Hay partidos, como el PP, que cuando escuchan la palabra democracia
desenfundan a Rafael Hernando. Pero otros, los de la izquierda, PSOE y
Podemos, están sufriendo ahora mismo (y cuando digo ahora mismo me
refiero a esta hora de reloj en la que está usted leyendo este artículo)
una resaca bastante tremenda después de haberse dopado con ese concepto
sin contención alguna a la frivolidad.
Al exceso de control y
dirigismo de las estructuras orgánicas de los partidos, mortal para la
democracia interna en las organizaciones que sirven de vehículo a la
democracia ciudadana, se ha respondido con una fórmula tan
extraordinariamente abierta que ha acabado por trasladar el
autoritarismo que se pretendía corregir desde los aparatos a los
líderes. Tanto en el PSOE como en Podemos es posible percibir los
efectos de esa burbuja democrática, que han acabado no siendo
precisamente positivos a priori.
Entre los socialistas, porque
la elección del líder del partido mediante primarias tiene la
consecuencia de que éste se constituye en jefe absoluto: nombra
directamente a su equipo e impone sus políticas con la legitimidad de la
obediencia a ´las bases´, y toda crítica a su gestión constituiría una
refutación del sentimiento y la voluntad de éstas. Ha nacido un
caudillo.
En Podemos el problema se agrava, pues tienen derecho a
la elección del líder, más allá de los militantes convencionales, los
llamados ´inscritos´, que votan telemáticamente y carecen, a los
efectos, de rostro y domicilio, de tal manera que con una previsión
adecuada, podrían decidir el destino de la organización personas que
atendieran a los intereses de otros partidos, que contribuirían a apoyar
a la opción menos preocupante para su auténtica obediencia.
El
PSOE. Este fin de semana se celebra el congreso federal, y antes de su
inicio ya conocíamos el grueso de los integrantes de su ejecutiva.
Nombrados a dedo por el muy meritorio ganador de las primarias. La nueva
presidenta, Cristina Narbona, llegó a agradecer hace unos días su
elección en un tuit, antes de que el congreso la hubiera elegido. En
realidad, lo suyo y lo de los demás es una designación.
Legitimada,
eso sí, por el líder elegido contracorriente por los militantes del
partido. Democracia total en las primarias, pero democracia dedocrática
en el congreso. Por más señas, Pedro Sánchez concluirá hoy su elección
formal en el congreso con una especie de mitin dirigido, no a los
delegados, sino a la militancia, un gesto que no disimula la
subsidiaridad de los órganos estructurales del partido.
La pregunta es:
¿a cuento de qué el gasto y la molestia que suponen el desplazamiento a
Madrid de los delegados socialistas si éstos no cuentan más que como
simples autómatas? Democracia abierta para elegir al líder, democracia
cerrada para elegir al resto de los dirigentes. Y un jefe político
entronizado en el voto popular que no rendirá cuentas a los órganos
ejecutivos del partido, sino que las exigirá a éstos si pudiera
producirse algún ´desviacionismo crítico´ respecto a lo que se da por
sentado que es el sentir mayoritario de los militantes.
Sánchez
ha concebido una ejecutiva a su medida. ¿Y quién se lo podría reprochar?
El antecedente inmediato contempla el episodio de la deserción
conspirativa de la mitad de la dirección para hacerlo caer en un golpe
predeterminado. Parece lógico que Sánchez quiera preservarse de
jugarretas parecidas. Pero este remedio conllevará inevitablemente un
problema posterior. Y es que hasta ahora, quien ganaba un congreso
intentaba ´integrar´ a la parte perdedora a fin de garantizarse un
periodo de paz interna.
Sin embargo, la medida precautoria de Sánchez,
obligada también porque ha de satisfacer a quienes lo apoyaron
incondicionalmente a sabiendas de que corrían un alto riesgo, crea las
condiciones perfectas para la fractura interna, pues obliga a los
opositores a refugiarse en estructuras a la contra, así como también
para la deserción, pues habrá quienes decidan regresar a casa a la vista
de que carecen de espacio en una organización con una dirección
extraordinariamente unipersonal.
La derivada murciana. Veamos
las consecuencias que este modelo, resultado de una operación
hiperdemocrática que no prevé las consecuencias correctivas para el
líder ungido por el favor masivo de los militantes.
El PSOE murciano ha
convocado para el próximo jueves el comité regional del partido para,
una vez concluido el congreso federal, establecer el calendario y los
procesos para la renovación de la dirección autonómica, con fechas que
ya están previamente determinadas para el inmediato julio.
Bien, que se
sepa hay tres candidatos decididos a reemplazar a Rafael González Tovar,
quien tardíamente ha tenido la revelación de que su mejor contribución a
la causa es la de marcharse: Roberto García, exalcalde de Beniel,
persistente en su lucha a pesar de los sucesivos tropiezos anteriores y a
quien el tovarismo no ha dado ni agua; la propia hija de Tovar, María
González Veracruz, tan pedrista que como diputada facilitó la
investidura de Rajoy musitando que lo hacía ´por imperativo´, para
inmediatamente después apuntarse a la opción Patxi López en un mal
cálculo sobre el futuro que le esperaba a Sánchez, quien llegó a
concebir para ella un ministerio de Ciencia en su Gobierno virtual. Y,
finalmente, Diego Conesa, alcalde de Alhama de Murcia, quien junto a
José Vélez, su colega de Calasparra, tuvo el arrojo de apostar por
Sánchez en las primarias, con el resultado de destacarse, tal vez
involuntariamente, como el ganador de esas elecciones en la Región.
¿Qué
puede ocurrir aquí? Roberto García era una posible opción del poder
municipal del PSOE, visualizado por las ´alcaldesas rebeldes´ al
tovarismo. Podría haber liderado ese bloque, pero la opción por el
susanismo ha sumido esta alternativa en la melancolía. Algunos alcaldes y
alcaldesas, que ya al optar por Susana Díaz se opusieran a sus aparatos
locales, caso de Molina de Segura, han decidido regresar al perfil
bajo, tal vez para aminorar el enfado de los militantes locales.
En
realidad, la mayoría de estos alcaldes apostaron por la andaluza porque
era, en el registro regional, la alternativa más contraria al tovarismo,
pero se quedaron colgados de la brocha, como el propio secretario
regional con su Patxi, ante el implacable paseo de Pedro Sánchez, que se
llevó casi el 50% de los votos murcianos. Por tanto, García tal vez
pudiera contar con apoyos orgánicos aquí o allá, pero la experiencia
señala con toda claridad que la militancia no responde ya necesariamente
a las indicaciones de los aparatos.
¿Y qué decir del futuro de
María González? Pues que depende de la exclusiva voluntad de Pedro
Sánchez. Si éste se decide a bendecirla, permitiendo que regrese al
hogar, muy probablemente una cierta parte de la militancia murciana que
la titulaba pedrista podría perdonarle la deriva del circunstancial
patxismo que sufrió en un momento pánico. Pero aquí hay que reparar en
algunos signos que se han hecho evidentes tras las primarias.
El
principal, que Pedro Sánchez no se ha sentido molesto por la posición de
los susanistas, pues a éstos ya los daba por descontados; lo que
realmente le afectó fue que algunos de sus partidarios decidieran dar un
rodeo en compañía de Patxi López, sangre de su sangre, y que quienes
arropaban a éste lo hicieran dando a entender que el vasco era un líder
más sólido que él, poco menos que tratado como un friki tras sus
emotivas confesiones en el programa de Jordi Évole, en La Sexta.
Es
decir, Sánchez estaría dispuesto a reintegrar en su equipo antes a un
partidario de Susana Díaz, un adversario previsible, que a quien desde
su mesa camilla dio un salto a la de Patxi López, gesto en el que
detecta la traición oportunista. Por tanto, si González Veracruz no es
digna de regresar al regazo sanchista a pesar de todos sus ejercicios de
contricción, el camino para el liderazgo en Murcia quedaría abierto
para quien indudablemente resulta un incondicional: Conesa.
¿Y
quién es Conesa? Un militante sin un perfil muy determinado. Ni de la
vieja escuela ni de la nueva hornada. Alguien que ha estado siempre por
ahí sin llamar demasiado la atención y a quien no se le atribuyen
veleidades izquierdistas, pero que, sin embargo, decidió, llegadas las
primarias, que era merecedor de su apoyo el candidato que acumulaba
mayor riesgo, asumiendo las enormes incertidumbres que se daban sobre el
resultado. Hasta el momento, Conesa no ha dicho ni buenas tardes,
conforme a la regla de que la ´cuestión Murcia´ sólo empezará a
contemplarse una vez despejado el campo en el ámbito federal. Bien, eso
quedará resuelto este domingo, así que a partir de mañana comienza el
quinieleo para la sucesión regional.
Y, según dicen quienes mejor
conocen a Conesa, éste está disponible. Si es así, no hay duda de quién
será el próximo secretario general de los socialistas murcianos. Bastará
con que Pedro Sánchez, desde la alta atalaya de su poder reestrenado,
ahora sin cortapisas, lo señale como su favorito. Los militantes que
mostraron a Sánchez su confianza hace tan sólo unas semanas volverían a
hacerlo, ahora en la persona de su ´delegado, el alcalde de Alhama. Poco
importará que las claves locales sean diferentes al ímpetu que
concurrió en las primarias nacionales, y que haya votantes de Sánchez
que, en el test regional, pudieran tener opciones distintas. Si Sánchez
levanta su bandera y la hace ondear en dirección a su favorito, no cabrá
duda de que ni García ni González Veracruz dispondrán de opción alguna.
Por tanto, todo depende de las ganas que Conesa tenga de jugar este
partido.
En definitiva, las primarias socialistas, y así se podrá
ver en Murcia, han otorgado un poder absoluto al líder central, tanto
que su dedo será decisivo, si lo extiende, y pocas dudas hay de que lo
hará, para decidir los poderes autonómicos, al menos en Comunidades como
ésta. Probablemente Conesa sea una excelente alternativa, pero antes de
considerar este punto conviene que anotemos lo principal: la borrachera
democrática puede conducir a resacas autoritarias.
Podemos...
puede desactivarse. En cuanto a Podemos, que mañana concluye su
particular ´congreso´ regional, está inmerso en un debate que
contemplado desde fuera de la organización resulta absurdo a todas
luces. Después de haber consolidado en la Región un discurso nítido, de
haberse constituido en la oposición más rigurosa al PP y de proyectar
una imagen de confianza para un electorado amplio que podría conformar
el imaginario de constituirse en alternativa de poder, aunque fuera en
compañía de otros, el resurgimiento de un cierto infantilismo
izquierdista interno podría venir a trastocar todo ese trazado. Hay
indicadores muy preocupantes sobre la estabilidad del equipo de Óscar
Urralburu, lo que hace prever un resultado incierto de estas primarias
podemitas.
Si ese liderazgo fuera abatido, sería una extraordinaria
noticia tanto para el PSOE, que vería abierto para sí el espacio que le
viene cerrando Podemos, como para el PP, cuya oposición real hasta ahora
se ausentaría de los debates que preocupan en realidad a los murcianos
aunque tuviera que manifestarse sobre cuestiones como el futuro de las
ballenas, la paz en el mundo o las maldades intrínsecas del capitalismo.
Todo ello, por supuesto, para conformidad de unas bases encantadas de
permanecer para siempre en la oposición, pues es el estadio en que nunca
se deja de ser coherente con las ideas de mesa camilla, y donde fluyen
los guiños de superioridad intelectual o los gestos de desdén
prejuicioso para quienes osan contradecir tantísimo buenismo.
Sorprende
que en una campaña interna, la alternativa a Urralburu haya ingeniado un
lema como «un Podemos en que volver a creer», lo que explícitamente
indica que no creen en este Podemos, y si es así envían el mensaje a
quienes no están en él de que se trata de un sucedáneo. Pero el
sucedáneo es el único Podemos que puede tener futuro más allá de
posiciones testimoniales. Es curioso que ese esfuerzo pueda venir a
cargárselo la burbuja democrática.
(*) Columnista