El país vive pendiente de los catalanes y de Podemos. El País, también. El titular con el "régimen" entrecomillado, su régimen,
apunta a un programa político. Los aspectos iconográficos de la
ilustración son patentes. Esa camisa blanca fuente de luz sobre un fondo
en penumbra pero con mucha gente y señalando a mucha otra que no está
en la foto, pero está, tiene fuerza.
La
fuerza de convocar a los medios, de atraer atención internacional, de
imponer un discurso de regeneración que los demás simulan. Aún no han
llegado y la realidad está cambiando a ojos vistas; sobre todo vistas.
Nunca se había visto a tanta gente peregrinando por los platós y dando
tantas explicaciones sobre sus corruptelas. Casi parece que hay libertad
de expresión.
La fuerza de organizarse en abierto, de forma democrática. Resultado abrumador:
La candidatura de Iglesias a la Secretaría General ha recibido 95.311
de los 107.488 votos emitidos por los simpatizantes entre el lunes y el
viernes, es decir, un 88,6% ─un 96,87% si no se tienen en cuenta los
9.101 votos en blanco. Pero aquí hay que detenerse. Si es verdad que
Podemos cuenta con 220.000 inscritos (en qué concepto no lo tengo
claro pero, en todo caso, votantes), el equipo dirigente ha sido elegido
por el 43% de los electores convocados. La abstención es del 51%. Mucho
para una votación que ha durado una semana y puede hacerse por medios
telemáticos. El dato debe tenerse en cuenta porque indica un defecto de
la política en internet, el llamado clickactivismo. Si el 50% no hace ni click, cabe preguntarse si, llegado el día de ir a votar, no dejará de hacerlo otro 50% de los que sí clickean.
En
cuanto al discurso, hay tanto malaje buscándole las vueltas y
revirivueltas que dan ganas de darlo todo por bueno, de la cruz a la
fecha. Por lo de las grandes esperanzas. En el comienzo mismo de la
andadura, Iglesias anuncia que "lo difícil viene ahora". Pero lo encara
sobre un escenario, rodeado de miles de personas. El huérfano Pip de la
novela de Dickens lo hace en un cementerio y en compañía de un
delincuente. Las condiciones son ahora más favorables.
Se
asienta la queja sobre la ambigüedad del discurso. La que pendía sobre
el aborto ya se ha disipado. Lógico: además de ser un derecho de las
mujeres está muy aceptado socialmente. Hay otras dos ambigüedades que
siguen reververando en una luz incierta: la separación de la Iglesia y
el Estado y la cuestión República o Monarquía. Puede entenderse que todo
ello tendrá cabida en el proceso constituyente que ayer quedó
oficialmente proclamado. No reforma de la Constitución sino proceso
constituyente. En otros términos, las elecciones de 2015 serán
legislativas ordinarias para todos menos para Podemos, para quien serán
constituyentes. Palabras mayores rezongan las gentes de orden para
dichas por un grupo de mozalbetes en mangas de camisa. Bueno, no se
olvide la que organizaron los sans culottes.
Con
la petición de proceso constituyente Podemos quiere matizar su
ambigüedad en la cuestión catalana. Se reconoce el derecho a decidir de
los catalanes y se da por supuesto que están interesados en ese proceso
constituyente que se les ofrece. ¿Y si no lo están? El reconocimiento
del derecho a decidir, ¿incluye el de decidir irse con su propio proceso
constituyente?
Suscitar grandes esperanzas es un mérito; estar a su altura, mérito doble.
De pedigüeño trató Aznar a Felipe González cuando este negociaba los fondos de cohesión de la UE hace años. Hoy, y en las antípodas, Rajoy le sablea un saludo forzado a Obama en el G-20.
No está mal. El país ha pasado de ser "pedigüeño" a ser "sablista". Es
el imparable ascenso de la Marca España. La imagen que publica el
periódico es demoledora para el autoaprecio nacional. Obsérvense los dos
o tres primeros minutos del vídeo. El gesto obsequioso del español, la
displicencia del inglés, la sorpresa contenida del gringo. Relaciones
internacionales en estado puro.
Y
nacionales. La reunión australiana del G-20 ha venido a Rajoy de
perilla para poner tierra y océanos por medio del problema que tiene en
casa y no sabe resolver. Pero su condición moral e intelectual lo
delata. El hombre que trata a los soberanistas catalanes (cuando menos,
2,2 millones) hostil y despreciativamente; el que manda a la gente al
paro o a la emigración; el que rebaja todas las prestaciones sociales de
todo tipo, recorta la sanidad, la educación, las pensiones, abandona a
los dependientes y maltrata a los inmigrantes; el que es duro y
despiadado con los débiles, es un tiralevitas con los poderosos.