teloneros. Eso ha estado muy bien.
Los
candidatos de Ciudadanos y UPyD no parecen haber pasado la barrera de
la velocidad del sonido ni el umbral del conocimiento público que va a
la de la luz. Los sondeos pintan negro para UPyD y rosa para Ciudadanos.
Probablemente sea esta la incógnita más interesante: el porcentaje de
votos a Ciudadanos y su procedencia.
Los
contenidos han sido parcos en general. Muy declamativos, poco
propositivos: acabar con la corrupción, el paro juvenil escandaloso, los
EREs, el PER, el bipartidismo y poco más. De política española, cero.
De cuestiones autonómicas, fuera de una histórica deuda que sigue sin
pagarse, nada. Desde el principio ha preocupado más el futuro, las
coaliciones. Si no he entendido mal, Díaz ha cerrado la campaña pidiendo
una mayoría suficiente. Lo ha dejado para el final. Un poco más y pasa al "espíritu de la escalera".
A
Palinuro las coaliciones le parecen la sal de la tierra. Si alguien lo
duda, que contemple, si puede, esta X legislatura con gobierno
monopartidista de mayoría absoluta, y actúe en consecuencia. O mejor,
quizá no. Keep calm and carry on.
Las
coaliciones exigen flexibilidad, tacto, capacidad de maniobra,
habilidad, voluntad, audacia, en fin, cosas buenas. Díaz descartó al
comienzo de la campaña toda coalición con el PP o Podemos. Hay un
venerable debate en la ciencia política sobre qué efecto tienen las
campañas electorales y para qué sirven. Una hipótesis plausible es para
que algunos cambien de opinión. Por ejemplo, la señora Díaz que excluyó
precipitadamente dos alianzas perfectamente verosímiles según queden los
resultados. Para Palinuro, a fecha de hoy, la mejor coalición sería
PSOE-Podemos. Veo además a Díaz y Rodríguez trabajando juntas
perfectamente y entendiéndose. Las demás son todas posibles, sin duda,
según resultados y preferencias. Sin excluir ninguna a priori. Ya se
sabe que la que se produzca será acerbamente criticada por quienes se
queden fuera.
Dice
Rajoy que no cabe extrapolar el resultado de las elecciones andaluzas
de mañana al resto de España. O sea, aquí les presento un candidato,
pero lo que le pase no es ejemplo de nada. Eso es dar ánimos al muñeco.
Claro, quien se presenta en España es él y quiere salir. Él solo se
abraza y quiere proyectar en España a candidatos triunfadores, como
Matas, Camps o Fabra.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED